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Pablo Ardisana: silencio, ha muerto un poeta

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Pablo Ardisana: silencio, ha muerto un poeta

Pablo Ardisana murió esta madrugada en el HUCA, donde estaba ingresado. Foto / Javier Bauluz.

Xuan Cándano / Director de ATLÁNTICA XXII.

Yo me hice periodista para que me quiera gente como Pablo Ardisana. Bendita profesión ésta, tan decepcionante como un sueño roto, que te permite conocer y llegar a intimar con tipos tan extraordinarios como Pablo.

Hay que poseer tan buena pluma y tanta sensibilidad como tenía Pablo Ardinasa para describir la peripecia vital del poeta llanisco, tan literaria como su obra.

Pablo era selectivamente bueno. Tenía mala leche y duras palabras para todo tipo de oportunistas, vividores, hipócritas y corruptos. A muchos los conoció y los trató personalmente. De otros repudiaba sus miserias porque desde su casa de Hontoria, de la que apenas se movía, controlaba todo lo que pasaba en el mundo con el rigor y la curiosidad de un antropólogo.

Pero a la gente que apreciaba, sin importarle sus coincidencias personales, literarias o políticas, la honró con el fervor de su sincera amistad, todo un privilegio, porque compartir una velada o una simple conversación con Pablo Ardisana suponía siempre un enriquecimiento personal impagable.

Su cabeza, en su pequeño cuerpo sometido a una discapacidad congénita, era una de las más inteligentes que conocí jamás. Su sensibilidad no se limitaba a su poesía, tan pegada a la tierra y a la naturaleza desbordante de Llanes, su territorio mágico, ahora huérfano del escritor que mejor supo inmortalizar su belleza y la cultura popular de un concejo con tanta personalidad como la del autor de Armonía d´anxélica sirena.

Cuando nació ATLÁNTICA XXII hace ocho años me empeñé en que la primera entrevista de la “Galería de heterodoxos” fuera al santo laico anarquista José Luis García Rúa para plasmar un ejemplo de honradez personal y conducta política. Y la segunda a Pablo Ardisana, otro referente moral, en su caso bendecido por el aura de la poesía.

Aunque no era fácil arrancarle una entrevista, nos recibió encantado porque se convirtió en un fiel seguidor de la revista desde el primer número. Y cuando cada ejemplar fresco llegaba a su casa la suya era una llamada urgente e inevitable que daba paso a una interminable conversación donde se mezclaba lo divino y lo humano, la literatura y la política, lo local y lo universal, el cotilleo intrascendente y la más profunda disquisición filosófica. Su despedida solía ser un rito:

-Te quiero mucho, Xuanín.

Yo también, Pablo. Y no te puedes imaginar lo desvalido que me dejas, aunque nos queden tus poemas.

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