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Las trampas del posmachismo

La movilizaciones contra las agresiones a las mujeres se han generalizado este año. Foto / Iván Martínez.
Lejos de haber llegado a la igualdad, se han paralizado aquellas acciones para alcanzarla con el argumento de que ya se ha logrado, alegando que se producen, por el contrario, políticas que desconsideran a los hombres. Es la diferencia entre la igualdad formal y la real. El sistema patriarcal ve peligrar sus privilegios, las voces de las mujeres cada vez se alzan más, rompiendo la ley del silencio que tradicionalmente les es impuesta, para denunciar y visibilizar las trampas del machismo, cada vez más sutil y violento para mantener a cada uno en su lugar. Es el que todo cambie para que todo siga igual.
Elena Plaza / Periodista.
“La perversión de todo este proceso es el posmachismo, el desarrollo de estrategias para generar confusión, distancia, pasividad… Los machistas de hace cincuenta años no tienen nada que ver con los de ahora. Cambiar pañales o ir al supermercado no es la clave. Las relaciones de poder siguen existiendo. El patriarcado pretende mantener todos sus privilegios y hace lo necesario para mantener esa posición de poder”, explica Miguel Lorente, médico forense y exsecretario de Estado para la Violencia de Género entre 2008 y 2011.
Señala Lorente que “el machismo es cultura, y la cultura es identidad. La cultura nos da unos valores para articularnos sobre la idea de qué es ser hombre y qué es ser mujer. Eso es lo que la cultura machista pretende que perdure. La conducta es producto de esa cultura y la cultura es lo que lleva a las personas a comportarse de una manera determinada”. Es decir, que todo lo que se sale de esos parámetros tiene una posición marginal, sobre todo si es algo que cuestiona el sistema patriarcal, como pueden ser las maternidades matrifocales, en las que se reconoce la autoridad de la madre y se rechaza la prioridad e ineludibilidad de la paternidad, como manifiesta la antropóloga Patricia Merino, autora del libro Maternidad, igualdad y fraternidad.
A lo largo de la historia se han consolidado cambios que han provenido de la unión de la sociedad cuando se han cuestionado estructuras normalizadas como el racismo, las dictaduras… “Pero nunca ha habido una crítica al machismo, a la cultura de la violación, a la cosificación de la mujer… a la cultura que el hombre dictaminaba porque la normalidad decía cómo debía ser. Hoy en día, cuando se cuestiona, aparecen las justificaciones, como en el caso de las violaciones. Y lo que se cuestiona es la cantidad, pero no el hecho de que existan esas conductas”, analiza Lorente.
La realidad se transforma cuando se demuestra que es injusta, pero, cuando el movimiento comienza a ser visible, la reacción para mantener esos privilegios es violenta. Pero no necesariamente una violencia física, sino sutil, que tergiversa el discurso igualitario para presentar trampas en las que enredar, normalizando situaciones que, curiosamente, a veces son las propias mujeres las que no identifican como violencias. “Cuando una mujer dice ‘mi marido me pega lo normal’ es porque la cultura ha dicho que es normal que el marido pegue”.
Y a pesar de las enormes cifras anuales de mujeres asesinadas por la violencia machista de hombres que no son considerados terroristas, según el CIS solo el 1% de la población lo considera un problema grave. “Cuando una sociedad está tan ciega es porque hay algo que no funciona, que está influyendo para que no se posicione. Y se responde con argumentos como las denuncias falsas, que las mujeres también maltratan… Es la estrategia de la confusión. El posmachismo lanza mensajes contradictorios para crear esa confusión, como que el papel de las mujeres es la maternidad, pero luego se las acusa de malas madres para arrebatárselo. Cuanta más incoherencia, más confusión”, afirma Miguel Lorente, que también es autor del libro Tú haz la comida, que yo cuelgo los cuadros.
