Diego Díaz / Lo siento, no volverá a suceder, pero voy a comenzar citando a Stalin. En su libro de 1913 sobre el marxismo y la cuestión nacional, el comunista georgiano recordaba que durante la revolución de 1905 rusos, ucranianos, lituanos, bielorrusos y demás pueblos del imperio habían unido sus fuerzas en el combate contra el zarismo, porque, “cuando creía en un porvenir luminoso, la gente luchaba junta, independientemente de su nacionalidad: ¡los problemas comunes ante todo!”. Sin embargo, tras el fracaso del movimiento revolucionario seguiría un tiempo de desconfianzas y falta de un proyecto común en el que “la gente comenzó a dispersarse por barrios nacionales: ¡que cada cual cuente solo consigo! ¡El problema nacional ante todo!”.
Salvando claro está las distancias, en España hemos vivido un proceso que guarda algunas similitudes entre el final de la dictadura y la crisis del Régimen del 78. En el tardofranquismo las izquierdas hicieron de la defensa de la plurinacionalidad de España una de sus banderas, como bien resumía la conocida consigna “Libertad, Amnistía, Estatuto de Autonomía”. El mismo PSOE que ahora sobreactúa en su oposición al referéndum catalán defendía en su programa de 1975 el derecho a la autodeterminación de las nacionalidades y la república federal. La lucha contra la dictadura generó solidaridades y complicidades que permitieron cosas como que Raimon llenase cantando en catalán el Pabellón de los Deportes del Real Madrid en 1976.
Evaporada la magia del antifranquismo, el nacionalismo hegemónico en las periferias derivaría de movimiento progresista y democratizador a una suerte de “¿qué hay de lo mío?” bastante antipático, mientras que la socialdemocracia de los González y Guerra enviaría el federalismo, como el NO a la OTAN y tantas otras cosas, al baúl de los recuerdos, para pasar a abanderar una suerte de patriotismo constitucional en versión casposa y con olor, sabor y jefe del Estado heredados directamente de la dictadura. Cuando en 1997 Raimon volvía a poner los pies en Madrid para actuar, esta vez en un recital en memoria de Miguel Ángel Blanco, las cosas habían cambiado mucho en la villa y corte y el cantautor de Xátiva recibiría como respuesta una avalancha de abucheos e insultos del personal allí congregado.
A principios del siglo XXI los sectores más lúcidos del PSOE, conscientes del agotamiento en el que estaba entrando el sistema político nacido de la Transición, sobre todo en uno de sus eslabones más débil, Catalunya, acuñaron aquella bonita idea de la “España plural” que popularizaría Zapatero. Aquello de la vía tranquila al federalismo fracasó en parte por la oposición del PP y de sus medios afines, pero también por las zancadillas internas dentro de un PSOE donde muy pocos se lo llegaron a creer. Recordemos que de los sectores de la progresía catalana y vasca más hostiles al proyecto de la España plural zapaterista surgirían respectivamente Ciudadanos y UPyD, que en paz descanse.
Hoy los barones y baronesas del PSOE, como nuestro Javier Fernández, ponen un clavo más en el ataúd del partido con su negativa a aceptar un referéndum catalán que tarde o temprano se hará porque a) es inevitable y b) porque la mejor forma de ganarlo es convocarlo cuanto antes. Mientras Podemos y sus aliados se imponen en los principales centros urbanos del país y muy significativamente en Catalunya, el País Vasco y el País Valenciá, el proyecto de quienes acumulan el poder interno en el seno del PSOE parece, como dice Enric Juliana, convertir al partido socialista en algo así como el partido regionalista del centro y sur de España.
Y es que mientras la marea emergente que viene del 15-M tiende a difuminar la frontera entre nacionalistas y no nacionalistas y a generar complicidades y vínculos en la lucha conjunta contra la Troika y el Régimen del 78, al estilo del abrazo entre Ada Colau y Manuela Carmena, la Marea Gallega o los pactos de izquierdas en Navarra y Valencia, el PSOE se bunkeriza con el PP en un discurso inmovilista que para la derecha puede ser rentable, pero que resulta suicida para los socialistas. Todo apunta a que el PSOE no le quedará más remedio que apuntarse en 2016 al proyecto de la España plurinacional y federal liderado por Iglesias, Colau, Oltra y Beiras. Un pacto que podría tener en Otegi un nuevo colaborador si en los próximos meses consolida su imagen de “hombre de paz” y sabe presentarse hábilmente a los no nacionalistas como el Nelson Mandela de Elgóibar.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 42, ENERO DE 2016
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