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Javier Maqua: “Los medios son el gran fracaso de la izquierda”
GALERÍA DE HETERODOXOS/AS. “Si soy un heterodoxo, es que los ortodoxos deben de estar fatal”, espeta al entrevistador nada más llegar, en referencia al título de esta sección de entrevistas, Javier Maqua. Este creador polifacético (escritor, dramaturgo, cineasta, periodista…) se muestra contento de vivir “apenas a doscientos metros” del lugar donde nació en 1945, en el barrio madrileño de Chamberí. Así lo dice mientras pide un whisky on the rocks no muy lejos, en el añejo Café Ruiz de Malasaña, barrio que, cruzando algunas calles desde su hogar, suele frecuentar. Es el lugar de la cita con este hombre de ojos claros y vivos, lengua viperina (aunque a veces se arrepienta) y carcajada siempre en la recámara.
Sergio C. Fanjul / Periodista.
Su formación científica (licenciado en Bioquímica Fundamental) desembocó en varios caminos de los que se dicen “de letras”.
La cultura está en El Quijote, pero también en el ADN. La cultura científica falta, aunque creo que se ha avanzado bastante en este aspecto. Elegí el bachillerato de ciencias, estudiar “matracas”, porque es básico para aprender a razonar, estructura el coco. Nunca he entendido eso de obligar a los chiquillos a elegir cada vez más pronto el camino que van a tomar, si ciencias o letras, por ejemplo. Elegir entre dos caminos implica a menudo abandonar uno de ellos. Prefiero transitar por muchos; no seguir un solo caminito: ni el de hacerme rico, ni el de hacerme abogado para siempre, biólogo para siempre, cineasta para siempre, cualquier caminito para siempre que te propongas. “Para siempre” huele a definitivo, a muerte.
¿Cómo fue su tránsito entre una cosa y otra?
Me matriculé en la Escuela de Ingenieros Industriales, porque tocaba, sin saber qué era aquello, y al cabo de tres años, harto de la disciplina de la escuela, donde pasaban lista y solo había una chica en traje de chaqueta, me fui a una carrera bastante más interesante que era la de Biología, porque ahí aprendería la Teoría de la Evolución y la Genética. Se empezaba hablar del ADN, aunque todavía no había llegado Severo Ochoa. Pero cuando llegué a Biológicas (y al campus universitario, donde por fin había chicas) me politicé salvajemente. Acabé la carrera sin mayores problemas y, después de cuatro intentos, conseguí ingresar en la Escuela de Cine. Pero ése es otro caminito.
El Opus y el MC
¿Cómo transcurrió ese proceso de “politización salvaje”?
Salvaje quiere decir absorbente: la política siempre en primer plano. Y eso ocurrió, claro, en la Universidad. Pero todo empieza en la adolescencia; necesitamos “matar al padre” para quedarnos solos y saber quién somos; ya “huérfanos”, tanta es la soledad que buscamos un nuevo padre como sea: algo a lo que pertenecer, una iglesia, una secta masónica, un partido… que nos proteja y dirija. Probé en muchos sitios, con absoluta desorientación. Ejercicios espirituales, Acción Católica, Cursillos de Cristiandad, fui, incluso, a un esplendoroso retiro con el Opus Dei. Expliqué muy bien la Comunión de los Santos, me aplaudieron mucho.
Pero finalmente acabo haciéndose marxista, como todavía se declara.
Marxista, pero no comunista, ya no. Siempre me llamó la atención lo prohibido, soy un desobediente nato. Y el comunismo y el marxismo eran el cuarto de Barba Azul. En el colegio, los curas te llevaban a los suburbios a enseñar catecismo y ahí veías cosas espantosas y se te abría la mente, te concienciabas. Solo fui una vez y tuve pesadillas. Pero yo me hice marxista, sobre todo, leyendo. Y sí, soy marxista, porque Marx me parece el gran pensador de la política. Recuerdo que el primer libro de Marx que leí fue la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, ese que empieza con lo de “la religión es el opio del pueblo”. El resto no lo entendí, tuve que estudiarlo, lo cual -estudiar- era y es un placer. Leíamos a marxistas y no marxistas, a Althusser, a Levi-Strauss, a Foucault, a Barthes, a Piaget… me sorprende lo mucho que podíamos llegar a leer, más allá de nuestra especialidad. Acabé formando parte del Movimiento Comunista (MC); en aquella época no solo existía un partido comunista, éramos muchos.
Y hoy ¿qué piensa usted?
Bueno, tras la muerte de Franco y el tránsito hacia la democracia para ricos que tenemos, abandoné todo tipo de activismo político. Otros compañeros continuaron en la política profesional, pero yo de ninguna manera quería ser político profesional. No estuve en el guatecón del Hotel Palace, celebrando la victoria de Felipe González en el 82; el que sí estuvo, por ejemplo, fue Pablo Escobar. Y no sufrí el tan cacareado desencanto porque no estaba encantado. Ya veía venir la podredumbre que ahora es palpable.
