Connect with us

Atlántica XXII

María Riikonen: “Se puede practicar la utopía”

Destacado

María Riikonen: “Se puede practicar la utopía”

María Riikonen es fundadora del espacio alternativo ‘Escanda’ en Ronzón (Lena). Foto / Pablo Lorenzana.

María Riikonen es fundadora del espacio alternativo ‘Escanda’ en Ronzón (Lena). Foto / Pablo Lorenzana.

GALERÍA DE HETERODOXOS/AS.

La finlandesa –ciudadana del mundo– María Riikonen (Valkeakoski, 1974) llegó a Ronzón (Lena) hace trece años para participar en la construcción de Escanda, un espacio colectivo de vida alternativa a la ciudad y a la tiranía del mercado, que continúa a día de hoy. Ella supone un ejemplo de cómo imaginar otras formas de existencia más horizontales, creativas y festivas. Acude a la entrevista contenta porque por fin, después de una semana sin agua en la casa colectiva, han conseguido reparar la avería ellas mismas.

Jara CosculluelaLicenciada en Humanidades.

¿Es un problema recurrente en Escanda quedarte sin agua y tener que arreglarlo tú misma aunque no sepas cómo?

Sí, claro, esta clase de situaciones son el lado real de la utopía que quieres vivir. Siempre digo que vivir en el campo es mágico porque estás conectada con tu propia supervivencia, con los recursos naturales, etc. Esto es cierto cuando todo funciona y nada se rompe. En los momentos en los que no hay nadie con formación que pueda resolver los problemas directamente, puedes acabar, como me pasó a mí ayer, como una loca cavando con un pico buscando el tapón de una tubería gigante porque no tienes agua en casa. En Escanda el agua viene directa de la montaña desde unos depósitos; la tubería la pusimos nosotras hace mucho tiempo y no lo hicimos especialmente bien porque nos sabíamos. Así que lo que pasa es que siempre que llueve mucho hay que subir cada dos días, bajo la lluvia, para revisarlos. Se convierte en una carrera de obstáculos o una especie de humor amarillo: un camino de cien metros de barro donde te quedan las botas clavadas, después un túnel de zarzas… Pero como todo: también hemos construido nuestra propia casa, antes tuvimos un aerogenerador para una parte de la electricidad que siempre se estropeaba. Haciendo se aprende; nos hemos convertido en chapuzas profesionales.

¿Y cuál es la parte deseable de un proyecto colectivo rural?

Yo sostengo el discurso de lo alienada que es la vida en la ciudad porque lo único que tienes que hacer es pagar las facturas y luego ¡pim!, la luz, el agua y la calefacción funcionan. Nosotras traemos la leña de la montaña para la calefacción, ¡y sin burro! A mí vivir así me sigue haciendo feliz, aunque sea complicado a veces. Porque al final siempre te sientes bien. Supongo que será algo así como la gente que va al gimnasio: ahí se agotan, pero luego tienen una sensación de bienestar que les ayuda a seguir. Además, sabes de dónde vienen las cosas, y todo es más precioso cuando has invertido un poco de tiempo y energía en ello y, lo más importante: es gratis.

¿No ha pensado en vivir en la ciudad o de un modo diferente al que lo hace?

Definitivamente en el campo es más fácil sobrevivir, aunque con esto no lo idealizo. De la ciudad me gusta el anonimato, es decir: es un espacio muy grande compartido donde puedes vivir sin necesidad de tener que relacionarte personalmente con mucha gente. Pero si tu meta, que es la mía, apunta a intentar ser independiente del Estado y del mercado, en el campo es posible y en la ciudad es muy difícil. En el campo es más factible acceder a la vivienda, gestionar tus propios recursos, ya sea comida, energía, agua, etc. La ciudad es muy cara. En realidad no me imaginaría vivir en el campo si no fuera en colectivo, es demasiado trabajoso incluso para un par de personas. Para mí la colectividad rural, más allá de reducir gastos, tiene el sentido de compartir cuidados, alegrías y la vida diaria.

