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La película de Tenneco

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La película de Tenneco

Xuan Cándano

Xuan Cándano / Director de ATLÁNTICA XXII. En la vida no hay maniqueísmos y la paleta de colores es tan extensa como en la naturaleza. Hay blanco y hay negro, pero también el gris que esboza tantas biografías, y toda una gama de matices cromáticos que convierten en irreales las simplificaciones.

Tampoco la existencia se parece a las películas con final feliz y buenos enternecedores que ganan a los malos sin piedad, aunque este género de evasión sea tan reconfortante para los tiempos que corren.

Por eso, entre lo mucho que tenemos que agradecer a los trabajadores de Tenneco, está el reconocimiento a esta excepcionalidad vital.

Porque lo de Tenneco es maniqueo y se puede ver en blanco y negro en este conflicto en vías de solución.

Todo se puede observar con infantil simplismo y acertar. En un bando están los buenísimos, que son los 216 trabajadores de la plantilla de la factoría gijonesa de la multinacional. Tan unánimes y merecidos elogios ha suscitado su victoria épica, comparable a la de David frente a Goliat, que se corre el peligro de agotar los adjetivos. El historiador Rubén Vega lo resume en pocas palabras: lo de los currantes de Tenneco ha sido una lección de dignidad que nos retrotrae a “aquellos tiempos en los que la solidaridad obrera y la conciencia de clase daban sentido a las luchas de los trabajadores y concitaban en torno a ellas multitud de apoyos”.

A su lado están otros buenos actores, imprescindibles en todo reparto que se precie y más en esta historia que pide a gritos a un guionista cinematográfico, que en Estados Unidos ya estaría trabajando. Entre ellos está Antonio Masip, al que el PSOE excluye del Parlamento Europeo justo ahora, cuando consigue el mayor éxito político de su carrera, todo un síntoma de la decadencia del partido. Y por supuesto el Comisario Europeo de la Competencia, Tajani, y su jefe de gabinete, Diego Canga, que se ganaron el sueldo y el respeto de los europeístas. Buenos fueron también políticos e instituciones, que actuaron sin fisuras contra una deslocalización escandalosa, imitando la unidad de los trabajadores.

En el bando de los malísimos están los directivos de la multinacional, empresarios sin escrúpulos para los que las personas son números y nóminas prescindibles.

Frente a su inteligente estrategia, que combinó movilización, negociación y asamblearismo, la plantilla de Tenneco tuvo también a los malos sindicalistas, mucho más preocupados por el éxito y la propagación del modelo sindical de la factoría gijonesa que por la solución del conflicto.

De la lección de dignidad que nos dio a todos la plantilla de Tenneco -plantando cara a la resignación y no dando el partido por perdido en la caseta, como es norma en los conflictos laborales- se extraen otras muchas sociales, políticas o simplemente humanas, pero la sindical es la más llamativa.

A la entrada de la fábrica, al iniciar su encierro indefinido, los despedidos de Tenneco colgaron una pancarta que dice que otro sindicalismo es posible. Y lo demostraron con sus prácticas. Fueron respetuosos con los sindicatos y todos tienen representación en el comité, pero no admitieron que los representara ningún sindicalista liberado o las Federaciones de Industria de las centrales. Todas las decisiones importantes se tomaron en las asambleas, a las que dieron poder decisorio.

Un dirigente sindical se ofendió mucho cuando un sindicalista de Tenneco le espetó que las centrales estaban más que nada para aportar sus servicios jurídicos.

Los sindicatos mayoritarios no quisieron entender que los tiempos están cambiando, como decía Bob Dylan y se vio en las plazas del 15-M, esa ola ciudadana que vino para quedarse, también en el mundo sindical.

Encerradas en su búnker, las cúpulas sindicales no vieron en el conflicto de Tenneco una señal de cambio, sino una amenaza, y echaron un pulso a sus trabajadores en lucha.

Convocaron en Gijón una manifestación a los pocos días de otra multitudinaria de la Asamblea de Empresas en Lucha que nació en el encierro de Tenneco. Y los sindicatos mayoritarios perdieron el pulso de la calle.

La épica victoria final de los héroes de Tenneco también fue la derrota de la resignación, del posibilismo y del verticalismo de los grandes sindicatos, que cada vez lo son menos. Si los obreros gijoneses hubieran dejado su problema y las negociaciones en manos de las Federaciones de Industria de UGT y CCOO, ahora estaríamos lamentando la huida de una multinacional y la pérdida de muchos empleos cualificados en una fábrica también vanguardia en investigación.

Pero no siempre ganan los malos.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 32, MAYO DE 2014

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