Regresó al compromiso.
Fue cuando la guerra de Irak. Aquello me puso a cien. El imperialismo en acción. Participé en las protestas, asistí a actos, escribí un texto teatral y realicé un documental –Apuntarse a un bombardeo– sobre los brigadistas que permanecieron bajo las bombas que caían en Irak. Dos eran asturianos, Mino y Teresa Tuñón; reuní a los que pude en Bárzana, en casa de Tere, qué bello es Asturias y cuán magnífica esa mujer.
Política y cultura.
Todo lo que he hecho en el mundo de la cultura, además de un ejercicio de libertad de expresión, forma parte de la lucha ideológica. La cultura, la haga quien la haga, está teñida de política e ideología, aunque no sea siempre evidente. Por ejemplo, el mayor propagandista del estilo de vida americano ha sido su cine, a veces de manera inocente, simplemente sacando un tostador que dentro de unos meses iba a llegar a España. Te vendían una visión del mundo. Que ha triunfado.
¿Qué no es política?
No sé. ¿Un cepillo de dientes? Pero ¿quién lo ha fabricado? ¿En qué condiciones? ¿A quién beneficia?
Medios y sumisión
Usted fue editorialista de El Mundo.
He estado al borde de todos los poderes, allí asomadito. En El Mundo trabajábamos muchos que veníamos de la extrema izquierda, como Javier Ortiz, Gabriel Albiac o Javier Sábada, que por entonces tenía simpatías por Herri Batasuna. Yo escribía a destajo columnas y comentarios editoriales. Ahí me di cuenta que de que un periodista vale lo que vale la gente con la que come. Y entonces Pedro J. comía con Aznar, e incluso jugaba al pádel en la pista que estaba al lado de la redacción. Yo también jugaba, pero al tenis, ¿qué es esa mierda del pádel? Dejé el periódico antes de la campaña electoral que dio la victoria a Aznar, me libré por los pelos. Pedro J. quería librarse de mis columnas y convertirme exclusivamente en “su” crítico de televisión. ¡Lo único que me faltaba! ¡Todo el día viendo la tele!
¿Qué opinión le merecen los medios?
Es el gran fracaso de la izquierda. Lo decía Agustín García Calvo: no son medios de información, sino de formación de masas. Los medios son esclavos de las empresas y los llamados periodistas se han convertido en soldados de la información, obedientes a tácitas consignas. Han tatuado a la gente y la han hecho sumisa. Cada vez que leo algo en un periódico me parece de lo más natural ponerlo entre paréntesis, dudar, no creérmelo.
La pregunta del millón: ¿cómo valora la irrupción de Podemos?
Estoy muy contento. No les voté, me abstuve, pero creo que ahora mismo hay que votarles. Me convenció Pablo Iglesias cuando anunció en la tele los cinco escaños europeos. Era la primera vez que lo veía porque apenas veo la tele y menos aún tertulias. La diferencia con los otros portavoces era abismal; sencillamente sabe hablar, primero piensa lo que va a decir y luego lo dice, y sin ningún anacoluto; aunque solo fuera por eso… Pero sobre todo está lo que dice, lo que denuncia. Parece ambicioso, ¿qué líder no lo es? En fin, tras el éxito, era de esperar este acoso en toda regla a Podemos en los medios de formación de masas. Dicen que son chavistas -o sea, el Diablo-. ¿Podemos es populista? No lo sé, pero el llamado populismo de izquierdas por lo menos da de comer a los pobres, que son la mayoría. Tienen miedo de que ocurra como en Latinoamérica, que se vengan abajo los partidos tradicionales, el bipartidismo, y, con ellos, lo que Iglesias llama “la casta”. Parece que van a hacer una asamblea general en octubre para decidir un montón de cosas, pero yo creo que un partido político -porque obligatoriamente tendrá que doblegarse a ser un partido- tiene que funcionar más rápido, tener más capacidad de reacción. Y los líderes son inevitables.
¿Está en usted en contra del método asambleario?
No, pero las asambleas me aburren horriblemente, no tengo paciencia. Está claro que en una asamblea se llevan el gato al agua los que más resisten, los que más y mejor hablan, los que, en fracción aparte, han apalabrado decisiones comunes. Vale, seguramente son también los que más se comprometen, los más entregados. Me dice un pajarito que, en Asturias, Izquierda Anticapitalista -el único partido “a la antigua” que tomó la decisión de comprometerse con el 15-M- fletó un autobús para llevar a su gente a la asamblea de Podemos. Bueno ¿y qué? Cosas así forman parte de la lucha, que nunca cejará. En los partidos gordos y el Congreso es mucho peor: allí votan lo que les mandan, no vaya a ser que sus hijos se queden sin piscina.
Los daños del PSOE
¿Qué futuro le pronostica al PSOE?