¿Y cuáles son los inconvenientes del campo?

Las zarzas y las ortigas, sin duda. Como decía, el campo es difícil si lo piensas en términos monetarios, si tratas de ganarte la vida cultivándolo. Es mucho trabajo y muy poco beneficio. Y la Administración lo pone más difícil todavía. Por otro lado, quedas algo aislado, pero por lo menos conoces a tus vecinos. En fin, nunca cambiaría vivir en el campo por otra cosa porque ahí sientes que el espacio es tuyo, no como en la ciudad donde todo el espacio tiene propiedad y solo puedes hacer unas cuantas cosas permitidas. Nosotras en nuestro espacio podemos imaginar hacer todo lo que queramos. Y lo hacemos.

Las tres trampas de la vida

¿Desde dónde llegó a Escanda?

Llevo trece años allí y nunca había vivido en el campo. De hecho no pensaba vivir en el campo. Pero toda mi vida adulta he vivido en casas compartidas o en colectivos. A mí me parece que es una de las claves que te permiten hacer frente y evitar las tres trampas de la vida: el trabajo asalariado, pagar por la vivienda, que en realidad es la más extrema y la principal porque de ahí salen las demás, y la última es no tener hijos. Así la vida puede ser feliz y plena. Me fui de Finlandia a los 18 años y pasé por Bogotá, después viajé mucho, estuve una temporada en Brighton estudiando una carrera e involucrada en el movimiento antiglobalización y finalmente llegué a Escanda.

¿Qué ha supuesto el movimiento antiglobalización para usted?

Caí en el movimiento antiglobalización desde el movimiento no borders, de rechazo a las políticas de cierre y criminalización de las fronteras para las personas y desde las acciones de denuncia de aquella fortaleza europea ultraliberal que se estaba construyendo en aquel momento y que justo ahora estamos padeciendo. Para mí lo más maravilloso de este movimiento era lo global que era y esas juntanzas que hicimos durante la celebración de varias cumbres o reuniones del Fondo Monetario Internacional (FMI) o la Organización Mundial del Comercio (OMC), como fueron la contracumbre del G8 en Génova en 2001 o las concentraciones multitudinarias en Gotemburgo en ese mismo año, por ejemplo. La primera acción grande que viví fue esta de Gotemburgo, cuando vino Bush. Fue muy violento. En realidad supuso romper con el silencio escandinavo de tolerancia a la represión, pero fue terrible: arrestaron a muchísimas personas. En todo caso, lo que me parece muy interesante es que todas estas grandes juntanzas fueron confluencias inmensas de gente de muchas partes del mundo y con identidades políticas radicalmente diferentes. Parecía que por un momento pudimos aprender realmente a trabajar en red independientemente de tu adscripción política o tu pertenencia a un grupo. Todas las luchas locales, personales, estatales, en un momento dado se juntaban contra el mal mayor. Esto lo echo mucho de menos hoy en día, en la política local, así como en la organización de la vida diaria. Salir de las identidades políticas tan fijas y estáticas –aunque está bien que cada una sostenga sus luchas– es perfecto: juntarnos sin que nos salgan los colores directamente.

Los éxitos de la antiglobalización

¿En qué momentos se consiguió esa confluencia que, por otro lado, pudo tener continuación en el 15-M?

