
Arias Cañete en una campaña electoral. Foto / Pablo Lorenzana.
Luis García Oliveira.
Es tremendo; cuando aún resuenan los ecos de las correrías panameñas del ya ex ministro Soria, otro escándalo de similar naturaleza coge fuerza con paso firme. Es ahora el turno de Mister Cañete, comisario europeo de Acción por el Clima y Energía –nada más y nada menos– que asegura no saber absolutamente nada sobre las desveladas andanzas de evasión tributaria protagonizadas por su esposa en aquellas querenciosas tierras.
Pero que nadie se precipite haciendo juicios sin fundamento sobre alguien tan respetable.
Siendo él así de despistado, tampoco reparó en que incurría en un claro caso de prevaricación al participar en las deliberaciones del Consejo de Ministros en que el Gobierno al que pertenecía aprobó una amnistía fiscal, de la que su esposa se beneficiaría después al “blanquear” capitales ilegalmente depositados fuera del país.
Y ya se sabe que quien es despistado lo es para todo y para toda la vida, por lo que no cabe hurgar en la declaración formal del comisario Cañete, ante las instancias comunitarias competentes, en todo lo referente a su inmaculado comportamiento en temas fiscales. De la rotundidad con la que ahora carga sus declaraciones, cabe deducir que, si hubiera sabido de los fraudulentos tejemanejes dinerarios de su señora esposa, nunca hubiese testificado en falso en Bruselas, cuando accedió al cargo, vulnerando así el código de conducta que se les exige a los altos representantes comunitarios.
Es lo que tantas veces tiene el actuar de buena fe, que se confía en los más cercanos y después… a cargar con ingratas y comprometedoras responsabilidades ajenas. Es lo que, sin la menor duda, le ha ocurrido a Mister Cañete con su señora. Qué injusticia ¿verdad?, toda la vida confiando en una persona tan próxima, compartiendo tantas cosas, incluso alcoba, y ¿para qué?, ¿para que después te pisoteen públicamente tu honestidad personal y te tengas que enterar por los periódicos de que esa misma persona te pone cuernos (fiscalmente hablando, claro está)? Hombre, por favor… ¡¡que no hay derecho¡¡
Vista la seriedad y el quijotesco aplomo con que, públicamente, Cañete ha abordado la noticia del entramado evasor de su señora, para mí que a ese matrimonio le quedan dos telediarios. ¿Cómo va a permitir él que le dejen por mentiroso ante todo el mundo? Eso, de ninguna manera, y muchísimo menos en su caso, el de un hombre de acrisolada condición ética y moral; de los pocos que –si el protocolo lo permite– aún juran cumplir fielmente con las obligaciones del cargo, de rodillas y ante un crucifijo.
Pero con tanta fiera política al acecho, esperando poder hacer sangre de cualquier minucia, no sería de extrañar que llegase a sentirse obligado a dimitir. Como su ex compañero Soria, por otro “error de comunicación”, cometido éste allá por tierras belgas.
Particularmente doloroso le tiene que resultar que sean algunos de sus ex colegas ministeriales los que hayan abierto la “veda” a una previsible cacería política. Es el caso de Alfonso Alonso –ministro de Sanidad–, quien, públicamente y sin ningún tapujo, ha verbalizado ya un excluyente “cordón sanitario” alrededor del comisario, temeroso de que sus clamorosos “despistes” lleguen a contaminarle al PP el ambiente preelectoral en que se encuentra.
Se equivoca el picajoso ministro haciéndole ese descarado feo a un compañero de partido, con quien tantos desvelos y preocupaciones por este país habrá compartido en los semanales Consejos monclovitas de los viernes. No hacía ninguna falta; a pesar de los innumerables casos de corrupción que arrastra el PP desde tiempo casi inmemorial y de los aún más incontables corruptos que brotan a diario de entre sus filas, pese a quien pese, Rajoy fue el ganador de las últimas elecciones generales.
Y es más, si nada lo remedia y los vaticinios al respecto se cumplen, todo apunta a que también volverá a ganar las próximas. ¿Por qué entonces tanto nerviosismo en un partido ganador si tanta gente deposita su incondicional confianza en ellos para llevar las riendas de este país?
Vamos, vamos; que aquí no ha pasado nada y que no es cosa de perder ahora el tiempo en estériles cuitas fratricidas. Así que a preparar ya, con renovado ímpetu, las balconadas de la popular sede genovesa: allí podrán celebrar todos al alirón un nuevo triunfo marianista, ¿o no? Pues eso.
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