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Atlántica XXII

Los días del arco iris

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Los días del arco iris

Agustín Iglesias Caunedo (PP) entrega el bastón de mando de la Alcaldía de Oviedo a Wenceslao López (PSOE). Foto / Pablo Lorenzana.

Agustín Iglesias Caunedo (PP) entrega el bastón de mando de la Alcaldía de Oviedo a Wenceslao López (PSOE). Foto / Pablo Lorenzana.

Pablo Batalla Cueto / Periodista.

Nada certifica mejor el final de una tormenta que un arco iris. Consciente, tal vez, de ello, el tripartito que ha ganado para la izquierda la capital asturiana no tuvo inconveniente alguno en que una de sus primeras medidas fuera aceptar una propuesta lanzada desde las Juventudes Socialistas de Asturias: izar en el Ayuntamiento la bandera arco iris del movimiento homosexual durante los festejos del día del Orgullo Gay. La tormenta que se termina son, en este caso, casi cinco lustros de gobierno ininterrumpido del PP, y el nuevo Oviedo participa con su bandera homosexual, impensable en el viejo, de una tendencia apreciable en toda España, allí donde se ha puesto fin a largos cacicatos: la de rubricar con gestos llamativos y simbolismos potentes el cambio de era. En otro rincón de Asturias, Cudillero, ha sido la retirada de un retrato de Francisco González, alcalde entre 1991 y 2012, de la pared de la sala noble de un Consistorio que ahora presidirá el PP la expresión gráfica del fin de otro cuarto de siglo, el de los Gobiernos de un PSOE manchado por la corrupción y las prácticas clientelares.

En general, la convulsión que han supuesto los últimos comicios para Asturias parece histórica. De arco iris también cabe hablar, aunque en otro sentido, a la hora de analizar el resultado de las elecciones autonómicas, que han dado lugar a la Junta más atomizada de la historia democrática asturiana. Seis fuerzas se repartirán los escaños del parlamento astur durante los próximos cuatro años, y sus colores son precisamente los del arco iris, excepción hecha del amarillo: rojo PSOE, naranja Ciudadanos, verde Izquierda Unida, azul PP, añil Foro y morado Podemos. En este caso, el arco iris no anuncia el final de una tormenta, sino el principio de otra: la de una legislatura que se prevé bronca y que Javier Fernández no va a tener nada fácil agotar. El cordón sanitario que en otros lares se tiende en torno al PP se dispone en Asturias, como en Andalucía, alrededor del partido que, al decir del comentarista político Luis Arias Argüelles-Meres, representa aquí la idea de régimen, que no es otro que el PSOE.

No son buenos tiempos para la otrora todopoderosa Federación Socialista Asturiana. La FSA gana una vez más –solo dejó de hacerlo en 1995, cuando ganó el PP, y 2011, el año triunfal de Francisco Álvarez-Cascos–, pero lo hace pírricamente y ve esfumarse no solo Cudillero o Llanes, sino antiguas joyas de la corona socialista como las cuencas mineras, donde Izquierda Unida es la principal beneficiaria del descrédito de los socialistas por el Caso Villa, o Gijón. En la mayor ciudad asturiana la suma PSOE-IU-Xixón Sí Puede gana, pero no pacta, y no lo hace porque la coalición formada por Podemos y Equo ve en la forista Carmen Moriyón un mal menor, o si acaso igual, a un Gobierno del socialista José María Pérez. La decisión fue refrendada en una polémica votación popular, criticada por su escasa representatividad –solo poco más de 3.000 sufragios– y por la participación en ella de notorios votantes y militantes de Foro, pero que bastó a Xixón Sí Puede para considerar legitimada su negativa a apoyar a Pérez en el pleno de investidura.

