
Pablo Iglesias salió triunfante en Vistalegre II. Foto / Isabel Permuy.
Quique Faes / Periodista (plaza de toros de Vistalegre, Madrid).
Había cierta prisa por cerrar Vistalegre II. Una temprana filtración a la prensa de la consagración de las tesis y la candidatura de Pablo Iglesias aceleró todos los tiempos y adelantó la confirmación de la noticia, que ya volaba más o menos libre por el espectro informativo y necesitaba solo una buena fotografía que arrojarles a los medios. Salió Iglesias, triunfante, a escena. Habló de unidad (ese mantra tan repetido durante la asamblea de la que ha salido reforzado), recogió su mandato en forma de aplauso y ahí se acabó el evento. De modo que la tarima quedó libre para que voluntariosos representantes del pueblo palestino, de televisiones públicas, de círculos que vindican la ruralidad de Podemos, de vigilantes de seguridad agrupados en su precariedad incluso, hablaran desde la base a una plaza ya semivacía y en realidad satisfecha, dispuesta para digerir un resultado previsible en las tabernas cercanas o de regreso a casa.
Pese a que a través del micrófono se siguen vertiendo algunos datos interesantes —un ejemplo: tres cuartas partes de los secretarios generales del partido son hombres— es evidente que el alma de la reunión ha salido ya de la sala. Hay militantes que se abrazan con cierta euforia para festejar la victoria de Iglesias, otros que bromean con acompañantes que amagan con pasar de largo (“esperadme, que juntos llegaremos más lejos”) y asistentes de poncho morado que se encaminan al metro con calma, con el paso pausado de quien celebra la ratificación de algo esperado.
Se diría que Pablo Iglesias conocía el resultado con el que, de alguna manera y por ahora, las bases del partido resolverían la disyuntiva de a quién quieren a su frente. Ha superado con holgura a la canditatura liderada por Íñigo Errejón, se ha presentado en Vistalegre II como alguien que se sabe vencedor, el público ha celebrado su liderazgo. En este último sentido, y exagerando un poco, esa decisión revela que la nueva política de la que Podemos se dice portador tal vez no sea tan nueva: se apuesta por reforzar una conducción política personalista, que si bien tiene un soporte extremadamente plural a sus espaldas, celebra el carisma y el dominio del rol de un líder muy visible en lugar de abrir el foco hacia los lados.
Hay quien prevé, filas adentro, que ese refuerzo de un personaje político tan acabado que seguirá personificando al partido en la prensa y el parlamento no servirá para otra cosa que no sea fortalecer el aparato central de Podemos, y con él un recorte de alas críticas lejanas de Madrid. No deja de ser un augurio. Pero ahora mismo corea el público que aún resiste en la plaza un himno que entona a la guitarra (en pantalla) José Antonio Labordeta, y salta a la vista que poco tiene que ver todo lo que en Vistalegre II se ha visto sobre el estrado, si hablamos solo de los principales papeles protagónicos, con aquella naturalidad tan silvestre con la que el cantante y parlamentario aragonés, dispuesto siempre a una didáctica tranquila y aun al asombro político, se presentaba cada semana en el Congreso.
No es lo mismo sentirse parte de algo que arrogarse su propiedad, y de eso saben mucho las derechas españolas, históricamente proclives a caer en un concepto patrimonial del país que las hacen sentirse únicas depositarias legítimas de su destino y renegar con la cabeza a menudo cuando alguien ajeno le disputa esa autoridad. Quizás ese sea precisamente el principal reto de Iglesias y su equipo tras Vistalegre II, permanecer en el campo del sentimiento de pertenencia.
Ya no queda casi nadie en la plaza. Quedan al fondo, en el telón, las palabras que el partido ha elegido para expresar su identidad en vísperas de esta asamblea: gente, círculos, patria, pueblo, democracia. En dos semanas aquí habrá una corrida de toros y el léxico, según se comprueba en los carteles que anuncian el espectáculo, será otro: gusto, verdad y arte.
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