
Ilustración de David Sánchez para la portada del libro colectivo «The Smiths. Música, política y deseo».
Luis Feás Costilla / Periodista. Estoy de acuerdo con el constitucionalista Miguel Ángel Presno, en la entrevista que se le hace en el actual número de ATLÁNTICA XXII, en que el problema de la Constitución española de 1978 no reside en que ésta sea mala, sino en que no se ha ido actualizando desde entonces y ha quedado obsoleta. Fue aceptable en el contexto complicadísimo de la Transición, pero el régimen absurdo que vino después, el de las mayorías absolutas y el bipartidismo autoconsciente, se mantuvo en un cerrado inmovilismo, que ha provocado que las costuras se abran por todos lados.
Los sucesivos Gobiernos de Felipe González, por conservar el poder omnímodo que consiguió en 1982, un tanto aprovechadamente (el PSOE apenas participó en la oposición al franquismo y luego barrió a los que lo cambiaron, Adolfo Suárez y el Partido Comunista). Los de José María Aznar, por un todavía más claro conservadurismo, propio de aquellos que prefieren lo malo conocido que lo bueno por conocer (los principales dirigentes de aquel primer PP habían sido declaradamente contrarios a votar sí en el referéndum constitucional). Los de Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, por pura incompetencia, encapsulados en posiciones doctrinarias que solo son del gusto de los suyos. Y el rey Juan Carlos, mientras tanto, a vivir de las rentas, nunca mejor dicho, después de verse legitimado por su actuación pública en el intento de golpe de Estado del 23-F.
El otro día, en la presentación en Oviedo del libro colectivo The Smiths. Música, política y deseo (Errata Naturae, 2014), pude ver lo fácil que es mitificar o desmitificar el pasado para aquellos que no lo han vivido. Y reinventar la pólvora, o reconquistar las Américas. Que el grupo de Manchester era descubrimiento suyo en los años noventa, cuando en los ochenta se le podía escuchar en radios nacionales, comprar sus discos en grandes superficies y sus conciertos eran retransmitidos en directo por Televisión Española.
Si la pujante generación de treintañeros que aspira al poder quiere tener éxito, no puede hacerlo centrando sus críticas en lo que genéricamente llaman el Régimen del 78, que ellos apenas han conocido (hoy solo quedan sus rescoldos) y todavía suscita mucho respeto, sino en aquellos aspectos concretos en los que hay un diagnóstico unánime sobre su desarreglo: “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”, sin ir más lejos. Nada más. Y nada menos. Cualquier otra pretensión supone un voluntarismo añadido, que difícilmente alcanzará amplio consenso social, más allá del 25%.
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