El PSOE ya no reparte cartas

El PSOE asturiano no solo ha perdido las rumbosas mayorías absolutas de antaño, sino algo más importante, lo que el hoy muy citado Antonio Gramsci llamaba hegemonía: eso mismo que una vez resumió Margaret Thatcher diciendo que Tony Blair había sido el mayor logro de su largo mandato, en el sentido de que había obligado a los laboristas a ejecutar políticas liberales si querían ganar las elecciones. En Asturias, como en el Reino Unido de los noventa, el laborismo gobierna, pero ya no reparte las cartas. El puesto comienza a corresponder a Podemos, formación a la que cada vez le cuesta menos incrustar sus eslóganes en el cambiante magma que es el llamado sentido común. Que la dialéctica izquierda/derecha sigue siendo válida para explicar el mundo, por ejemplo, es ya una opinión que nadie puede sostener sin esperar contestación, y el propio PSOE se ve obligado, para no encontrarla, a buscar eufemismos a la hora de proponer pactos que ya no son de izquierdas, sino de progreso. Pero ni siquiera así consiguen resultar atractivos a sus interlocutores. Para más inri, los socialistas reaccionan a los vaivenes del momento y al rechazo que suscitan con un evidente desnortamiento.

En la capital asturiana, el pacto PSOE-Somos-IU solo fue posible merced al acto de generosidad de la marca local de Podemos, que votó a favor de la investidura del socialista Wenceslao López pese a haber obtenido mil votos y un escaño más. Ello sucedía después de que la FSA prohibiera a López y a los socialistas, un día antes de la investidura, llevar a efecto el acuerdo ya firmado por el cual el PSOE carbayón apoyaría la investidura de Ana Taboada, de Somos. Lo hacía en venganza por la negativa de Xixón Sí Puede a apoyar al PSOE en Gijón, y se encontraba con ello una fuerte oposición en Oviedo, cuya población votante de izquierdas entendía que los ovetenses no debían pagar con cuatro años más de gabinismo el desencuentro gijonés.

Las consecuencias que habría tenido que finalmente hubiera sido Agustín Iglesias Caunedo el investido solo pueden conjeturarse, igual que las que tendrá en futuras convocatorias electorales, como las generales de finales de año, la frustrada vendetta de la FSA para el éxito electoral de los socialistas. Parece claro, en cualquier caso, que la maniobra, universalmente calificada con etiquetas que llevan el sello de Podemos, como cambio de cromos o vieja política, no va a ser olvidada a corto plazo, no va a redundar en beneficio alguno para el socialismo astur y va a dar alas, sin embargo, al partido de Pablo Iglesias. Podemos carece de grandes aliados mediáticos, excepto tal vez La Sexta, pero es fuente inagotable de noticias, también en Asturias desde que irrumpió en la Junta General. Sus nueve diputados, conscientes de ello, juegan con habilidad la carta de la teatralidad, que incluye desde invitar al parlamento a representantes de la Asamblea de Trabayadores en Llucha hasta defender con vehemencia —y hacerlo en solitario— una fuerte bajada de los salarios de los diputados. Sus enemigos, incluida IU, lo llaman postureo.

Mercedes Fernández (PP) y Emilio León (Podemos) frente a la Junta General. Foto / Pablo Lorenzana.

Mercedes Fernández (PP) y Emilio León (Podemos) frente a la Junta General. Foto / Pablo Lorenzana.

No solo declina el PSOE en Asturias. También lo hace Foro, que, pese a conservar Gijón y Ribadesella, sufre una caída brutal especialmente evidente en la Junta: si en 2012 obtenía 12 escaños, en 2015 baja a 3. Raimundo Abando, exmilitante del PP y del propio Foro, se lo explica así: “Foro desaparecerá, y desaparecerá por no haber sabido relevar a Francisco Álvarez-Cascos. Cuando Cascos era presidente, solo hablaba él. Ahora nombra presidenta a dedo a Cristina Coto, pero resulta que no es Coto quien habla, sino que el que habla ahora es el secretario general, o sea él. La transición de Foro ha sido una transición absolutamente de mentira, y yo soy de la opinión de que Cascos hizo esa transición de mentira porque era perfectamente consciente del desastre que se avecinaba y no quería ser él quien lo afrontara. En ese sentido, Cascos fue un cobarde”.

