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Atlántica XXII

No pienses, mejor menéala (breve historia de las banderas)

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No pienses, mejor menéala (breve historia de las banderas)

Las banderas proliferaron en la protesta contra los Premios Princesa de Asturias. Foto / Pablo Lorenzana.

Rafa Balbuena / Periodista.

Anda muy revuelta la cosa esta del procés, la secesión catalana, el golpe de Estado de baja intensidad, el derecho universal de autodeterminación, la aplicación del artículo 155, el desafío independentista, la confrontación democracia-totalitarismo, el referéndum ilegal o legítimo, la llamada del patriotismo contra la dictadura, el órdago constitucional o como les apetezca a ustedes llamarlo. Que de todas esas formas -y de muchas más- se está calificando estos días el bochornoso espectáculo de unos hechos en los que, me temo, la frivolidad, la opinión gratuita, la desinformación tendenciosa y el hablar por boca de ganso campan a sus anchas.

No se lleva mucho eso de pensar por tu cuenta, de tener opinión propia, de molestarse por saber y conocer las cosas sin que te dicten la cartilla. Ahora lo que importa es que todos sepan lo que piensas… aunque no pienses ni la idea sea tuya. Bienvenidos a la feria de los eslóganes vacíos, las imágenes recortadas o manipuladas y el a ver quien lo dice más alto y más fuerte. Cataluña o España, da igual y te da igual: lo importante es coger tu frase de segunda mano, esa que ya han regurgitado otros, para repetirla sin aportar nada. Pero ¿analizar lo que está pasando? ¿verlo con ojos limpios y voluntad de entenderlo para solucionarlo? ¿Intentarlo, al menos? Mejor esperen sentados. ¿Razonar? ¡Que lo hagan ellos! ¿Para qué pensar si seguro que me hacen más caso durante diez segundos con un par de tuits o una foto comentada en mi muro de Facebook? Unamuno, en su tumba, se debe estar partiendo de risa. Aquí, a la hora de mentir ¡inventamos nosotros!

Y es que lo que está pasando en Cataluña tiene, desde su mismo comienzo, anotados, señalados, juzgados y condenados a sus responsables directos, instigadores indirectos e ideólogos remotos, así como a sus enemigos, rebatidores, cómplices y verdugos: culpables, todos. Se sabe al detalle y en tiempo real lo que está ocurriendo en todos los escenarios de poder, lo que nos llevó a esta situación y los motivos por los cuales cada uno ha actuado en la forma y plazo en que lo ha hecho; nadie ignora quién hizo qué ni por qué lo hizo, ni tampoco cómo se ha de actuar y a quien o a qué hay que recurrir para llevar todo por el buen camino previamente trazado; y todos saben, sin asomo de duda (ni mucho menos de autocrítica) que tienen la razón… menos los del otro lado, que están equivocados, como siempre. Sartre, que del absurdo sabía algo, dijo hace mil años o así que el infierno son los demás, y debía creerlo de verdad porque hasta hoy, que se sepa, nadie ha podido demostrar lo contrario.

Pero si de absurdos y de escenas esperpénticas se trata, este viernes Oviedo acogió un poema épico dedicado a la nada y al escarnio en el que estamos metidos hasta las trancas. Un muestrario carpetovetónico del «todos contra todos menos contra nuestro grupito, que por algo tenemos razón». No hacían falta palabras: la ensalada multicolor de banderas era tan clara y a la vez tan ridícula que hasta un sordo podía haber entendido todo (es decir, habría entendido que no hay nada que entender) sin necesidad de escuchar los ruidos que emitían esas personas. Esas que, la excusa de los Premios Princesa, salieron agrupados y protegidos en torno a sus respectivos trapos de colores para «defender» ideas que no hizo falta plantear, más allá de los tópicos que durante estas semanas hemos padecido ad nauseam. Solo se echó en falta a Manolín el Gitano envuelto en la bandera romaní, para poner la cuota de humor negro a un cuadro grotesco difícil de superar. Pobre, ahora que acaba de fallecer.

Porque los discursos ya no necesitan explicaciones ni reflexiones. Como en una pesadilla distópica de Orwell o Ray Bradbury, las opiniones han sustituido los razonamientos y las imágenes a las palabras. Ponte del lado de los tuyos: te lo indican las indumentarias que dejan clara tu ideología (que no tus ideas): o el modelito de Dolce & Gabanna o el pañuelo palestino; y si la moda no es lo tuyo o eres corto de vista, lo tienes más fácil: hay una ensalada de banderas para todos los gustos, con las que identificarte del modo que más se te ajuste, en compañía de gente como tú, tus almas gemelas, hermanos que te apoyarán hasta la muerte (pero ni un paso más allá) y que, como siempre, te dejarán tirado en cuanto no comulgues con tanta rueda de molino, sea del color que sea. Así que grita fuerte, grita lo que quieras, pero grita. Pensar mientras se grita es tan absurdo como pensar mientras se canta o se baila. Tu bandera, tus iguales, te arropan (de momento), que ya habrá tiempo para cambiar de camisa. Y las soluciones, que nos las den otros. ¿Cataluña? ¿España? ¿Qué es eso? ¿Quién las necesita? Quítate tú pa ponerme yo, y mientras, agarra tu bandera y agítala fuerte. Que igual eso es lo único que tienes que menear.

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