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Venezuela, ese oscuro deseo de EEUU

Una fábrica petrolera venezolana. Foto / La Radio del Sur.
Luis García Oliveira.
No faltarán quienes lo pongan en duda o lo intenten rebatir, pero falsas apariencias aparte lo que menos le importa a la muy subsidiaria Administración norteamericana es quién o qué monigote esté al frente de cualquier Gobierno en cualquier parte del mundo; lo único que realmente les importa es que colaboren cuanto se les pida en pro de los intereses de las grandes oligarquías económicas, financieras y empresariales norteamericanas allí donde éstas operen, es decir, prácticamente en todo el mundo.
¿Cómo se justifica si no el descomunal despliegue militar de los EEUU por casi todos los rincones del planeta?
Sin paragón que ni de lejos se le aproxime, el ejército más poderoso del mundo tiene ¡¡800 bases militares¡¡ estratégicamente repartidas fuera de sus fronteras y más de 200.000 soldados y civiles, pertenecientes todos al Departamento de Defensa, permanentemente estacionados en un centenar de países.
Desplegados en Afganistán hay 9.800 y 3.500 más en Irak y Siria; todos bajo el pretexto de “luchar contra los terroristas del Daesh”.
En la región Asia Pacífico hay 50.000 militares estadounidenses; 28.500 de ellos en Japón y Corea del Sur y cerca de un millar en Australia y Singapur.
En África están desplegados unos 5.000 miembros de esas fuerzas armadas; 4.000 de ellos en la mayor base norteamericana en el continente negro, la de Camp Lemonnier, en Yibuti, un pequeño país situado entre Etiopía y Somalia estratégicamente posicionado frente al embudo de entrada/salida del Mar Rojo.
También hay 64.000 militares yanquis repartidos por el continente europeo –sí, la cifra es correcta: 64.000, nada más– en enclaves castrenses ubicados en Alemania, Italia, Reino Unido y… España. También en las repúblicas ex soviéticas del Báltico y 3.000 más en Turquía.
¿Embajadores todos de “la democracia y la libertad”? Sin la menor duda, si la respuesta la diese cualquiera de los integrantes del nutrido coro de amanuenses con que cuentan los EEUU.
Pero ya lo dijo claramente en público Barak Obama antes de concluir su mandato: “Tenemos el ejército más fuerte del mundo y, ocasionalmente, tenemos que torcer el brazo de los países que no quieren hacer lo que queremos que hagan”. Palabras textuales de todo un Premio Nobel de la Paz.
Bonito panorama, ¿verdad?, pues guste o no guste ese es el trato que dispensa el gran cacique yanqui a todos sus subordinados a extramuros de sus fronteras.
¿Y cómo es posible que un país con más de 323 millones de habitantes –el tercero más poblado del mundo– y con el ejército más poderoso del planeta esté actualmente encabezado –convencionalmente hablando– por un descerebrado palurdo como Donald Trump?
Pues es lo que tienen las “democracias” al uso, que al no pasar de ser quiméricos escenarios de cartón-piedra –únicamente aparentes y formalistas– entre otras variantes dan cabida a esperpentos políticos como la Italia del mafioso Berlusconi, la indescriptible Rusia de Vladimir Putin, la saqueada España del corrupto Rajoy o a la “democracia a la americana”, en la que la ciudadanía tiene que elegir presidente entre dos candidatos –uno de derechas y otro de la ultraderecha– que, salvo Trump, son multimillonariamente financiados por los principales magnates económicos y empresariales del país. Por supuesto, todo muy democráticamente, faltaría más.
Ante esta realidad casi da igual quiénes estén al frente de unas “democracias” tan sumamente elásticas y prostituidas, ya que en general y salvo excepciones muy puntuales el guión no lo escriben los políticos, se les da redactado por quien verdaderamente manda –el poder económico– correspondiéndoles a ellos, solamente, interpretarlo de forma fidedigna procurando guardar mínimamente las apariencias, aunque sin molestarse ya demasiado en esto último.
