Al ser humano le encanta imaginar duelos fantasmales e Internet es un hogar idóneo para toda clase de rings inventados. Así, son muchos los que se divierten poniendo contra las cuerdas a Superman y Batman mientras teorizan sobre quién ganaría en un combate ficticio, sobre si la infiel más infiel fue Emma Bovary o Anna Karenina, sobre si resolvería antes un caso Sherlock Holmes o Hercules Poirot, sobre si quien realmente inventó el cine fue Eisenstein o John Ford. A mí me llama poderosamente la atención el combate Orwell versus Huxley, en el que se discute cuál de los escritores de las dos distopías más famosas de la literatura (con permiso de Ray Bradbury) pudo ver con más claridad el futuro.
En su novela 1984, George Orwell nos relata una sociedad futura de regímenes totalitarios, donde la guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza, se vive en un estado de represión militar y burocratizado y Gran Hermano vigila constantemente a cada uno de sus ciudadanos. En Un mundo feliz, Aldous Huxley nos habla sobre una futura humanidad desenfadada, saludable y avanzada tecnológicamente, en la que la guerra y la pobreza han sido erradicadas, y todos son permanentemente felices. Pero todas estas cosas se han alcanzado tras eliminar muchas otras: la familia, la diversidad cultural, el arte, el avance de la ciencia, la literatura, la religión y la filosofía. En ambos libros sus autores reflexionan sobre cómo el mundo se puede ir al garete mientras la mayor parte de la sociedad no hace absolutamente nada por evitarlo, y tanto Orwell como Huxley vienen a decirnos que dejar de luchar es empezar a morir.
Sin embargo, hay muchas diferencias entre ellos: Orwell temía que censuraran los libros, Huxley temía que no hubiese ninguna razón para censurarlos porque no habría nadie que leyera ninguno; Orwell temía que nos privaran de la información, Huxley temía que nos dieran tanta información que nos viéramos reducidos a la pasividad y a la tendencia de hablar sobre nosotros mismos; Orwell temía que la verdad se nos ocultara, Huxley temía que la verdad fuera ahogada en un mar de irrelevancia; Orwell temía que nos convirtiéramos en una cultura cautiva; Huxley temía que nos convirtiéramos en una cultura trivial; en 1984 a la gente se la controla infligiéndole dolor, en Un mundo feliz a la gente se la controla infligiéndole placer. En definitiva, Orwell temía que lo que odiamos terminara por arruinarnos, y Huxley temía que lo que terminaría por arruinarnos es aquello que amamos.
Hoy en día y en este lugar (Asturias, 2014) yo me inclinaría porque es Huxley quien ha ganado. Que lo que amamos, es decir, la sociedad del bienestar, ha sido lo que nos ha apoltronado. Ya no existe una férrea censura estatal, pero sí una fuerte autocensura generada por motivos económicos (ya sea en grandes medios de comunicación como a nivel individual). Ya no es “al que se mueva, tiro o cárcel”, pero sí “el que se mueve no sale en la foto” y fuera de esa instantánea hace frío, no hay poder ni suculentas rentas. No nos mueven los ideales tanto como nos mueve la codicia. No nos mueven tanto las ideas como nos mueve la comodidad, a la que, por cierto, siempre hemos aspirado.
Y la triste realidad es que en esto, ya seamos grandes empresarios, políticos, periodistas, encofradores o vendedores de lotería, estamos casi todos de acuerdo si nos hacemos un verdadero análisis de conciencia. Durante mucho tiempo, cuando la crisis aún no había estallado, dejamos que nos robasen. Porque cualquier ciudadano de a pie, por una vía u otra, sabía de los trapicheos de los poderosos, pero lo dejábamos pasar como si eso fuera otra regla más del juego, como si el que nos engañaran fuera un mal necesario. Nadie nos torturaba para que guardáramos silencio, pero las cosas iban medianamente bien para todos, esto es, nos infligían placer. Cambiamos parcelas de libertad por parcelas de seguridad con una velocidad pasmosa y apenas sin darnos cuenta del precio que pagamos por lo que nos están dando a cambio.
Por todo esto pienso que Huxley ha ganado. Pero que cada uno saque sus propias conclusiones, que lea 1984 y Un mundo feliz, que nadie nos impide ya leer libros, y si no lo hacemos, cada cuál sabrá por qué.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 31, MARZO DE 2014
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