Connect with us

Atlántica XXII

Poder y distancia

Destacado

Poder y distancia

Santiago Alba Rico / El poder es la capacidad de matar desde lejos. El que mata de cerca es un criminal porque no puede alejarse lo bastante de su víctima: tiene que acercarse a ella para asestarle el golpe definitivo. Para matar desde lejos hace falta acumular medios de producción y destrucción tan potentes que la distancia respecto del cuerpo de la víctima se confunda con la atmósfera misma. En términos tecnológicos, las armas han acumulado poder en la medida en que cada vez se distancian más de su objetivo: los fusiles, los cañones, los misiles y ahora los drones, manejados desde fuera del propio artefacto de muerte, a miles de kilómetros del arma misma. En términos económicos, el capitalismo ha acumulado más poder que ningún orden anterior porque ha multiplicado los medios -las distancias- entre el lugar de los cuerpos y el lugar de las decisiones: los mercados financieros, como colofón de la abstracción capitalista, han convertido esa distancia en una estructura casi impersonal de la que dependemos víctimas y verdugos por igual; y que víctimas y verdugos mantenemos por igual con vida.

Los medios -he escrito muchas veces- justifican todos los fines. El que tiene los medios para matar desde muy lejos tiene los medios para justificar su acción, que de hecho se justifica a sí misma, como se justifican a sí mismos los volcanes y las lluvias. Todo poder es legítimo salvo que otro poder más fuerte -con más medios y desde más lejos- lo deslegitime y convierta sus acciones en crímenes; es decir, pase a valorarlas a ras de tierra y desde muy cerca. Nadie duda de que la victoria de Hitler habría evaporado los lager, que Nüremberg concretó cuerpo a cuerpo; y nadie duda de que Nüremberg olvidó los cuerpos calcinados de Nagasaki e Hiroshima, sublimados en el orden rutinario de la posguerra mundial.

Para deslegitimar el poder más fuerte y eventualmente introducir un efecto benigno en el mundo -contra el capitalismo o contra una dictadura asesina- hace falta acumular tantos medios -tanta distancia- como sea necesaria para matar desde lejos. Cuando se puede matar desde lejos, es decir, cuando se tiene el máximo poder -el único que nos permitiría hacer el bien- los medios se suelen imponer solos, de manera que acaban imponiendo también los fines, muy alejados del bien deseado: los poderes constituyentes se acaban pareciendo sin querer, atrapados en la distancia de los cuerpos, al poder destituido. Esta es la concepción “libertaria” del poder, desgraciadamente muy certera en la era del capitalismo tecnológico. Su expresión más sucinta es la famosa paradoja de Simone Weil: “La única verdadera revolución sería la victoria de la debilidad sobre la fuerza”. Sin fuerza los débiles no pueden imponerse y, si se imponen, es porque ahora son ellos los más fuertes. La sola manera de que venzan los débiles sin dejar de serlo -sin acudir a la fuerza que los corrompería- se llama Derecho.

Por abajo las cosas son en apariencia más sencillas. Si no se tienen los medios para matar desde lejos -si no se tiene poder- pueden ocurrir dos cosas: la primera es que los cuerpos no se maten entre sí e incluso que se amen. Al cuerpo que decide de cerca la vida de otro lo llamamos “madre” o “enamorado”; si uno decide, en cambio, su muerte -como Medea o Jack el Destripador- lo llamamos “asesino”. Los poderosos no son ni madres ni asesinos; el poder mismo los ha separado de los cuerpos por encima de la moral común. El poder no tiene cuerpo. A las madres las creemos y a los asesinos los tememos. El poder nos fascina, pero no nos convence y, si nos intimida, es porque manda policías y soldados a derribar nuestra puerta. Cuanto más distante es el poder -cuantos más medios tiene- y más domina por tanto nuestras vidas, más nos fascina, menos creemos en él y más tendemos a refugiarnos entre los cuerpos, donde el amor y el odio -gracias a la levadura de las redes- se vuelven cada vez más intensos, fugitivos e intercambiables.

El poder no tiene cuerpo y resulta ya increíble; los cuerpos, separados del poder, se refugian en el amor y en el odio. Alguien puede pensar que la crisis de Podemos tiene que ver con el poder; es decir, con el alejamiento de la gente. Es todo lo contrario. Se parece demasiado a la gente. Con los enemigos se negocia; los amigos que dejan de serlo son traidores y hay que exterminarlos. Ha faltado siempre política, y sobrado amistad, en Podemos; y es ya quizás demasiado tarde para empezar de nuevo a través de un pacto ilustrado con extraterrestres o, al menos, con pingüinos. Podemos se está librando del amor a través del odio y no de la política; algunos pretenden incluso que ésa es la condición para alcanzar el poder que después fascinará, sin convencer, a los débiles. En cuanto a éstos, seguirán, como siempre, dejándose matar desde lejos y matando criminalmente desde cerca. Lo más hermoso solo deja de serlo para convertirse en lo más feo. En el mejor de los casos, después de Vistalegre II Podemos será el partido más feo del país y habrá que votarle porque seguirá siendo el menos malo. Pero el daño que se ha hecho a la belleza (en el cuerpo de toda una generación) es ya irreparable.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 48, ENERO DE 2017

Continue Reading
Click to comment

You must be logged in to post a comment Login

Leave a Reply

Más en la categoría Destacado

Último número

To Top