Bueno, yo viví los primeros días de la acampada en Oviedo y luego estuve de viaje, aunque sí viví La Madreña. Un buen ejemplo de toda la ideología del movimiento antiglobalización, que conecta con la actualidad y que era muy zapatista, se resumía en aquel lema one no, many yeses. Para mí es fundamental: en vez de pensar en un movimiento de lucha lineal y con un principio y un fin claros, debemos entenderlo como momentos puntuales en los que mucha gente y muchas ideas se juntan y de eso vuelven a salir otros proyectos por separado que en otro momento puntual volverán a confluir. Lo que logró el movimiento antiglobalización fue levantar la conciencia y denunciar cuáles eran y cómo estaban funcionando las grandes estructuras capitalistas globales. El G8, la OMC o el FMI antes del movimiento antiglobalización eran opacas y oscuras, y nadie entendía bien qué es lo que estaban haciendo. En los medios internacionales, aunque dedicasen muchas páginas a hablar del black block, aparecieron por primera vez en mucho tiempo nuestros discursos, porque los logramos colocar en el centro de las preocupaciones de la gente. Definitivamente, las convergencias multitudinarias, las acampadas con miles de personas, etc., son justo esos momentos de exceso a los que me refería, en los que se puede practicar la utopía, un ensayo de cómo puede ser un mundo más horizontal, más compartido, más autogestionado. Eso es lo más transformador.

¿Y cómo se vive la idea de difuminar identidades políticas en un sitio como Asturias, que parece un lugar en el que éstas son bastante sólidas y poco flexibles?

Es cierto que aquí hay identidades fuertes mineras, comunistas, anarquistas, etc. Pero no creo que Asturias sea muy diferente de otros lugares que conozco. Lo que pasa aquí es que es muy pequeño y fácilmente te va a tocar confluir con mucha gente diferente. En general los movimientos alternativos del sur de Europa son diferentes a los del norte, aunque muchas de las concusiones y logros sean los mismos. Aquí las asambleas y reuniones son eternas, siempre hay interrupciones o nadie te escucha. Eso me chocó mucho más que las identidades políticas locales. De todas formas hay espacios donde trabajar de otra manera y yo aprender a trabajar en red me lo tomo muy a pecho porque la autonomía aislada e individual no funciona. Mi experiencia favorita en Asturias es la Red Asturiana de Apoyo Mutuo (RAMAS) que conectó a mucha gente neopaisana perdida en los montes. Nos reunimos unas cuantas en un encuentro de Economías Radicales en 2008 y pensamos en facilitar algunas formas de relación y de trabajo que antes se vivían en los pueblos: compartir herramientas, habilidades, cultivos y trabajo. Los años grandes de RAMAS fueron un anarcosueño de islas autónomas conectadas entre ellas. Ahora la red es más informal, el momento colectivo se perdió entre tantos bebés, política parlamentaria y el hecho de que todo Dios se fuera a vivir a Cabranes y parece que no necesiten una red más amplia [bromea].

¿Ocurrió esto mismo cuando montaron en Ronzón (Lena) el proyecto de Escanda?

Los vecinos de la aldea de Ronzón nos acogieron muy bien y nos enseñaron mucho sobre cultivos, construcción, etc., porque no teníamos ni idea de cómo hacer casi nada, y tampoco había Youtube como ahora, que tiene tutoriales para todo. Éramos muy ilusas por no decir megalomaníacas. El proyecto surgió en el marco de una red muy amplia llamada Acción Global de los Pueblos. Buscábamos tener un espacio permanente de organización alternativa y de resistencia que serviría como un lugar de intercambio de habilidades, estrategias, de aprendizaje colectivo, mientras cultivábamos nuestras propias patatas. Encontramos en la Casona de Ronzón una infraestructura idónea y negociamos la cesión con el Ayuntamiento de Lena, que al final nos dejó entrar para hacer un estudio de energías renovables para el beneficio local. Al principio fuimos más bien pocos pero muy rápido se estableció un colectivo de alrededor de veinte personas de todas partes. Tengo que decir que en los primeros años tuvimos poco contacto con gentes y movimientos asturianos. Pero aun así, en los seis años antes que nos echaran de la Casona, contamos más de tres mil personas que pasaron por ahí, desde un par de horas de taller o fiesta hasta años de convivencia.

¿Por qué ya no viven en la casona que tenían cedida?

