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El naufragio del PSOE

Javier Fernández, presidente de la Gestora del PSOE y de Asturias. Foto / Mario Rojas.
Luis García Oliveira.
¿Pero cómo hemos llegado hasta aquí? Esa es la hiriente pregunta que seguramente percutirá de forma machacona sobre la inmensa mayoría de los afiliados de base y demás simpatizantes del PSOE en unos momentos tan inciertos y convulsos como los que ahora se malvive en ese partido.
Desde afuera, lo que a veces apetece es remitir a cuantos buscan respuesta a ese interrogante hacia los “timoneles” que obraron el milagro autodestructor, ubicados mayoritariamente en las altas esferas del partido y en sus franquiciadas baronías territoriales.
Pero esos ilustres miembros del reino de taifas en el que ahora se ha convertido al PSOE, sin duda estarán muy ocupados -y preocupados también- pensando en su propio futuro político y en cómo vertebrarlo convenientemente en la nueva estructura que se defina en el congreso que, por boca de Javier Fernández, algunos de ellos quieren ver anunciado en breve.
Por tanto, no se recomienda a nadie molestarles con esas cuestiones -ni con ninguna otra- en su absorbente ocupación, que el encaje de bolillos políticos en estas circunstancias es algo que les exige toda la atención. Siendo esto así, a todo interesado de a pie que desee despejar la incógnita, mejor le sería seguir hacia atrás el rumbo político de los conspicuos “socialistas” que se encargaron de hacer encallar tan estrepitosamente al PSOE entre las agitadas aguas electorales de la pasada primavera.
Lógicamente, todos ellos se integraban en el cuerpo de oficiales de la “nave varada” y resultaría esclarecedor repasar el curso de la deriva que, desde tiempo atrás, le estaban haciendo seguir, así como el lugar que unos y otros venían ocupando en su sala de mando. Echando la vista atrás, ya de lejos se les veía navegar muy escorados hacia la derecha, viéndose también progresivamente despoblado de oficialidad el semiabandonado flanco izquierdo.
Consolidado en el tiempo ese “corrimiento de cargas” y sin que su último capitán maniobrase lo necesario para corregir el rumbo, ni tampoco optase por tratar de enderezar la nave haciendo valer su autoridad ante una oficialidad escasamente disciplinada, el embarrancamiento socialista era ya solo cuestión de tiempo. Se veía venir; tanto tiempo dando un bandazo tras otro hacia la derecha, necesariamente tenía que acabar en una permanente inclinación hacia ese lado.
Aviso para navegantes
Escorada y desnortada, la nave socialista ya había rozado peligrosamente fondo en la penúltima cita electoral. Con la estructura muy dañada bajo el nivel de flotación, cundió el nerviosismo entre la oficialidad, en particular cuando los vientos procedentes del levantisco sultanato del sur arreciaron con fuerza.
El capitán, más nervioso aún que sus supuestos subordinados, trató de salvar la situación, pero equivocó la maniobra tras su primer fracaso electoral en un arriesgado pacto de socorro con su homólogo en la camuflada derecha emergente. Aquello fue el irremediable comienzo del fin para él.
Debilitado por los resultados precedentes y muy cuestionada su capacidad para llevar a buen puerto la nave socialista, no se le ocurrió otra cosa que iniciar una desbocada huida hacia adelante para jugárselo todo en la tómbola de una repetida cita electoral.
Como es sabido, los resultados fueron aún peores y, al parecer, el todavía capitán del “embarrancado” socialismo español exploró a hurtadillas la posibilidad de negociar su socorro, esta vez con el encoletado titular de su más directa competencia por la izquierda.
Pero eso fue algo que no gustó -ni lo más mínimo- entre algunos de los más relevantes miembros del muy influyente clan de exmandatarios del PSOE y bastó un sutil toque de corneta de su más emblemático representante, el endiosado Felipe González -que antes había dicho sentirse engañado por el todavía capitán socialista-, para que buena parte de una despersonalizada oficialidad se pusiese en pie de guerra y a sus órdenes.
Ni los más acérrimos incondicionales del viejo capo se atreven a negar ahora que aquello fue un golpe de Estado en toda regla dentro de la cúspide socialista, oficializado poco después a vuelta de tuerca en una maniobra sin precedentes en el seno de su Ejecutiva Federal.
Allí puso orden, “cachaba en mano”, Pepiño Blanco; alguien a quien se suponía un embalsamado cadáver político totalmente fuera de circulación y dentro ya del sarcófago de la historia.