Erradicar, no gestionar
Durante la existencia del Ministerio de Igualdad una de cada cuatro llamadas al 016 era realizada por un hombre en términos negativos (insultar, menospreciar…); hoy, que no existe, esa cifra ha disminuido. Estas situaciones dan idea de cómo molestan los logros cuando se trabaja por la igualdad. “Cuando no se cree en la igualdad, sino que se busca perpetuar el modelo de desigualdad, se reestructuran los recursos sin entrar en el conflicto abierto, se adoptan formas para dar la idea de que se trabaja en una línea pero sin intención de transformar la realidad. La desigualdad no se gestiona, se erradica”, afirma categóricamente el exdelegado para la Violencia de Género.
Tradicionalmente el hombre lo ha sido todo, se toma lo masculino como referente universal, y en ello se reconocen hombres y mujeres, y luego está lo de las mujeres, como valor que aparece en determinados momentos. De hecho el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua le reconoce a él la racionalidad como genérico universal, no así a ella, que no deja de ser un complemento de lo masculino.
El sistema sigue concibiendo a la mujer como una menor que necesita ser tutorizada, y es a ella a la que se le dan las recomendaciones para que se proteja o no dé lugar a determinadas situaciones. Mensajes en la línea “mujer, no andes sola por determinados lugares a ciertas horas”. Pero no se educa a los hombres en el respeto: “No mates, no violes, no acoses, no toques… No es No. Y ante la duda, también es No”. No se cuestiona a los hombres. Ejemplos recientes son el caso de ‘La Manada’ o los jugadores de la Arandina. “Sin saber nada se organiza una manifestación en apoyo a los jugadores ante la denuncia de la mujer. Algo tiene que haber para que el juez los mantenga en prisión tanto tiempo. Y ese tipo de referencias están ahí”, comenta Lorente. Se habla del puritanismo de las mujeres, pero son los hombres los que dicen cómo tienen que ser las mujeres.
En el proceso de institucionalización del patriarcado se impusieron esas relaciones de poder que generaron dependencia de la mujer hacia el hombre. Pero las mujeres reclaman su lugar en igualdad de derechos. Y cuanto más alta la voz, mayor es la reacción beligerante. Señala Lorente que “no hace falta someter al sometido. Si haces lo que se espera de ti nadie te maltrata. Pero cuando la mujer se enfrenta al hombre, la violencia aumenta, los homicidios aumentan. El hombre intenta corregir y castigar esas desviaciones. La transformación social está ahí porque las mujeres están cambiando, y los hombres no, que responden con violencia para mantener los espacios. No puede haber igualdad sin hombres en la igualdad. La igualdad es una referencia de convivencia y cada vez habrá más mujeres reforzadas y convencidas, pero seguirán sufriendo las consecuencias de quienes están en el lado contrario”, matiza.
Para Lorente está claro que hay que romper esa identificación del hombre con el no ser mujer (los hombres no lloran, no juegan con muñecas…) y pensar en el eterno femenino como eterno universal. “Hay que cuestionarse esa idea de hombre tradicional y sus referentes y adoptar esos valores aplicados a lo femenino, y que todo ser humano tiene, como la empatía, la solidaridad, la gestión de emociones… Hay que cuestionarse esa construcción de la identidad basada en el sexo donde el hombre y la mujer lo son por condición. Es entonces cuando la construcción patriarcal responde con tanta beligerancia. Del mismo modo hay que evitar caer en la trampa de reproducir el modelo masculino como modelo de éxito porque entonces el modelo machista se perpetuará”.
Paternidades rabiosas y custodia compartida
Otra de las trampas presentes disfrazada de falsa igualdad son las custodias compartidas llevadas a cabo por paternidades rabiosas, como las define el sociólogo Michael Flood, definición de la que se hace eco la antropóloga Patricia Merino. “La imposición de este tipo de custodias tiene que ver con la intolerancia hacia las maternidades no patriarcales o antipatriarcales. La imposibilidad de pensar la maternidad fuera del marco de la familia patriarcal biparental es la prueba de hasta qué punto la conceptualización y la práctica de la maternidad está hoy aún modelada y secuestrada por un mandato patriarcal que la prescribe al servicio del padre. Maternidades sin la tutela y protección de un varón han existido siempre, pero en los patriarcados clásicos eran marginales y estigmatizadas, precisamente por ser subversivas”, señala Merino.
