Boro González / Me llaman Boro, soy un joven pequeño burgués liberal, demócrata y ciudadano de un país llamado España. Debuto frente a ustedes, lectores avezados de ATLÁNTICA XXII, con temor al gran público y a la crítica. Cuando me propusieron emprender la empresa de juntar letras para esta revista sentí responsabilidad y temor; recojo el guante y la página de grandes firmas, y uno quiere triunfar, tocar el cielo. Las primeras impresiones, pese a que digan lo que digan, siempre son importantes, no es plan de empezar desagradando y metiendo el dedo en el ojo.
He dado cientos de vueltas a mi cabeza buscando un tema para este artículo. ¿Qué puedo escribir para una revista que se declara de información y pensamiento? Ahora que la gente apenas se informa, que sabe pocas cosas y muequea con desdén rechazando las que resultan sabidas, me planteo dirigirme a quienes no solo la elaboran, sino que además contrastan y analizan la información que reciben. Yo, que tengo ideas más que pensamiento. Me propuse imaginar un lector tipo a quien escribir. Ante la duda y disparidad de personalidades que me asaltaban, opté por hacer trabajo de campo. Me planté frente a diferentes quioscos tratando de captar a algún comprador, y con los datos y personajes dibujar un retrato robot y así poder dirigirme a él y solucionar mi problema frente al folio en blanco. Pero no tuve mucho éxito con esto, la aburrida espera, el frío y la lluvia me hicieron desistir antes de poder elaborar ese retrato universal del lector. Opté por preguntar directamente a las vendedoras cómo eran los compradores de ATLÁNTICA XXII. Me dijeron datos imprecisos, que no se acordaban bien. Pensarían que era una especie de bicho raro haciendo tales preguntas. Los datos vacuos y superfluos que me aportaban seguían siendo insuficientes. Y, para más inri, la fecha de entrega de mi texto se acercaba: una cosa es disfrutar jugando en la Zona Cesarini y otra muy distinta no cumplir con la primera entrega.
Casi sin esperanza imploré a una quiosquera de confianza que tratase de recordar clientes. Me dijo que volviese en un rato. Mi siguiente visita fue triunfal, me habló de un hombre mayor, probablemente jubilado, con barba y siempre muy elegante que solía hacerse con la revista; luego, de una chica joven, fiel compradora de prensa y que no se perdía un número. No sé bien porqué, pero salí de allí pensando que todo era mentira y creyéndomelo absolutamente. Ya tenía un destinatario, ahora sOlo era cuestión de averiguar qué quería decirles.
Escribiría para la resistencia. Así llamo a aquellos que aún van con un periódico debajo del brazo, y no es por deformación profesional; a los que ves leyendo en bancos, transportes públicos y terrazas; a quienes acuden a exposiciones, conciertos y teatros; a todos los que creen que la cultura aún puede salvar y mejorar este mundo, que la ignorancia es uno de los males, si no el peor, que contamina nuestra sociedad: semilla de extremismos que ya germinan en este tiempo.
Desde esta tribuna y visibilidad que aquí se me brinda quisiera escribir bajo la premisa de la coherencia y desterrando toda parcialidad y partidismo, que no ideología. Porque la objetividad absoluta es una patraña que se inventaron los cursis. Ésta es la única fórmula que conozco y considero que uno debe entregarse a la tarea de escribir, y a todo trabajo intelectual. Y se lo digo en esta primera colaboración para que sepan cuáles van a ser mis credenciales, no duden en recriminar o comentar si no lo estuviese haciendo así. Puesto que mi condición de escritor en periódicos o revistas, que no periodista, me hace en ocasiones caer en la trampa de la literatura, cuidando más la forma que el fondo. Sean exigentes y no se dejen embaucar por estas tretas de aspirante a literato. Quedan ustedes avisados, ya, para siempre.
Avanzan las letras, forman palabras, renglones y párrafos. Poco a poco se ornamenta un texto que cumple los requisitos de caracteres que se me fijan para la maquetación. Fin.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 54, ENERO DE 2018
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