
Numeroso público asistió al debate organizado por ATLÁNTICA XXII en el Manglar de Oviedo sobre los hechos revolucionarios de Octubre de 1934. Foto / Imanol Rimada.
Rafa Balbuena / Periodista.
La épica de la comuna asturiana ha eclipsado el resto de movimientos revolucionarios ocurridos en la República española durante el otoño de 1934. Con este motivo, el Manglar de Oviedo acogió ayer miércoles el debate “Octubre de 1934. Una mirada comparada: Asturies, Catalunya, Cantabria y Euskadi”. El acto, organizado por ATLÁNTICA XXII, suscitó el interés del numeroso público asistente, y estuvo protagonizado por Miguel Ángel Solla, autor del libro La última revolución. Octubre de 1934 en Cantabria, junto a la historiadora Amaya Caunedo, que desgranó los sucesos de Octubre en Asturias, y Diego Díaz, doctor en Historia Contemporánea, que hizo lo propio con las peculiaridades de Cataluña.
El acto fue presentado por Xuan Cándano, director de ATLÁNTICA XXII, que destacó el interés de la revista por analizar este capítulo de la historia recordando algunos de los reportajes que, desde el número 1 de la publicación, han arrojado luz sobre el Octubre revolucionario, «un episodio especialmente mitificado a partir de la Transición, lo que no quita que en su carácter único tenga luces pero también sombras», explicó.
A continuación, Amaya Caunedo pasó a señalar algunas peculiaridades de la Revolución en Asturias, analizándola extensamente y resaltando varios factores significativos más allá de esa épica obrera que ha perdurado hasta hoy. Entre ellos, la historiadora apuntó las repercusiones de la «huelgona» de 1906 y de la huelga revolucionaria de 1917, saldadas «con listas negras y exilios forzados» como el de Manuel Llaneza, que conoció en Bélgica «métodos para que la capacidad organizativa de los sindicatos de clase se fortaleciese». La pervivencia en Asturias de una economía rural paralela a la minería y la metalurgia, cuyo máximo exponente fueron los «obreros mixtos» que combinaban el tajo en la industria con las labores del campo, ayudó a que la revolución prendiese con fuerza en el ámbito rural. Y otro factor clave fue «la represión, ejercida esencialmente mediante torturas, más que en fusilamientos», a fin de «conseguir delaciones e informaciones» tanto de presos revolucionarios como de sus familiares o allegados.
Miguel Ángel Solla, por su parte, desgranó los efectos del 34 en Cantabria, recalcando que la región vecina «ha sido el ‘pariente pobre’ en la historiografía del 34», si bien los sucesos allí ocurridos «también tienen importantes singularidades» que el historiador ha ido recopilando en casi una decena de libros. Entre ellas destacó que allí la revolución «se debió exclusivamente a los socialistas», siendo «un territorio dividido entre un campesinado con predominio del voto derechista y un proletariado urbano esencialmente socialista, aunque poco afecto al PSOE». Los revolucionarios «fueron en su inmensa mayoría afiliados al sindicato Federación Obrera Montañesa», que, pese a compartir siglas con la UGT -igual que en Asturias el SOMA-, «tenía carácter propio, muy marcado, manteniéndose independiente de la central ugetista», rasgo notorio «que ha pervivido hasta hoy». Solla señaló asimismo que el socialismo montañés «era más moderado que revolucionario», pero disciplinado hasta el punto de que, «sin compartirlas, sus miembros acataron las órdenes recibidas desde Madrid por la UGT y la Alianza Obrera» y se levantaron en cuanto la CEDA accedió al Gobierno de Lerroux.
Los principales sucesos tuvieron lugar «sobre todo en las zonas de Torrelavega y Campoo, más que en Santander», ya que estas «eran las áreas de mayor industrialización de la provincia y donde se hallaban las fábricas de artillería». Aunque la revolución fue contenida rápidamente por las fuerzas gubernamentales, «hubo núcleos que resistieron hasta el 19 de octubre, cuando se rindieron los últimos reductos de Asturias». Solla señaló asimismo que «en la represión en Cantabria no constan fusilamientos, más allá de algún simulacro macabro», si bien «las detenciones, las condenas de cárcel y las torturas fueron numerosas» y su incidencia, inevitablemente, hallaría eco durante la Guerra Civil. La importancia estratégica de la industria en Cantabria, de otra manera, se demostró precisamente durante la contienda ya que «Franco, en 1937, indicó repetidamente que prefería tomar Reinosa antes que Santander para no tener que seguir pidiendo cañones a los italianos», explicó el historiador.
Por su parte, Diego Díaz analizó la Revolución en Cataluña, señalando una serie de paralelismos con el momento actual «que vienen a decirnos que lo que ocurre hoy en Cataluña no es un invento de Artur Mas o Puigdemont». El principal factor que distinguió lo allí ocurrido en 1934 «tiene que ver con la alianza existente entre los sindicatos obreros y los nacionalistas burgueses», además de señalar el papel jugado por los rabassaires, «campesinos más o menos acomodados pero sin propiedad de la tierra», que se sumaron al movimiento enarbolando la Reforma Agraria, «otra reivindicación esencial y un elemento necesario para entender la España de entonces». Díaz hizo un bosquejo sobre la figura del presidente Companys, definiéndolo «como un catalanista que también era españolista», y que proclamó «el Estado Catalán dentro de una república federal española que, aunque no existía, vio que era la única salida posible en aquella tesitura», en unos difíciles días «en los que en la mitad de provincias de España existieron levantamientos revolucionarios», tal y como constató Miguel Ángel Solla en el debate posterior.
También hubo hueco durante el coloquio para señalar «el pobre papel que jugaron el PSOE, la CNT y el PCE», tal como indicó el catedrático jubilado David Ruiz, recordando que, «con la excepción de Indalecio Prieto, ninguno de sus organizadores reconoció los graves errores cometidos» en la que, con ciertos matices, se volvió a convenir que fue «la última revolución obrera de Occidente».
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