“Se piensa que es la mejor forma de tener la custodia, pero el problema viene al organizarse como movimiento: los hombres pierden el control sobre la separación cuando son las mujeres las que lo deciden porque tienen capacidad e instrumentos legales para hacerlo, se incorporan al mercado laboral, viven su vida con autonomía y la sexualidad de manera distinta a lo impuesto. Los hombres ven que una mujer separada con hijos no es un lastre para la sociedad, sino una persona con toda la capacidad para seguir viviendo y disfrutando. Antes no pasaban la pensión y no pasaba nada, ahora pueden ir hasta a la cárcel. Eso empieza a preocuparles, que es donde empieza el posmachismo, y es entonces cuando se han ido organizando para quitarle autonomía a las mujeres”, explica el forense Miguel Lorente.
Eva perversa
Los movimientos a favor de esta custodia alegan la disminución de la violencia doméstica ya que a las mujeres “se les acaba el negocio” (por la teoría de las mujeres mantenidas y el mito de la ‘Eva perversa’) y, al mismo tiempo, cayendo en la contradicción, justifican esta violencia a la que se ven “obligados” por la actitud de estas Evas actuales. Según Merino, esta violencia “disminuye porque una compartida impuesta otorga un enorme poder al hombre, que es quien suele pedirla; hablamos de relaciones de poder patriarcales. Y el varón usa ese poder para cuestionar, dificultar, condicionar y controlar cualquier decisión sobre los hijos. Las madres que buscan la tranquilidad de los hijos accederán a callar, acatar y renunciar. Estas custodias impuestas son un arma para restaurar una potestad paterna muy erosionada y restablecer la paz a la antigua usanza, por coacción y sometimiento”.
“Está claro cuándo el interés aparece de repente, nunca reivindicaron a los hijos, pero ahora preocupa el disfrute de la casa y la pensión de alimentos. Si es consensuada es la mejor forma, pero la impuesta es una trampa y genera conflicto. No hay ese compromiso de afectos y cuidados, y eso queda demostrado cuando nunca hubo tutorías, visitas al pediatra… Siempre al cuidado de la madre, pero ahora aparece ese interés repentino. Se ha instrumentalizado a la madre y, cuando ésta se opone, se piensa que lo hace para fastidiar y aprovecharse. Es la reactualización de la Eva perversa”, afirma Lorente.
Al mismo tiempo lo compara con “un alzamiento de bienes en una empresa, lo que es más que sospechoso. Pues aquí hablamos de un alzamiento de afecto artificial para un expediente de divorcio de diseño. Lo terrible es que resulta creíble algo tan fácil de demostrar porque se parte de que los hombres son buenos y es la perversidad de las mujeres lo que les hace comportarse mal, incluso llegar a la violencia. La Justicia es machista”. En esta línea Merino señala que “la misoginia ambiental normativa es especialmente virulenta con las madres y las prácticas maternas”.
“Los textos pseudoigualitarios de estos padres rabiosos hablan del derecho de los niños a tener padre y madre. Esta aparente preocupación por la felicidad de sus hijos es una completa falacia. El derecho que a ellos realmente les importa es el del padre a tener una potestad lo más absoluta posible sobre los hijos y a bloquear cualquier posibilidad de que su ex pueda acceder a recursos económicos por el hecho de ser la madre de sus hijos”, dice Patricia Merino, quien añade que “hay una gran confusión sobre lo que realmente es una paternidad igualitaria. Un padre igualitario jamás va a un juicio para organizar el futuro de sus hijos porque sabe que el sistema es patriarcal. Buscará vías de diálogo y negociación. Interponer una demanda muestra muy poco interés por el bienestar superior de los menores”.
La pérdida de los privilegios desencadena una dura batalla. Unos privilegios que parecen formar parte de la genética de la identidad cultural. “Hablamos de cultura como referencia y de identidad como aplicación. Para cambiar la cultura hay que cambiar la identidad de la gente. Pero no se deja transformar porque la cultura dice que tienen que hacer lo que hacen. Y los intentos de cambio son atacados desde posiciones de poder. Hablamos entonces de una cultura interesada, de poder y violenta”, concluye Lorente.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 55, MARZO DE 2018

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