
Pablo Iglesias e Íñigo Errejón en Vistalegre II. Foto / Isabel Permuy.
Xuan Cándano.
La polémica compra del chalet de 660.000 euros por parte de Pablo Iglesias e Irene Montero no merece reproche moral alguno a la pareja ni cuestiona su honradez. Pero sí su coherencia y su credibilidad, por las críticas del máximo dirigente de Podemos a Luis de Guindos por una operación similar y por la imposibilidad de defender a los de abajo viviendo como los de arriba. Y sobre todo es una enorme torpeza política, que deja tocado a su partido a la vez que a sus dos máximos dirigentes.
Lo sorprendente es que ambos se muestren sorprendidos por la reacción social y la decepción de sus votantes. Pablo Iglesias es un buen politólogo y un político inteligente que logró parir, con otro grupo de afines formados en la Facultad de Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, un partido innovador que provocó una verdadera convulsión social y un positivo cambio en la política española. Por eso sorprende especialmente que, con respecto a la reacción popular ante la adquisición de su vivienda, conozca tan poco a los suyos y a la propia sociedad española.
Lo que nos resulta más inquietante a los que concedemos una enorme importancia a la necesidad de limitar los mandatos de los cargos públicos, e incluso poner fin a la profesionalización de la política, es la aparente tentación que Iglesias y Montero podrían tener de alargar su carrera en el Congreso como garantía de pago de la hipoteca. Pero esa duda la disipan los dos en el comunicado público en el que anuncian la consulta a las bases de Podemos para continuar en sus cargos, recordando la autolimitación a ocho años que se marca el partido.
Esa consulta es una razonable salida al conflicto y una alternativa democrática digna de elogio, como no podía ser menos en un partido moderno y renovador. Pero esa salida democrática no se comparece con la reacción desaforada de Pablo Iglesias a las escasas críticas públicas internas que ha tenido en las últimas horas. El alcalde de Cádiz, José María González “Kichi”, y el secretario general de Podemos Asturias, Dani Ripa, han sido valientes al exponer públicamente lo que otros muchos dirigentes del partido morado piensan y no se atreven a decir por miedo a las consecuencias políticas que puedan tener sus palabras si Iglesias y Montero ganan la consulta, que es lo más probable. Las amenazas verbales de Iglesias suenan a purga en el caso de Asturias, donde Emilio León y Dani Ripa lograron marcar las distancias con Madrid desde el nacimiento de Podemos en la autonomía. A Ripa lo fulminaron en Vistalegre I por encabezar una tercera vía que no prosperó, pero desde Madrid no lograron evitar que triunfara en Asturias.
Esas amenazas suenan a tambores de guerra en un partido con muchas corrientes internas y un delicado juego de equilibrios que podría saltar por los aires de la sierra madrileña donde se ubica el chalet de Galapagar. De momento Pablo Iglesias está dolido con Dani Ripa porque el secretario general asturiano se mostró dolido por la crisis provocada por la compra del chalet. Si un dolor no se ataja a tiempo puede dar paso a la enfermedad y contagiar a todo el organismo.
El peligro es evidente sea cual sea el resultado de la consulta. Si la ganan Iglesias y Montero, como se supone, probablemente con una baja participación, su credibilidad seguirá en entredicho ante la opinión pública y sus adversarios tendrán un flanco excelente donde atacar que no desaprovecharán en la próxima campaña electoral. Y si la perdiesen, la guerra interna podría ser inevitable. Pase lo que pase, gana Iñigo Errejón, que ve acortarse su camino hacia la sucesión de Iglesias. Y quién sabe si hacia La Moncloa: su transversalidad le evita el rechazo que genera el de la coleta en buena parte del electorado. Tampoco es previsible que Errejón cometa torpezas tan asombrosas como la de la hipoteca de Galapagar.
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