
Espectadores entrando en la plaza de toros de Gijón ante las protestas de manifestantes antitaurinos. Foto / Marcos León.
Xuan Cándano / Director de ATLÁNTICA XXII.
El viejo conflicto sobre los toros se ha recrudecido este verano, sin que la sangre salte aún de las plazas a la calle, aunque poco ha faltado en algún caso para que apareciese la violencia, que de momento solo es verbal.
Los nuevos Ayuntamientos de Podemos (o de sus marcas) no han prohibido la llamada fiesta nacional como en Cataluña, pero la pretensión de retirarles las ayudas municipales ya basta para encender la ira de los partidarios de la tauromaquia. Y lo del rey emérito Juan Carlos I en San Sebastián apoyando una afición muy borbónica, pero muy poco cantábrica, parece otra metedura de pata de toro de un exmonarca que tuvo estrella pero que ahora parece totalmente estrellado ante la opinión pública.
Pero ha sido en Gijón donde la tensión se desató tanto que ha llegado a enturbiar la convivencia ciudadana. A ello contribuyó mucho el empresario vallisoletano que gestiona la plaza, Carlos Zúñiga (hijo), que declaró que lo nocivo para los niños es ver la celebración del Orgullo Gay y no la muerte de los toros en las corridas. Luego pidió disculpas, pero la mecha ya se había extendido y logró que la tradicional manifestación antitaurina a las puertas de la plaza de El Bibio en el día grande de la feria gijonesa fuese este año masiva. Acudieron 1.600 personas, según los organizadores, y taurinos y antitaurinos se enzarzaron en enfrentamientos verbales, insultos, provocaciones e improperios que no llegaron a las manos por la presencia policial. Hubo un detenido, un joven activista antitaurino.
Este desagradable enfrentamiento civil en Gijón se libra en otras muchas batallas, hasta en la gastronomía, y eso que en la mesa se suavizan mucho las discusiones. El popular e histórico Café Dindurra retiró los menús gastronómicos del toro que se ofrecen en varios establecimientos de la ciudad durante la feria por las quejas de sus clientes.
Gijón es la única ciudad con toros en Asturias, una Autonomía sin afición ni tradición, aunque Carlos I se encontró con una corrida en Llanes a su llegada a España, tras desembarcar en el puerto de Tazones. Y el intelectual y político más venerado en Asturias, el gijonés Jovellanos, era un declarado antitaurino que creía que en un país civilizado, como a lo que aspiraba para España, no se debiera consentir la tortura y el escarnio a los animales.
La guerra de los toros ha hecho posicionarse a algunos cargos públicos y a algunos partidos, aunque no ha llegado a la arena política parlamentaria, lo que podría ser un problema para los partidarios de la fiesta de la sangre en Asturias, donde Podemos e Izquierda Unida son decisivos en la Junta General.
Es cierto que hubo y hay muchos intelectuales y políticos de izquierdas aficionados a los toros, desde Bergamín a Tierno Galván pasando incluso por el batasuno Jon Idígoras, que probó el traje de luces con el nombre de ‘Carnicerito de Amorebieta’, lo que a muchos que no soportaban su cercanía a ETA y su rechazo a España les parecía una broma macabra de mal gusto. Pero la barrera entre derecha e izquierda, si estos términos tienen hoy algún sentido, también está en las plazas de toros, compitiendo con las de madera. En Gijón la alcaldesa de Foro Asturias, Carmen Moriyón, es aficionada al toreo y asidua a las corridas, pero depende políticamente de la marca local de Podemos, Xixón Sí Puede, muy activa en la rebelión contra ese espectáculo que para sus detractores es denigrante. Y el joven expresidente del PP de Gijón, David González Medina, terció en el conflicto defendiendo a las corridas y arremetiendo contra “la izquierda acomplejada y obsesionada contra cualquier símbolo de nuestra tradición e historia”, a la vez que recordaba que dirigentes socialistas locales son habituales en los tendidos de El Bibio, donde la exalcaldesa del PSOE Paz Fernández Felgueroso invitó a una corrida a la hija de Fidel Castro.
La guerra de los toros no tiene mediadores ni atisba pacto alguno porque las posiciones son irreconciliables. Pero a sus detractores les avala la racionalidad, que siempre acaba imponiéndose a la barbarie, y puede que la suya fuera una oposición más inteligente si se limitaran a ver los toros de la polémica desde la barrera.
Hace unos años, la feria de Begoña en Gijón era una cita masiva y popular en la plaza después de una inevitable comida familiar. Este año los manifestantes competían con los espectadores, que eran más, unos 4.500, pero apenas llenaban un tercio del aforo. En estos casos, siempre son más eficaces los gritos del silencio.
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