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Atlántica XXII

Edouard Mairlot: “La Iglesia es una institución moribunda e inmovilista, y eso acaba en una secta”

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Edouard Mairlot: “La Iglesia es una institución moribunda e inmovilista, y eso acaba en una secta”

Isolina Cueli / Periodista 

Edouard Mairlot (Lieja-Bélgica,1935) tuvo claro desde niño que quería dedicar su vida a Jesucristo, de hecho hizo el bachillerato por Letras con miras al sacerdocio. A los  dieciocho años entra en los jesuitas y, contra todo pronóstico, lo destinan a estudiar ciencias, en concreto física nuclear. Y en la universidad descubrió el otro mundo, el otro lado, y ahí empezaron las dudas y las preguntas.

Edouard Mairlot / Foto: Isolina Cueli

Debía ser un buen fichaje, porque sus superiores encajaron todas sus idas y venidas, pero un día fue el definitivo. Para esa fecha ya era médico, podía dedicarse a los más desfavorecidos, en su caso a los emigrantes, en particular españoles, gracias al centro de salud que había puesto en marcha en Bruselas, con una enfermera asturiana, Ángela, Hija de la Caridad. Tres años más tarde, vino un momento de crisis tan grave que no le veía salida. Recuperó su libertad. Poco después la pareja se enamoró y se casaron en 1985. Más tarde, adoptaron a dos niños, que hoy son sus hijos.

Díez Alegría, también jesuita contestatario, decía que la Iglesia es una dictadura. ¿Cómo la ve usted?

La Iglesia es el último poder absoluto de Europa. Por lo vivido y por lo que veo,  se engancha al inmovilismo y da vuelta al pasado. Es como una multinacional, pero no le interesa adaptarse a los tiempos que le toca vivir. Prefiere perder toda su clientela, antes que cambiar algo. Después del Concilio se fueron muchos curas y desde entonces también se distanciaron muchísimos fieles. Es increíble, por ejemplo, cómo trata a la mujer, o mejor cómo ignora a la figura de la mujer. Sabemos que la Iglesia antigua utilizó la Santa Inquisición. Si no lo hace ahora es porque no puede contar con el apoyo del poder civil. Ahora no tiene fuerza para mantener a la gente dentro; el que no está bien, se va.

Usted entró por la puerta grande como novicio jesuita, pero acabó yéndose. ¿Qué pasó?

Me fui, pero al cabo de 32 años. Es toda una historia. Pasó que aprendí a reflexionar por mí mismo estudiando filosofía. Fui después a la universidad a Física, junto con los ingenieros. Fui de la primera generación de jesuitas que no iba por Letras. Descubrí el futuro y al volver al convento, me daba la sensación que retrocedía al pasado. ¡Eran dos ambientes tan distintos! Tenía 23 años y veía que la fe que se vivía en el convento, y en la iglesia en general, no podría, a corto plazo, interesar a mis compañeros universitarios. Me doy cuenta de que entramos en una nueva civilización, un mundo nuevo, basado en el progreso y la evolución de la ciencia.  En la línea de Teilhard de Chardin, el jesuita científico que no pudo publicar en vida y a cuyas obras pude acceder con un permiso especial, creo que el lenguaje cristiano tiene que expresar la fe en Jesús de otra manera nueva. Fue un momento de gran crisis, no de mi fe, pero sí de mi futuro dentro de los jesuitas. Y decidí que era el buen camino, que sería a la vez científico y jesuita.

Pero esa decisión también le acarreó problemas.

Claro que no fue fácil, pero poco después, en 1959, el papa Juan XXIII convocaba e lConcilio Vaticano II para “abrir ventanas”. A medida que se desarrolló pude comprobar que mi elección  iba en la buena dirección, pero el problema estaba en compatibilizarla con la teoría que pregonaba la Institución. En el 63, ya iniciado el Concilio y licenciado en Ciencias, entro en los cuatro años más desdichados de mi vida. Cuando tengo que estudiar la Teología, lo paso muy mal.

El ex jesuita belga con un grupo de presos / Foto: Isolina Cueli

¿Cómo lo encajaban sus superiores?

En el momento de mi ordenación, en 1966, quedé estupefacto cuando el Provincial me dijo que dudó mucho en aceptarme porque “contribuí gravemente a poner en cuestión muchos puntos sobre la Teología y a crear problemas en la comunidad”. 

 ¿Y cómo se terminó todo eso?