Bien distinto es el panorama para Izquierda Unida, formación que cae estrepitosamente o incluso desaparece en la mayor parte del Estado, pero que obtiene en Asturias un resultado francamente bueno. La coalición repite su segundo mejor registro en la Junta, los 5 escaños de 1983 y 2012, y gobierna en concejos tan relevantes como Mieres, Langreo, Lena, Grado o Castrillón. También en este caso el diagnóstico de los analistas consultados por esta revista coincide: si el colapso de Foro se debe a la marcha de un líder carismático, el éxito de IU en Asturias se debe a la llegada de otro, Gaspar Llamazares. Abando equipara la figura y el éxito de Llamazares a Cascos, pese a la distancia ideológica que separa a ambas figuras: ambos son asturianos que, después de hacer carrera en Madrid, regresan a Asturias en loor de multitudes con el bagaje de un carisma nacional que les permite garantizar por sí mismos varias decenas de miles de votos para sus partidos. Dos indianos de la política asturiana.

PP y Ciudadanos son las dos fuerzas que completan el arco parlamentario asturiano. El moderado éxito de los segundos –entran por primera vez en la Junta y lo hacen con tres escaños, dos más que los obtenidos por UPyD en 2012– parece deberse más al tirón nacional de la marca que a méritos autonómicos. En cuanto a los primeros, para ellos las elecciones han sido tan poco halagüeñas como para los socialistas: pese a que Foro pierde nueve escaños, los populares solo aumentan su representación en uno. Dos son las teorías principales sobre el destino de los sufragios casquistas: la primera, que los votantes de Foro no lo eran por ideología sino por el cabreo transversal, que Juan Luis Rodríguez-Vigil llama “efecto Ruiz-Mateos”, y han traspasado su lealtad a Podemos. La segunda, que, como la dicotomía izquierda/derecha, los cálculos de trasvase de votos ya no sirven para explicar la realidad política. Para quienes suscriben esta teoría, la mayoría de los votantes de Foro se ha simplemente abstenido en estos comicios, mientras que a Podemos lo han aupado a sus nueve escaños decenas de miles de nuevos votantes que hasta ahora habían sido abstencionistas o menores de edad.

Vigil y la falta de meritocracia

Cuando se busca una recapitulación de lo sucedido, cuesta no suscribir cada coma de la que hace Juan Luis Rodríguez-Vigil. En opinión del expresidente socialista del Principado, “es evidente que hay una sensación de cabreo y de agotamiento de una generación y de una forma de hacer política. A finales de los setenta accedió a las instituciones gente que no procedía de caucus de partidos y que vivía de su profesión: no había nadie que fuera político profesional. Eso duró hasta el año 1991, más o menos. A partir de ahí, las estructuras de los partidos empezaron a apropiarse de todos los puestos: asesores que no podían asesorar nada porque nada sabían, directivos de cosas en las que no tenían ninguna experiencia, etcétera. Todo eso se fue desarrollando de forma cada día más caricaturesca, y en momentos como éste en que la sociedad lo está pasando mal y el empleo pasa a ser una cosa muy escasa, es normal que la gente agarre un cabreo de la de Dios cuando ve que personas muy poco cualificadas copan los puestos directivos. Si a eso se le unen los casos de corrupción y las conductas inapropiadas que todos conocemos, y que han sido especialmente graves en el ámbito municipal por la influencia de la construcción, el caldo de cultivo para lo que ha pasado está servido y se abren unas ventanas por las cuales van entrando, por un lado, nuevos actores, y por otro actores viejos que estaban concentrados en el mundo sindical y en la protesta máxima y que ahora encuentran una forma de trasladar eso a las instituciones”.

¿Qué va a suceder a partir de ahora? ¿Pervivirá el recién eclosionado pluripartidismo político, regresará el viejo bipartidismo o estamos en una segunda Transición que más tarde o más temprano acabará cristalizando en uno nuevo? ¿La llamada nueva política es irreversible y realmente nueva, o, como en El gatopardo de Lampedusa y en La rebelión de los ángeles de Anatole France, cambiará todo solo para que todo siga igual? Es imposible saberlo. No lo es, en cambio, estar razonablemente seguro de que sucederá lo que Luis Arias vaticina: que, sea el cambio que se produzca, real o cosmético, se irá produciendo “muy poco a poco, en un proceso lento y de una languidez que a veces podrá llegar a ser desesperante, con lo nuevo no acabando de triunfar definitivamente y lo viejo resistiéndose a morir y sirviéndose de los muchos tentáculos que conserva a pesar de sus muchos pesares”.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 39, JULIO DE 2015

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