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Atlántica XXII

Llanto de un preso por un funcionario

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Llanto de un preso por un funcionario

Cárcel de Villabona (Asturias). Foto / Pablo Nosti.

Cárcel de Villabona (Asturias). Foto / Pablo Nosti.

Toni Arnaldo / Recluso de la cárcel de Villabona (Asturias). Puede resultar difícil de entender, e incluso ser paradójico, que un preso pueda escribir y opinar de un modo objetivo sobre un funcionario de prisiones.

Y es que aquí sufrí tal sacudida mental, que sus consecuencias me liberaron de toda clase de prejuicios y ahora no haré la menor concesión concerniente a mi libertad de expresión y pensamiento.

Hoy es necesario para mí hacer esta triste reflexión porque sé que de todo en la vida debo aprender, aunque solo sea por las personas que en alguna ocasión tengo o he tenido en mi entorno, como a don Alejandro Rodríguez Díaz.

Para toda su familia, amigos, conocidos y desconocidos:

Dicen que no existe peor cosa que despertar a un preso cuando está dormido porque puede estar soñando con su libertad.

El pasado día 20 de mayo cortaron mi sueño con una desagradable y aún más triste noticia: la inesperada y prematura muerte de don Alejandro, Educador Social en el Módulo de Respeto Nº 6 de la Prisión de Villabona.

Orientar, educar y guiar desde el respeto al preso no es perder autoridad, sino ganarla. Y, si además se le estimula la exigencia de creer en un futuro menos incierto que el de vivir en prisión, mejor.

Don Alejandro, en la distancia larga y cuando hablaba en nuestra asamblea diaria, tenía un lacónico discurso, claro y directo. El nunca se desviaba de la verdad, nunca daba esperanzas que resultaran engañosas, él nunca endulzaba la realidad. Era un profesional serio, interesado y preocupado por los problemas de las personas.

En la otra distancia, la corta, donde la interacción es cercana y más humana, donde el diálogo es más fluido, no solo me demostró ser un denodado luchador de lo que algunos llaman “conciencia social”, sino que también la defendía día a día con su trabajo.

En nuestra conversación más cercana y de extramuros, él siempre hacía unos elogios tan desmesurados del pequeño y singular concejo de Muros del Nalón que, si no fuera porque uno conoce la excelsa belleza de la zona, diría que don Alejandro era un exagerado. Y desde el Puente de la Portilla, pasando por la Ermita de Santa Eulalia, paseando por la Plaza del Marqués y bajando hasta la desembocadura del Río Nalón en San Esteban, él lo describía con un amor tan profundo como el mar Cantábrico que baña su costa y en un sublime contexto lleno de calidez y belleza.

“Los días buenos, ya sabemos, a pintar y más pintar, aprovechando los rincones más insólitos. Ya hablamos de la barca que se hizo famosa con la colonia artística, provista de una gran vela pintada por Plasencia, y que recorría el Nalón arriba y abajo, buscando luces y paisajes” (Juan Santana, sobre Muros de la época de la Colonia de Artistas).

Muros lo visitó Joaquín Sorolla, lo pintó Plasencia, lo trazó Tomás García Sampedro y le dieron color sus colegas coetáneos. Y así lo dibujaba usted con sus palabras, don Alejandro.

Las playas de Aguilar, Las Llanas, El Focarón, La Talaya… y hasta el Palacio de Valdecarzana  le echarán mucho de menos, pero no más que quien suscribe; y sé que nunca dejará de orientarme.

Desde la prisión de Villabona, gracias don Alejandro. Y nada mejor que nuestro mar Cantábrico para ahogar mi pena.

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