Diego Díaz / Que la Alta Velocidad es una estafa ya nos lo llevaban mucho tiempo advirtiendo desde el ecologismo social. Sin embargo, pocos medios de comunicación se habían hecho eco de este discurso hasta que recientemente el viejo-nuevo partido de moda, Ciudadanos, osaba cuestionar uno de los tótems del desarrollismo español atreviéndose a señalar que, en efecto, el emperador ferroviario va desnudo. Hay ciertas cosas que solo puede decir y hacer el centroderecha sin temor a que le tiren piedras o le echen a los leones. Aznar suprimió el servicio militar obligatorio mientras que Felipe González encarcelaba insumisos. Vete tú a saber si quizá a Ciudadanos vayamos a deberle en un futuro no muy lejano otros grandes progresos democráticos como poner fin al despilfarro en Alta Velocidad o la legalización de la marihuana.
En torno a la necesidad de llenar España de norte a sur y de este a oeste de líneas de Alta Velocidad se generó desde principio de los años noventa uno de esos inquietantes consensos sociales, políticos y mediáticos sin apenas fisuras que convierten siempre en este país a quienes disienten de ellos en una suerte de antipatriotas o quintacolumnistas empeñados en aguar la fiesta de la modernidad. Y es que durante dos largas décadas todos en España tuvieron algún motivo para apoyar la barra libre Alta Velocidad, saliesen o no las cifras. El PSOE de Felipe González primero y el de Zapatero después convirtieron al AVE en un símbolo de su proyecto de modernización económica y europeización del país. El PP, por supuesto, no le hizo ascos a una infraestructura altamente costosa pero que significaba toneladas de euros para sus empresas constructoras afines. Del consenso en torno al AVE para todos no se libraron tampoco las otras derechas, como el PNV o CiU, que también participaron de la misma filosofía objetando en todo caso que el trazado ferroviario tenía un sesgo centralista y apostando por sus propios proyectos de Alta Velocidad sin la E de España. Los grandes sindicatos y la izquierda marxista-ladrillista también se apuntaron a la fiesta de la Alta Velocidad, en unos casos convencidos de que hay que apoyar todo lo que cree empleo, sirva o no para algo, en otros por temor a ser la nota discordante en medio de tanta euforia, tanto entusiasmo colectivo y tanto fondo europeo de cohesión.
Hoy España es después de China el país del mundo que más kilómetros de alta velocidad tiene, aunque los datos sobre su uso cantan. Mientras Francia cuenta con 64.000 pasajeros por cada kilómetro de Alta Velocidad, España únicamente tiene 11.500. Solo la línea Lyon-París mueve 25 millones de pasajeros, casi tanto como el conjunto del AVE español, 28 millones de viajeros anuales. El despropósito español en la planificación ferroviaria llega al extremo de que Renfe ya ha tenido que cerrar el trayecto Toledo-Cuenca-Albacete, con una media de 16 pasajeros y unas pérdidas diarias de 18.000 euros, un cierre que, a la vista de los costes de funcionamiento y mantenimiento del AVE, probablemente no sea el último. Y es que con las duras cifras económicas en la mano quizás la única línea española con algún tipo de rentabilidad social y sentido sea Madrid-Barcelona, seguida a muy larga distancia por Madrid-Andalucía. Por supuesto, ni los dinosaurios de la política asturiana ni los grandes sindicatos de la Autonomía se dan por aludidos y ahí siguen erre que erre defendiendo que nos gastemos 1.800 millones de euros (con el consiguiente destrozo medioambiental) para ahorrar 15 minutos entre Gijón y Pola de Lena.
¿Qué nos ha pasado? Mientras desembolsábamos 52.000 millones de euros en construir 2.500 kilómetros de Alta Velocidad, que en su mayoría no necesitamos, dejábamos desatendidas, pendientes de renovación, o directamente eliminábamos “por falta de rentabilidad” líneas de cercanías y de tren convencional mucho más populares, eficientes desde el punto de vista energético y con menor impacto medioambiental sobre el territorio. Las decisiones políticas son siempre decisiones de clase, y está claro que entre los que nos gobiernan se viaja más en AVE que en cercanías, del mismo modo que se tienen más en cuentan los intereses de FCC, OHL o Ferrovial que los de una mayoría social que no está ni se la espera en la clase business. A la vista está que 23 años después de la inauguración del AVE Madrid-Sevilla esos 52.000 millones de euros han sido una espectacular transferencia de rentas de las clases medias y populares para unas élites que se han forrando jugando a los trenes con nuestro dinero.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 38, MAYO DE 2015
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