Sospecho que, tras las municipales, en las generales, quedará como un partido casi residual. 14 diputados o así. Y se lo merecen porque son los que hicieron más daño a este país por órdenes directas de Felipe González, a quien Estados Unidos le decía lo que tenía que hacer y cuáles eran los límites de la democracia. Luego se hizo rico en las costas caribeñas, dicen, consejero de Iberdrola, etcétera. Es un personaje espantoso para España, cuando abre la boca es mejor taparse los oídos. Y todavía hay multitud de gente que le escucha como a un oráculo y se lo come con patatas.
¿Éste es el momento para reivindicar la República?
Una oportunidad como ésta es difícil que se repita. Mi opinión sobre la Monarquía -hereditaria, no lo olvidemos- es muy simple: va contra la razón y punto. Es un absurdo que el hijo de un señor por el solo hecho de ser hijo de ese señor, por muy tonto que sea, sea soberano de todos nosotros; no creo que el debate dé para más. Yo antes firmaba los mails “Abrazos, Javier Maqua”. Ahora siempre firmo “Salud y República. Podemos. Javier Maqua”. A ver si sirve para algo. En fin, la razón tardará en imponerse, pero se impondrá.
Los coreanos y Asturias
¿Qué relación tiene con Asturias?
Provengo de una familia más o menos aristocrática -piononos, palacios ruinosos, proindivisos a la greña, grandoneo…-. Buena gente, me hizo querer mucho a Asturias. Tengo muy buenos recuerdos, por ejemplo, de días de mi infancia en el prado del Palacio del Rebollín donde veraneé un par de veces, en Noreña. Escuché, sidra va, sidra viene, a mi tío, el eminente historiador Juan Uría Ríu, y a sus hijos, cantar asturianadas. Eso era conocer la burguesía ilustrada asturiana en estado puro. Actualmente tengo una casita, una cuadrita, en Santolaya, cerca de Luanco, que he renovado para llevar a mis nietos y que me dejen doblado.
Un documental que hizo sobre los “coreanos” de Avilés, que era como llamaban a los inmigrantes, le dio problemas. ¿Quiénes eran los “coreanos”?
Eran unos señores pobres, muertos de hambre, que llegaron a Avilés a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta a trabajar cuando se empezó a montar Ensidesa. Hacían un trabajo muy duro, tenían que bajar en campanas de hormigón a cimentar el suelo de la ría. Bajaban con una rata en la jaula; si a la rata le pasaba algo porque entraba un gas raro, chillaba y había que escapar. Hubo múltiples accidentes y algunos murieron. Y en 1988 yo hago El cadáver del tiempo, un docudrama que narra esta historia y se pasa en Televisión Española.
La cosa no gustó mucho en la ciudad.
El Ayuntamiento de Avilés, que, por cierto, era socialista y me quería nombrar persona non grata, se quejó a Pilar Miró, que era la directora de la tele. Y Pilar Miró, a quien un servidor no conocía de nada, decidió que yo hiciera una serie de ficción. Cosas veredes.
También fue candidato para dirigir TVE en Asturias.
Un día me llamó Xuan Xosé Sánchez Vicente, que formaba parte del Consejo, y me ofreció el trabajo. Había unanimidad, pero el Consejo era solo consultivo. Yo estaba encantado, pero no podía aceptar sin saber antes las condiciones ideológicas, económicas y políticas. No me las decían, pero llamó tantas veces para que confirmara el sí que subí a ver a Calviño, que era el director, y por la cara ya supe que no le hacía ninguna gracia; luego me enteré que Pedro de Silva, a quien guardo mucho cariño, tenía ya un candidato. Hasta ahí, relativamente razonable, pero, entretanto, en La Nueva España me acusaron de ser un candidato centralista -un forastero, qué horror- y de querer colocar a mi mujer dirigiendo la radio asturiana…Una columna de juzgado de guardia… Quiero más a Asturias y soy más asturiano -lo soy por elección- que todos esos señores que me acusaron.
Usted dirigió Carne de gallina, una película de culto en Asturias con Maxi Rodríguez de coguionista. ¿Cómo surgió el proyecto y qué repercusión tuvo?
Surgió cuando subí a la torre de la catedral de Oviedo -la atalaya del Magistral-, donde un puñado de trabajadores de la Duro Felguera llevaba encerrado un año. Charlé y pregunté qué iba a ser de todos aquellos que vivían del abuelo jubilado cuando se muriera y perdieran su pensión. “Embalsamámoslo”, se rieron… En cuanto a la repercusión en Asturias, que lo cuente Maxi Rodríguez que, catorce años después, está encarando una versión teatral. Es una peli del pueblo para el pueblo.
La Fundación Caveda y Nava le nombró patrón de honor…
Es el reconocimiento del que me siento más orgulloso. El único que tengo enmarcado y a la vista: un diploma primoroso, hecho por las Pelayas, donde se lee: “Como reconocencia al so llabor en favor de les señes d´identidá culturales d’Asturies…”.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 33, JULIO DE 2014

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