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Atlántica XXII

La pseudociencia se licencia

Ciencia

La pseudociencia se licencia

Cada vez hay más cursos, jornadas y seminarios de astrología, eneagrama, crecimiento personal e incluso espiritismo auspiciados por las universidades. 

Ilustración Alberto Cimadevilla

Sergio C. Fanjul/ periodista y astrofísico. Si de alguna manera tuviéramos que definir los tiempos  que nos ha tocado vivir, podríamos denominarlos científico-  tecnológicos. Nos relacionamos y trabajamos a través  de ordenadores y redes sociales, disfrutamos de avances  cada vez más prodigiosos de la medicina y conocemos  secretos del Cosmos con una seguridad impensable hace  no tantos años.

Sin embargo, no está claro que la ciudadanía  y otras instituciones hayan asimilado en la misma  medida este conocimiento ni el método científico mediante  el cual se alcanza.  La Universidad de Zaragoza creó en octubre del año  pasado una Cátedra de Homeopatía que fue el detonante para la redacción del manifiesto Por una universidad  libre de pseudociencia y oscurantismo, promovido por el blog  colectivo La ciencia y sus demonios (http://cnho.wordpress.  com/). «La Universidad juega un papel muy importante  ante el avance que en la sociedad contemporánea están  teniendo determinadas corrientes anticientíficas y antirracionales,  que pueden suponer un significativo retroceso  hacia el oscurantismo y la superstición, algo que se  encuentra en el polo opuesto de los objetivos universitarios.

Nos preocupa, como universitarios y como ciudadanos,  que bien entrado el siglo XXI cada vez prolifere un  mayor número de terapias más próximas a la magia que  a la medicina, (…) que presidentes de gobierno consulten  astrólogos; que pulseras mágicas declaradas oficialmente  fraudulentas sean portadas por ministros de sanidad  y constituyan el regalo más vendido de las últimas  navidades; que cada vez haya más ciudadanos que crean  firmemente que las vacunas son  tóxicas y nefastas para la salud;  que aumente el número de enfermos  que abandonan el tratamiento  médico para abrazar alternativas  esotéricas; nos preocupa muy  seriamente que gran parte de la  población vuelva a confiar más en  los curanderos que en la medicina  científica», reza un fragmento del  manifiesto.

El caso de la Universidad de Zaragoza no es único,  pero vino a colmar el vaso. Por todo el territorio español  se encuentran diseminados cursos, jornadas y seminarios  de astrología, eneagrama, crecimiento personal e incluso  espiritismo auspiciados por las universidades, según  se recoge puntualmente en el blog La lista de la vergüenza (http://listadelaverguenza.blogspot.com/). «Las universidades  son centros de conocimiento, no de creencias  mágicas. El hecho de que se impartan en la universidad  puede legitimarlas ante la sociedad. No es solo un fraude  para los que las estudian, sino para los futuros clientes de  esas personas que valorarán su título universitario», explica  Fernando Frías, vicepresidente del Círculo Escéptico  y uno de los autores del blog. «Creo que, en general, hay  una falta notable de cultura científica en España», continúa  Frías, «afortunadamente hay una serie de divulgadores  e investigadores que están empezando a poner  remedio a esta situación en museos de la ciencia, en planetarios,  en muchos blogs. La ciencia se considera un conocimiento  muy especializado, por encima de la educación  básica, pero hay que entender que también es parte de la  cultura».

Astrología y ‘horoscopía’ 

Juan Trigo es doctor en Ingeniería Química y presidente  de la Sociedad Española de Astrología. Cree que la ciencia  y la astrología no se contradicen, sino que se «enriquecen  » mutuamente. ¿Debe enseñarse astrología en la  universidad? «Rotundamente, sí», responde, «aunque es  evidente que solo puede enseñarse la astrología que se  enseñaba hasta la Edad Moderna, es decir, una disciplina  rigurosa, compleja, enraizada en diversas ramas del  conocimiento y para la cual se necesitan muchos años de  estudio y atención, y sobre todo asentada sobre el trabajo  de científicos durante milenios, y personalidades no tan  lejanas de nuestros días, como Paracelso, Nostradamus,  Kepler, Galileo, Da Vinci, etc.». «Ha sido la utilización  restrictiva y excluyente del método científico por parte de  un sector de la clase científica lo que ha hecho apartar del  catálogo de la ancestral universitas (universal) gran parte  del conocimiento antiguo, como la alquimia, etc.», continúa.  «Dicho todo lo cual, déjenme salir en defensa de mis  colegas de la Universidad. Tienen razón en abrigar tanta  desconfianza hacia la astrología, por la falta de rigor, el  oportunismo y el abuso del sensacionalismo y la credulidad  de la gente, asustada por sus problemas cotidianos,  de muchos que se hacen llamar  astrólogos. Se ha vertido muchísima  basura con la etiqueta de la astrología.

Tienen razón, «eso» no es  astrología, quizá cabría llamársela  horoscopía».  En el imaginario popular la ciencia  ha sido considerada tradicionalmente  como un saber abstruso  y solo apto para iniciados, al que  mejor no acercarse. Pero las cosas están cambiando: según  la encuesta bienal sobre la Percepción Social de la Ciencia  2010, publicada en noviembre de 2010 por la Fundación  Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt), el interés  de la sociedad española por la ciencia ha crecido un 36%  en dos años. «Sigue siendo un interés medio, hay temas  que interesan más como la medicina y la salud, el deporte  o la seguridad ciudadana. Ya sabemos el pequeño lugar  que ocupa la ciencia en los medios y el debate público…

Pero lo que es muy positivo es la evolución, un interés  creciente que beneficia nuestra actividad», explica Gonzalo  Remiro, de Fecyt. «Se nota en cosas como que cada vez  hay más gente que lee los prospectos de medicamentos  o instrucciones de aparatos, o en el amplio porcentaje de  ciudadanos que no quieren que se reduzca el presupuesto  en ciencia e innovación».  Con el objetivo de divulgar el conocimiento científico se  creó en noviembre del pasado año en la Universidad del  País Vasco la Cátedra de Cultura Científica. «Pretendemos  conseguir que la ciudadanía tenga un nivel de cultura  científica acorde con la sociedad tecnocientífica en la que  vivimos. El nivel de conocimiento e interés es bajo en  comparación con el desarrollo científico de la sociedad»,  explica el catedrático Juan Ignacio Pérez. «Para tomar  decisiones bien informadas hay que tener una noción de la  ciencia y de sus descubrimientos, tanto en decisiones cotidianas  individuales, como colectivas. Solo una sociedad  con conocimiento científico funcionará bien y será exigente  con sus políticos. Una sociedad bien formada es más  libre y exigente, más crítica.»

 

PUBLICADO EN ATLANTICA XXII, Nº 13, NOVIEMBRE DE 2010

 

 

 

 

 

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