Por una razón que nos sigue dando mucha rabia: la variante del Pajares, que es una gran estafa que beneficia a muy pocas personas y destroza vidas de mucha gente. El túnel pasa justo por debajo de Ronzón. La Plataforma de Pueblos Afectados por la Variante denunciamos los peligros de esta situación, llegamos a afirmar que el pueblo iba a venirse abajo y finalmente pasó en 2009. Tuvieron que evacuar todas las casas por grietas y averías. Justo en el momento en el que terminamos por fin las obras de adecuación de la Casona. Rehabilitaron todo el pueblo en un año, pero han tardado cinco en arreglar la Casona y se han gastado medio millón de euros. Como nuestro acuerdo con la Administración era verbal, no nos han permitido volver a estar ahí aunque hemos presentando varios proyectos para la gestión comunitaria de la Casona y convertirla de nuevo en un centro social rural, un espacio abierto a todo el mundo donde ensayar estrategias de cambio social. Pasan olímpicamente de nosotras porque no somos una iniciativa empresarial. Asturias está repleta de infraestructuras rurales, industriales o urbanas sin utilizar o basadas en proyectos que no inciden en el territorio, como casas del agua, centros de interpretación, etc. Y prefieren dejarlas caer antes de dejarlas a iniciativas sociales. Pero bueno, no nos hemos dado por vencidas ni con el AVE ni con la Casona. Ahora está sobre la mesa el plan del trayecto Lena-Oviedo y estamos compartiendo con las futuras afectadas nuestra experiencia de los destrozos y despilfarros, así como nuestra ayuda para desenmascarar quién está detrás y quién sale beneficiado del proyecto. Y la Casona definitivamente la queremos recuperar, esperemos que con el apoyo y para el beneficio de la gente de toda Asturias.

La Madreña, un antes y un después

‘Escanda’ es un espacio alternativo que se encuentra en Ronzón (Lena).

‘Escanda’ es un espacio alternativo que se encuentra en Ronzón (Lena).

Ha dicho en más ocasiones que el Centro Social La Madreña marca un antes y un después en Oviedo.

Por supuesto. Porque estoy convencida de que lo primero que te roba el sistema es el espacio para juntarnos, organizar y experimentar. La Madreña fue un espacio que albergaba a muchísima gente y ahora hay un agujero muy grande en Oviedo y no me refiero solo al solar vacío. Aun así, su legado lo seguimos viviendo; hay locales e iniciativas muy interesantes que siguen funcionando, aunque mucha gente muy buena se haya ido a la política parlamentaria.

Suele colocar la fiesta y lo lúdico en un lugar imprescindible de la movilización y transformación social. ¿Por qué?

La fiesta, una fiesta buena, es decir, una que organizas tú misma o en colectivo, es de nuevo esa clase de momento puntual de exceso donde se puede ensayar cómo vivir en un mundo más libre, más loco, sin restricciones. Desde un punto de vista político, la fiesta inmediatamente nos saca de nuestro lado más serio y nos pone a jugar y disfrutar. Es una pequeña muestra de un mundo deseable. Por otro lado, es un momento especialmente creativo: puedes convertirte a ti misma en una obra de arte, depende de cómo te decores o te vistas, puedes hacer lo mismo con el espacio o la música. Pero ha de ser una fiesta autogestionada. Todo es siempre mejor cuando es autogestionado. Además, otra de las funciones esenciales de las fiestas es crear afinidad, se crean los enlaces personales de la gente que luego funcionan. Si piensas en trabajar en red o en apoyo mutuo, esto solo funciona porque nos queremos y la fiesta amplía y agiliza esta clase de red porque establece vínculos personales entre las personas. También sirven para imaginar y crear proyectos de verdad: fíjate que casi todas las grandes ideas son pensadas a las tres de la mañana en algún antro.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 45, JULIO DE 2016

Continue Reading
Click to comment

You must be logged in to post a comment Login

Leave a Reply

Más en la categoría Destacado

Último número

To Top