Me licencié en Teología Pontificia e inmediatamente descubro al pensador francés, Marcel Légaut, muy poco conocido en España. Comparto su manera de ver las cosas, su perspectiva, otro “lenguaje”, el que había buscado desesperadamente durante los fatídicos cuatro años. Fue tan importante para mí que vuelvo a empezar de nuevo y decidí echar al cubo de la basura todos mis apuntes, a mi entender obsoletos, y todas las claves que me daban como futuro sacerdote. Me fui a Francia, viví bastante comprometido el mayo del 68. Era feliz. Tenía la convicción de que, sin saber a dónde, iba en una dirección que valía la pena. Poco a poco descubría cómo “expresar mi fe”.

¿Luego vinieron más vaivenes?

Sí, iba a tener serios problemas. Me destinan al equipo de capellanes de la Universidad de Lovaina. Me siento en mi salsa. En el 71 se celebra el primer sínodo de obispos en Roma. En mi parroquia decidimos hacer una aportación para nuestros representantes sobre cómo debía ser la figura del sacerdote. Salieron 60 textos y tuve que redactar una síntesis. Las conclusiones eran clarísimas y no han envejecido. Todos los grupos veían al sacerdote al servicio de la comunidad; hombre o mujer, soltero, o no, y no tenía por qué ser para toda la vida… Aquí se armó un gran escándalo, la Conferencia Episcopal condenaba al equipo de capellanes. En poco tiempo se terminaría mi contrato de trabajo. Tenía 35 años y, con el beneplácito de los superiores, decidí estudiar Medicina, lo que siempre me había atraído. 

¿La medicina fue su liberación?

Efectivamente, me licencio en Medicina. Además coincidió con mi primer contacto con la Teología de la Liberación, a través de Gustavo Gutiérrez. Había encontrado el camino, pero aún debía canalizarlo. Las orientaciones de los jesuitas habían cambiado y, de acuerdo con los superiores, voy a trabajar como médico a uno de los barrios más marginales de Bruselas. El proyecto de algunos médicos de esta generación era acercar la sanidad a la gente, a través de los centros de salud, tan comunes hoy, pero inexistentes entonces. En el desarrollo de esta iniciativa coincido con Ángela, asturiana, Hija de la Caridad, que trabajaba en una pequeña comunidad dedicada a los emigrantes españoles. Buscaba un médico generalista para responder mejor a las necesidades que se les planteaban a diario. Yo me puse aprender español.

 ¿Pero qué pasó para que abandonara la Orden?

Después de tres años conviviendo con laicos, quise hacer vida en comunidad. Fue muy decepcionante. Pero, al mismo momento, constato una involución en las posturas de Juan Pablo II, quiere bloquear todo tipo de evolución inspirado por el Concilio. Caí en una depresión severa. Me di cuenta de que mi vocación desde los 23 años se hacía imposible. Recuperé la salud y decidí recuperar la libertad. Antes de incorporarme al trabajo acepté la invitación de la familia de Ángela para visitar Asturias. Sería en el viaje de vuelta, los dos solos, cuando nos dimos cuenta de que estábamos enamorados. Nos casamos a los dos años, en el 85. Seguimos con nuestro trabajo y la vida nos depararía a dos hermanos, un niño y una niña, que adoptamos y hoy son nuestros hijos.

¿Hay mucha diferencia entre la Iglesia en Bélgica y en España?

Hay unas tres décadas de diferencia. Quiero decir que en Bélgica las cosas suceden antes. Aquí aún queda un 22% de gente que va a misa los domingos. Cada año se pierde un uno por cien. Ese era el porcentaje en mi país hace treinta años. Ahora está por el 2-3% y sigue bajando. La Iglesia es una institución moribunda e inmovilista y eso acaba en una secta que se rige por una creencia incondicional y el rechazo del otro, del que discrepa. Y eso acaba en un callejón sin salida. Necesitaría muchos cambios y les dan miedo. Parecido a la derecha política, que no quiere cambios.

¿Cree que la Iglesia belga aún tiene que pedir perdón por los casos de pederastia que causaron tanto dolor?

Por supuesto. Tengo que decir que hay curas trabajando de una forma sana y desinteresada al servicio de la fe. Los más adultos, los más dinámicos se fueron yendo. Pero existen otros grupos que no supieron dar el paso para salir y tampoco soportaban lo que vivían dentro. Se fueron ocupando como podían, sin poder desarrollarse como personas. Es ahí cuando se trabaja esa doble moral, tan perjudicial para todos. Los que se quedaron, más de la mitad, tienen un amor femenino, y los obispos lo saben. Tener un amor es sano, pero ¡cuántos se perdieron en el alcohol, en la pornografía, en la pederastia!.

¿Ahora, en qué cree?

En el catolicismo de Rouco, no; y cada día soy más consciente de que no soy el único que piensa así. Ya pude superar los mensajes del pecado original, la Inmaculada Concepción, etc. Creo en lo que creí siempre, en el amor, en la solidaridad, en la caridad.

¿Y cómo practica?