No fue así y lo que algunos supusimos una espeluznante ilusión óptica, un espejismo provocado por la aprensión ante los peores temores, tomó cuerpo real. Con la rigidez de su gélida mirada, muy serio y autoritario ante los convocados al cónclave golpista, el renacido gallego impuso el orden a seguir con unos primeros “zurriagazos” sobre la mesa.
Tras los protocolarios compases iniciales, todo se encaminó hacia el verdadero objetivo de la reunión: cortar y echar a ruedos la cabeza política del desobediente capitán que había defraudado la confianza de quienes fueran sus principales padrinos; algo imperdonable para éstos.
¿Cómo podía haber olvidado toda la ayuda que, con su cómplice silencio, le habían prestado para hacer descarrilar al “compañero” Tomás Gómez cuando éste no descartaba competir por la Secretaría General del partido? Sí, se sintieron muy defraudados por un capitán desagradecido; alguien a quien habían tutelado y apoyado a pesar de que entre ellos ya se comentara que “este chico no sirve, pero nos sirve”.
Estaba claro que había que ponerle en su sitio y, de paso, dar un inequívoco aviso para navegantes a los futuros aspirantes a capitanear el partido.
Mar de contradicciones
Aquello fue un visto y no visto y, en un abrir y cerrar de ojos, la dirección del PSOE quedó en manos de una Gestora de tintes cabestriles muñida al calor del clan dominante. Restablecido el debido orden y dictada la hoja de ruta a seguir, solo faltaba designar a alguien de verdadera confianza para presidirla, ¿y quién de mayor garantía que el fiel y prudentísimo Javier Fernández? Desde luego, absolutamente ninguno; que siempre se había mostrado él muy conciliador y obediente en política con quienes mandaban entre los suyos, al menos mientras mandaban (¿verdad, Sr. Villa?).
Puesta en marcha la anodina Gestora -metafóricamente hablando, que tan solo es un decir-, se inició un tiempo de espera que para algunos de los damnificados en el golpe de mano felipista ya se les está haciendo demasiado largo.
¿A qué espera la Gestora para convocar el congreso del que surja una nueva dirección socialista?, preguntan ya públicamente y a los cuatro vientos algunos de éstos. Aunque no se sabe con certeza, se supone, y con escaso margen de error probablemente.
Así, un día tras otro, mientras los envites por la derecha y la izquierda castigan sin piedad la estructura de la nave socialista, aún encallada en un mar de contradicciones y con unas vías de agua que hacen temer lo peor entre el voluntarioso y desconcertado pasaje que se mantiene fielmente a bordo. A la par, esos “pura sangre” de la política que integran la Gestora parecen no tener demasiada prisa, de lo que cabe deducir que alguien les habrá dicho el paso que tienen que marcar en su comisionada labor.
El tiempo dirá su última palabra, pero quizás harían mejor en ir desperezándose, porque si don Mariano deja de amagar con unas nuevas elecciones y pasa a pegar de verdad, convocándolas, la cosa puede ponerse más que seria para los de Ferraz y para todos sus satélites territoriales, incluid@s quienes aspiran a capitanear la nave socialista.
Sin ánimo de ser malicioso no hay que descartar ninguna posibilidad, por difícil que se les haga a algunos tenerla en cuenta. Con la parsimonia que se gastan los de la Comisión Gestora, ¿qué demonios pretenden?
Si de verdad quieren salvar el barco ya pueden ponerse sin más dilaciones a la faena, que no les va a sobrar tiempo hasta que en el PP decidan sacar las urnas otra vez. Ahora bien, si de lo que de verdad se trata es de dejarlo a su suerte aparentando lo contrario, entonces pueden seguir como hasta ahora en esa briosa Comisión, que en poco tiempo más el naufragio será insalvable.
Y que nadie se escandalice ante esta última posibilidad: al multimillonario don Felipe y a cuantos -sin el menor escrúpulo- se procuraron un buen destino a través de las magníficas puertas giratorias que les ofreció la política, ya no les es necesario un partido que lo único que les da son preocupaciones y dolores de cabeza. ¿O es que alguien cree que entre quienes integran esa panda de listos hay alguno que aún mantenga vínculos ideológicos con el partido del que se sirvieron para medrar?
Si así fuese, ¡¡benditos ellos!! pero no nos engañemos: mientras se siga viendo encallada la nave socialista, es que así interesa que esté a quienes de verdad mandan, en el PSOE y fuera de él.

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