Ciencia
¿Puede la ciencia acercarnos a la inmortalidad?
Juan Fueyo | Profesor e investigador del M.D Anderson Cancer Center de Houston. El chiste dice, y que me perdone Somerset Maugham el mal uso de su sabiduría, que aunque es una verdad absoluta que hay tres remedios para no envejecer, nadie está de acuerdo en cuáles son. Debido a los pocos beneficios de la vejez (quizá la pérdida de memoria sea uno de ellos: tengo un amigo que vive en la constante y feliz delusión de que «cuanto más viejo soy, mejor fui»), los científicos, desde los tiempos de Nicolás Flamel (cuya tumba sigue alentadoramente vacía), experimentan con la longevidad. Uno de los últimos y más exitosos intentos se ha hecho tratando ratones con rapamicina. La rapamicina desencadena en las células una respuesta similar a la que se observa en aquéllas que no tienen suficiente «alimento», y ratones ancianos tratados con rapamicina viven más que ratones tratados con un placebo. Hace tan solo dos años este descubrimiento fue considerado uno de los más relevantes del momento por la revista Science.
La rapamicina induce la autodigestión o autofagia de las células, así que su efecto podría estar de acuerdo con el hecho de que dietas hipocalóricas, que también inducen autofagia, amplifican la longevidad. Pero la rapamicina aún no está lista para ser administrada a los ciudadanos de la tercera edad, ya que causa muchos efectos secundarios y algunos de ellos pueden ser graves. Se necesitan mejoras. Pero los experimentos con rapamicina y otros medicamentos sugieren que estamos cerca de conseguir frenar el paso del tiempo.
Así que no nos quejemos de la medicina, que aunque nos recomiende limitar el número de huevos de corral por semana, y haga que Nueva York promulgue un edicto para quitar la sal a la comida y que Dinamarca prohíba de un decretazo las grasas saturadas, las mejoras en salud pública y una mejor educación sanitaria están consiguiendo maravillas y la verdad es que cada vez vivimos más. Si quieres vivir cien años, haz músculos de cinco a seis, dice la canción del maestro Sabina, y la esposa de Obama está de acuerdo y pretende, campaña televisiva incluida, que todos los niños hagan una hora de deporte al día. El ejercicio físico –hay miles de estudios en el tema– ayuda a vivir mejor y hace que uno pueda mantenerse más joven más tiempo. Incluso disminuiría la posibilidad de desarrollar ciertas demencias: mens sana in corpore sano.
Pero últimamente han aparecido críticos a la utilidad del ejercicio físico para alargarnos la vida. Según éstos, hacer deporte resta días de vida. Eso es lo que defienden algunos estudiosos del metabolismo, que quieren medir la longevidad en calorías. Es decir, que no tendríamos días para vivir, sino calorías para consumir. Según esta polémica teoría, comenzamos la vida con una cantidad finita de kilocalorías y una vez consumida tu cuota, hayas vivido más o menos años, pues eso, al hoyo. Y así el deportista olímpico que quema calorías a troche y moche pasaría a la otra vida más rápido, más fuerte y más pronto que la mayoría de la población sedentaria. Según esta hipótesis podrían vivir más los oficinistas que los maratonianos, y viviría más, por ejemplo, Fernando Alonso, en su sillón, que Contador en su sillín.
Los telómeros
Nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar, que es el morir, escribió el poeta. Pero con el ritmo espectacular de los avances científicos, muy pronto navegar esos ríos nos ocupará más tiempo. Y viajaremos en primera. Solo hay un problema: para conseguirlo habrá que encontrar como preservar los telómeros. ¿Qué son los telómeros?, espero que se estén preguntando ustedes. ¿Se acuerdan de Blade Runner? En aquella película (dirigida por Ridley Scott y basada en un relato de Philip Dick), Harrison Ford interpretaba a un policía que eliminaba (él prefería el eufemismo «retirar») a unos robots-hombres a quienes se había puesto de fábrica una fecha de caducidad. Pues parece que esa fecha postrera ha sido escrita en nuestras células, más concretamente, en los telómeros. Los telómeros, literalmente la parte final o extremo de los cromosomas, están constituidos por una secuencia breve de nucleótidos que se repite cientos de veces. En el hombre la secuencia TTAGGG se repite dos mil veces. Debido al imperfecto proceso de replicación del ADN con cada división celular se pierde parte de la secuencia del telómero. En consecuencia con el tiempo, con la edad, la longitud de los telómeros se acorta. Cuando la longitud del telómero alcanza un nivel crítico, la célula deja de multiplicarse y muere. Debido a este fenómeno podría calcularse, al menos en teoría, cuánto le queda de vida a una persona midiendo la longitud de sus telómeros.
