
Entrada del palacete de Villa Magdalena (Oviedo). Foto / Iván Martínez.
Lucía Naveros / Periodista.
Décadas antes de que el arquitecto Emilio Llano sustituyera las viejas maderas pintadas de blanco de la galería por materiales de imitación invulnerables al paso del tiempo, cuando Villa Magdalena aún se ocultaba a la vista de los curiosos escondida púdicamente tras altos muros, y su cenador no se había convertido en un extraño ovni con pantallas acústicas, es decir, mucho antes de que fuera la biblioteca municipal más cara del mundo, el palacete de avenida de Galicia fue Villa Julia. Así la llamó su constructor y primer propietario, Victoriano G. Campomanes, un comerciante local que encargó el entonces ostentoso chalé al arquitecto Juan Miguel de la Guardia, que tantas maravillas ha dejado en Oviedo. Corría el año 1902. Símbolo de prosperidad económica y de solidez, Villa Julia cambió de propietarios a los pocos años, cuando un empresario mierense la adquirió, tras la muerte de sus primeros dueños.
Pero la casa no parecía un lugar que trajera buena suerte. En los años veinte, los nuevos propietarios del palacete se arruinaron, y Villa Julia fue embargada y subastada con todo su mobiliario. Así, tras un embargo, se hizo con ella Alfredo Figaredo Herrero, tío abuelo de Rodrigo Rato (a quien tantos embargados tienen motivos para recordar). Villa Julia perdió entonces su inicial fuente de inspiración, y pasó a llamarse con el nombre con el que todos la conocemos, Villa Magdalena, en honor de la esposa de su nuevo propietario, María Magdalena Argüelles Álvarez-Campa. Allí, en esta casa que hoy llena titulares, pasó toda su vida la mujer que le da nombre, hasta su muerte, en 1988. Nunca tuvo hijos. Cuando murió (su marido ya había dejado este mundo en 1954 y había sido enterrado en el cementerio de El Salvador, de Oviedo), ya no era la dueña legal del palacete, aunque sí su última ocupante. La sociedad Proina, que agrupaba a la familia, había adquirido toda la finca a cambio de pasarle una renta vitalicia.
Incómoda Presentación
Pero hay otro nombre asociado al de Villa Magdalena, el de Rosario Blanco, una enfermera jubilada de Alicante que aparentemente no parecía tener nada que ver con un palacete que encarnaba el decoro y el buen gusto de la burguesía asturiana. Rosario Blanco, que a lo largo de su vida tuvo varias identidades (pues pasó por varias casas de acogida o adopción), libró una batalla legal contra los herederos de Alfredo Figaredo Herrero que duró años, y de la que salió triunfadora. Esta mujer planteó en los tribunales (y logró demostrar) que era hija natural de Alfredo Figaredo Herrero, y de una mujer que había prestado servicios domésticos en el caserón, Presentación Blanco.
La historia que emerge de las sucesivas sentencias judiciales del caso de Rosario Blanco dice mucho de cómo era la burguesía (y la sociedad entera) de entonces. Presentación, natural de la cuenca minera, acudió a Oviedo a servir, y se colocó en la casa del matrimonio. Tras un tiempo, fue evidente que la joven se había quedado embarazada. La cosa se afrontó como una auténtica conjura para salvar el honor del jefe de la familia, aunque intentaron no desamparar completamente al fruto de los amores adúlteros.
Presentación tuvo a una niña, de la que fue separada al nacer. Tras el parto, la joven fue recluida en un convento de clausura (donde, muchos años más tarde, fue localizada por Rosario). La niña pasó al cuidado de distintas familias, y alguna hasta le dio un apellido, Castro. Pero siempre tuvo conciencia de su origen, de manera que en los años noventa del siglo pasado planteó un sonadísimo pleito que obligó, por orden judicial, a la exhumación del cadáver del patriarca, para hacer las pruebas de ADN. Tras dos pruebas, y un juicio en el que declaró el propio Rodrigo Rato (que aseguró que desconocía la existencia de Rosario y que nunca había oído rumores del viejo escándalo familiar), el Tribunal Supremo concluyó que la enfermera era hija (y también, como tal, heredera) del dueño de la casa.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 45, JULIO DE 2016
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