Pues con mis semejantes, con mi prójimo. Formo parte de comunidades de base en Gijón, donde vivimos desde el año 2003, cuando, ya jubilados, regresamos a España, por nuestros hijos. Compartir la fe es fundamental. Es compartirla con otros que creen que la persona de Jesús les concierne.Pero eso no tiene nada que ver con ir a misa los domingos. Muchos discípulos de Jesús piensan así. Para el año 2015 se está organizando una asamblea del pueblo de Dios, para reunirse libremente, como lo hicieron los primeros cristianos en su asamblea de Jerusalén. Tenemos que volver a la persona del Jesús de los primeros textos, despojado de los adornos y dogmas posteriores.

¿Cree que Jesucristo estuvo casado?

Los textos que conocemos hasta ahora no aclaran nada. Pero sí se ve que mantiene una estrecha relación con las mujeres, sus amigas y su apoyo. Por eso, porque Jesús nunca vio a las mujeres como extrañas, es por lo que yo defiendo que el celibato de los sacerdotes sea opcional.

¿Cómo se definiría desde el punto de vista ideológico?

Puff, en Bélgica manejamos más los conceptos progresista y conservador. En España estaría en la izquierda, centro-izquierda, pero lo que sí soy es una persona que reflexiona de manera más allá de los partidos.  Para que la humanidad no se autodestruya hay que salir del ultracapitalismo. También estoy en la línea del movimiento de los verdes, del ecologismo, porque el futuro del Planeta, y de la humanidad, lo exige. En la parábola del buen samaritano se dice que  “vivir es amar”.

Ahora, que ya está jubilado, ¿pone en práctica esa máxima con su participación en los Talleres de Salud en la cárcel?

Creo que otra prisión es posible, y en Asturias ya existe, gracias a las Unidades Terapéuticas y Educativas. Yo participo como voluntario en un taller de salud y trato de ayudar a los internos a mejorar sus conocimientos sobre la higiene, la salud y la prevención de enfermedades, para que se hagan cargo de su cuerpo y su salud. Es muy gratificante.

¿Cómo fue su integración en Asturias?

Poco a poco. Y gracias a Ángela se hizo más fácil. Asturias y Bélgica comparten muchas cosas, desde Carlos I, que en mi tierra reinó como Carlos V, a las minas de carbón o la siderurgia, dominada también ahora por Mittal, que posiblemente cierre el último alto horno que nos queda. También allí somos una sociedad envejecida que perdió el espíritu de lucha. Y no podemos olvidar que sin aliciente juvenil no hay futuro. Vivimos en Gijón, con lo cual puedo disfrutar del mar y la montaña.

Un indignado más

¿Por qué se emociona al rememorar la creación de la CEE?

La Comunidad Económica Europea (CEE) en el año 1957  fue fantástica, era una forma de cerrar las heridas de la Guerra Mundial por parte de cinco países (Francia, Alemania, Bélgica, Luxemburgo y Países Bajos). Esa iniciativa es premiada ahora con el Nobel de la Paz. Detrás había el deseo de una reconciliación auténtica. En mi familia también lo pasamos mal. Mi padre estuvo en la cárcel por colaborar con la resistencia. Un tío mío murió ejecutado tras ser torturado. Yo era un niño, pero me acuerdo de aquellos años grises en los que había que trabajar mucho para comer y sobrevivir.

¿Cómo ve su evolución, de 5 a 27 miembros?

Es otra cosa, no tiene nada que ver con aquel embrión. Se descontroló, hasta el punto que, a pesar de la moneda única, estamos más alejados unos de otros. Pero sigo apostando por la mundialización. Si no nos unimos, no somos nada económicamente.

¿Será porque faltan estadistas como los de entonces?

Los políticos fueron muy lejos, se consideran los amos y, muchas veces están en connivencia con los que nos explotan. Creo que habría que dar más cancha a la sociedad civil, en la línea de la propuesta que hizo en la ONU el sacerdote François Houtart, que intervino como fundador de los Foros Sociales Mundiales. Analiza crisis por crisis y siempre llega a la misma conclusión: la explotación del hombre por el hombre. A este paso de consumo y de crecimiento necesitaríamos otro planeta para abastecernos, así que tendremos que replantearnos todo. No hay futuro en lo que hacemos.

¿Está desencantado?

No sé si es la palabra, pero veo que hay muchas cosas que cambiar en la política española, que es la que vivo más directamente. Lo primero, las listas abiertas en las elecciones: votar a personas con nombre y apellido.  Sería un revulsivo para que la gente trabaje para ganarse su puesto. Acabo de llegar de Bélgica y allí es lo normal que las listas sean abiertas para votar al candidato que consideras más válido, que puede ser el último de la lista. El voto cerrado no es democrático. Globalmente, soy uno más de los Indignados.

 

 

 

 

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