Así que razonablemente alargar los telómeros nos permitiría vivir más años e impedir que los telómeros se acortasen. ¿Quien sabe?, quizá nos acercaría a la utópica inmortalidad. Y ahora al menos una compañía que por unos 500 euros le ofrece un test para predecirle cuánto de cerca está usted de su muerte (Life Lenght cuenta con el apoyo científico de la española María Blasco, una de las pioneras en el estudio de los telómeros y cuya mentora americana ganó el premio Nobel de Medicina por estudios relacionados con esta región del cromosoma). ¿Es esto realmente posible? Hablando de modo estricto, probablemente no. En el caso de muerte por accidente de tráfico, enfermedades congénitas o infecciones letales, por poner tres ejemplos, uno se muda de barrio con los telómeros puestos. ¿Qué fecha marcaban los telómeros de Aída de la Fuente cuando aquel vestidín tan guapu llenose de manches encarnaes? ¿Qué día, mes y año se leía en el TTAGGG de Federico García Lorca en 1936? ¿Cuánto futuro permanecía almacenado en los cromosomas de Gandhi, John Lennon, Martin Luther King…?
Pero, ¿tiene este test diagnóstico algunas ventajas prácticas? Sí que las tiene, porque la longitud de los telómeros se relaciona con el riesgo de sufrir enfermedades relacionadas con la vejez, entre ellas las cardiovasculares y el cáncer. Cuanto más corto el telómero más riesgo hay de que a uno le falle la coronaria pasado mañana. Bien, eso está bien, me dirá usted, pero ¿qué podemos hacer con ese conocimiento? Pues hay pocas soluciones, excepto que al saber lo cortos que se nos han quedado los telómeros uno decida finalmente tratarse responsablemente los factores de riesgo para las enfermedades que se relacionan con la edad. Además hay algún tratamiento experimental que se supone específico. La enzima que mantiene en los seres humanos la longitud de los telómeros es la telomerasa. Pues bien, los consumidores tienen a su disposición al menos un compuesto denominado TA65.5 que activa la telomerasa. Y cómo resistirse a consumirlo, ahora que para algunos de nosotros nuestra hora no parece tan lejana y la muerte, en imagen de Clarín, anda afinando la puntería con los que nos rodean.
Además, el TA65.5 es un producto natural que se extrae de una planta que parece haber sido asociada con el aumento de la longevidad de los ancianos de ciertas aldeas en la China. Así que ahora uno puede medirse sus telómeros, después tomarse TA65.5 y… a verlos crecer. Una de las exageradas propagandas de los vendedores de TA65.5 reza: «Imagínate vivir más de cien años manteniendo la fuerza y la vitalidad que tenías a los treinta años». Lacosa no es tan sencilla, ya que la activación de la telomerasa y las longitudes de los telómeros también se relacionan con ciertas enfermedades, incluyendo el cáncer. La activación de telomerasa es un hecho prácticamente constante en células de tumores malignos. Telómeros largos, en algunos estudios, se han observado asociados a cáncer. Así que el remedio podría ser peor que la enfermedad, y en cualquier caso se necesitan más estudios antes de volcarse en la activación de nuestra telomerasa en células adultas. Podría salirnos el tiro por la culata. Y aunque me acusen de pecar de falacia ad hominen no puedo resistirme comentar que Elizabeth Blackburn, Carol Greider y Jack Szoztak, Premio Nobel de Medicina en el 2009 por la cosa de los telómeros, parecen envejecer espléndidamente, pero a ritmo normal…
La lotería de la vida
En Blade Runner, los replicantes consiguen reunirse con su creador y, en una escena que recuerda el argumento de Niebla de Unamuno, le piden que borre la fecha de caducidad, el equivalente a que les alargue los telómeros. La muerte les aterra. No hay duda de que para un individuo ser inmortal sería un triunfo. Una evolución. Pero para la sociedad sería una catástrofe. Lo finito del espacio en el planeta y lo infinito del tiempo predicen –déjà vu– el apocalipsis por falta de recursos. Con cientos de años por delante es posible que los ciudadanos del mundo decidieran repartirse los roles y, como en la Lotería de Babilonia, la alegoría de Borges, todos conocerían la omnipotencia y el oprobio; en un mundo menos mágico todos podrían llegar a ser todo: minero por cinco años, artista por otros cinco, abogado por otro lustro, rey, mendigo, reo, juez…
¿Se acabaría con la injusticia o se eternizaría? ¿Sería la Lotería a la larga controlada por un grupo de dirigentes que determinarían quien es qué y por cuánto tiempo? Mucho me temo que entre inmortales todo seguiría igual. O peor. Porque se perdería ese carácter de solución permanente que ofrece la muerte. Aceptemos, indignados, que solo ella pudo poner fin a ciertos problemas crónicos, como la dictadura de Franco. Vivir como un mortal es un arte difícil, la vida es dura («Largo es el arte; la vida en cambio corta como un cuchillo », en versos de Ángel González). Yo solo desearía que la muerte viniese rápida, y que pudiera despedirme de este mundo sin dolor y con dignidad. Si la Vieja Dama se viese obligada a concederme un último deseo le pediría, imitando a George Brassens, que me diese un poco más de tiempo: para otra vez estar celoso y, una vez más, desafinar.

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