Connect with us

Atlántica XXII

Destacado

Papeleando

Ernesto ColsaErnesto Colsa / Piénselo un momento: usted tiene la posibilidad de experimentar con el aparato del poder, utilizarlo para desarrollar sus pulsiones artísticas y forzar los procedimientos dejando al descubierto el artificio, todo ello gracias al constitucional derecho de petición, el cual le ampara para dirigirse a cualquier instancia pública y requerir la memez más supina que sea capaz de concebir, y hay personas cuya destreza en estas lides supera lo imaginable.

Redacte un escrito con su excéntrica pretensión, diríjase a la Delegación del Gobierno y preséntelo en el registro, donde un funcionario lo leerá someramente e introducirá sus datos en una aplicación informática, en uno de cuyos campos habrá de sintetizar el contenido de la solicitud. Pues bien, a partir del momento en que, con uno de esos aparatos que han sustituido al sello y al tampón de antaño, estampillen en el papel la fecha de entrada, usted habrá perdido toda capacidad de disponer sobre su destino; el Poder lo ha fagocitado, lo ha incorporado a su monstruoso mecanismo y no se le podrá reubicar ni una sola coma por cientos de anacolutos en que incurra. Se ha producido una suerte de transustanciación digna de la más mística de las ceremonias, un acto de intrínseca naturaleza artística, pues ¿qué pretende el arte sino elevar de categoría a la materia -desde Duchamp, cualquier materia-, convirtiéndola en la representación de una idea?

Este fenómeno se produce de continuo en todo el orbe ante nuestra total indiferencia, tanto en la Administración 2.0 más sofisticada como en un infame chamizo de cualquier país subdesarrollado, del mismo modo que los creyentes pueden escuchar la palabra de sus dioses en la ostentosa Basílica de San Pedro o en un bohío de Tegucigalpa. Y ello sucede gracias a esa labor tan denostada como la burocracia, la cual nos diferencia de las bestias.

Desbrocen de cualquier trámite ante la Administración los formalismos que lo dignifican para imbuirle respeto al ciudadano y descubrirán su esencia de vacua impostura, tanto más ostentosa cuanto digno de consideración se pretenda el Ministerio: piénsese en la Justicia y su recua de togados, arcaísmos y otrosíes, ya erradicada de pelucones la Magistratura, a mi juicio un grave error. Gracias a este ejercicio de abstracción, usted no volverá a aburrirse en la cola de la Consejería.

Les contaré un secreto. Por razón de mi oficio, una vez hube de elaborar el borrador de un reglamento -norma de rango inferior a la ley emitida por el poder ejecutivo-, que luego sería aprobado por el correspondiente órgano político y publicado en el boletín oficial para certificar su vigencia. Y cuando leí, con un punto de vanidad, los preceptos de mi cuño ya nacidos al ordenamiento, me di cuenta de que había perdido la oportunidad de insertar en el texto, a modo de acróstico, claves ocultas que designaran el grupo de terrorismo musical donde yo había militado en los noventa. Podría haber sublimado mi proyecto de vanguardia e investirlo de una potestas subliminal conferida por quienes habían aprobado el reglamento, convertido en mandato de obligado cumplimiento susceptible de invocarse en un juzgado y cuyo contenido los opositores deberían memorizar.  ¿Quizá la primera performance jurídica de la historia, o existen ya, agazapadas en los pliegues del articulado, bromas privadas de los redactores de las normas, como esos falos en el skyline de Bagdad que -se dice- los artistas de la Disney insertaron en Aladdin? ¿Nos toma el pelo el legislador de un modo diferente al que creemos viendo los telediarios?

La máxima manifestación de lo convencional se plasma en las fronteras, líneas imaginarias que determinan el sometimiento del ser humano a la civilización o a la satrapía por haber nacido en el sector equivocado, pero expeditas para la humilde babosa -de nuevo la burocracia como fenómeno ajeno a las bestias-. Yo he esperado en la frontera de Transnistria, Estado no reconocido, a que me sellaran un papelote sin validez alguna.

La Meca -o el Averno- de cualquier burócrata se halla en la linde entre Bélgica y los Países Bajos. Un lugar denominado Baarle, que constituye un enclave flamenco en territorio holandés jalonado, a su vez, de islotes belgas; un sitio demencial con dos casas consistoriales, comisarías o estafetas de correos, a cuyos adoquines los surcan sinuosas líneas de demarcación, y donde el zaguán puede hallarse en distinto país que el excusado, o una floristería disponer de una licencia expedida por Ayuntamiento diferente a la del ultramarinos contiguo o donde una hermana, en fin, puede tributar por un régimen fiscal más ventajoso que su melliza por haber decidido establecerse en la vivienda de al lado.

¿No es maravilloso?

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 35, NOVIEMBRE DE 2014

Continue Reading
Click to comment

You must be logged in to post a comment Login

Leave a Reply

Más en la categoría Destacado

Último número

To Top