Venezuela y las oligarquías petroleras
El más descarado espectáculo del momento se está representando en Venezuela, objeto del oscuro deseo de las oligarquías petroleras norteamericanas –y también europeas– al poseer este país el 28% de todas las reservas petrolíferas del mundo, o sea, casi un tercio del total.
En esta cuestión no hay que perder de vista que el petróleo que viaja del Golfo Pérsico a los EEUU tarda 45 días en realizar el recorrido –con los costes añadidos al producto que esa larga travesía conlleva– mientras que el procedente de Venezuela tarda tan solo cuatro o cinco días en llegar al mismo destino.
Así que el problema allí para estas oligarquías no es que el anterior presidente se apellidase Chávez ni que el actual se llame Nicolás Maduro, ni tampoco que la población venezolana esté mejor o peor bajo el régimen actual o el que en su día encabezó un probado mafioso como Carlos Andrés Pérez; eso les resulta absolutamente indiferente. Lo que verdaderamente les preocupa es que esas descomunales reservas petrolíferas no estén bajo su control; eso les resulta inadmisible para sus intereses y, por tanto, están volcados en revertir la situación a su favor cueste lo que cueste.
Además, el capitalismo norteamericano e internacional nunca va a dar por bueno ni a consentir ningún modelo político que no les abra las puertas de par en par, y muchísimo menos si ese modelo no le fuese afín pero sí capaz de atribuirse algún logro social o económico que mostrar ante la población.
Históricamente, el subsidiario poder político norteamericano nunca tuvo el menor escrúpulo en promocionar o propiciar dictaduras –por sangrientas que fuesen, como casi todas las latinoamericanas en la década de los setenta– o en sostener en los Gobiernos de otros países a simples títeres con tal de que unos y otros les fuesen útiles a sus intereses. Las consecuencias directas sobre la ciudadanía afectada –tantas veces trágicas– los derechos humanos y las crisis humanitarias provocadas con sus descaradas injerencias es algo que siempre les trajo absolutamente sin cuidado.
Ahora, con Venezuela, toda la maquinaria política y militar norteamericana está dispuesta a su servicio, además de una plana mayor mediática volcada en construir una imagen distorsionada de la realidad y en promover un basculado estado de opinión. Por si todo eso no fuese suficiente, también les bailan el agua casi la totalidad de los Gobiernos occidentales, sumisos y vergonzosamente serviles como nunca antes con los imperialistas, además de casi todos los medios de comunicación, al menos en España.
Agotadas hasta ahora casi todas las vías de presión sobre Venezuela, se está ya en la penúltima fase antes del asalto final: demonizando mediáticamente al Gobierno hasta extremos increíbles, convirtiendo las calles en un reñidero permanente, colapsando la importación de recursos básicos –como las medicinas– para desestabilizar socialmente al país y, por último, apadrinando sin reservas a las disconformes élites sociales venezolanas para que promuevan el caos, el desorden y la desobediencia civil. Toda una creciente estrategia de amplio espectro puesta en marcha desde tiempo atrás con un único propósito: el de restaurar en todas sus vertientes la dominación perdida.
Vista la acelerada marcha con que se impulsa el asedio, ya se entrevén dos bazas definitivas: la del “obligado socorro” ante una supuesta crisis humanitaria y la de “proteger” los derechos humanos de la población.
A los ojos del mundo ese será el intoxicado mensaje a difundir masivamente por todos los medios de comunicación. Después, cumplido ese requisito previo, las fuerzas armadas norteamericanas podrán exhibir ya ante la comunidad internacional su pasaporte para proceder a la “ayuda humanitaria” y a la consiguiente intervención militar.
Por muy improbables que sean no hay que descartar totalmente otras opciones, pero visto cómo se están muñendo los derroteros a los que se aboca la suerte de Venezuela, solo un milagro podría impedir que la bota militar estadounidense pise sobre el suelo de ese país; pero que nadie se haga ilusiones al respecto, porque ya es sabido que, por muy sangrante que sea la situación, ningún dios suele interceder en las cosas de este mundo.

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