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Xuan DO [1280x768]Xuan Cándano / Director de ATLÁNTICA XXII.

En esta Asturias tan fosilizada, donde no pasa nada desde las huelgas del 62, donde pasamos de la vanguardia a la retaguardia en apenas unas generaciones, el Ayuntamiento de Oviedo que salió de las elecciones de mayo es algo verdaderamente novedoso. En una Autonomía donde el PSOE lo tiene todo tan atado y bien atado desde hace 35 años, el experimento de ‘Carbayonia’ por lo menos nos saca del aburrimiento social, por no aludir a peores espantos.

El tripartito que gobierna en Oviedo es una peligrosa novedad continuamente vigilada por mil ojos, que son los que tienen el bipartidismo y el poder mediático, que tejen tales alianzas que parecen lo mismo.

La ofensiva sin tregua del PP se entiende, porque acaba de ser desalojado de un poder que creía que le correspondía de forma natural e ilimitada en la vetusta ciudad que la pasada primavera despertó de su clariniana siesta.

Lo de la FSA-PSOE es más complejo, porque a sus propios votantes les costaría entender cómo para el partido y para Javier Fernández la alcaldía de Wenceslao López supuso una sorpresa y un disgusto. Como es uno de los escasos socialistas entre los dirigentes del PSOE asturiano, Wenceslao es peor que un verso libre para su propio partido y Javier Fernández le impuso en su lista a dos de los actuales concejales, a modo de vigilantes.

Y de la eficaz oposición mediática no merece la pena ni hablar, porque basta con abrir el periódico todas las mañanas.

Desmontar un régimen no es fácil, y el de Oviedo era muy sólido y duró 24 años. El gabinismo era una oscura y monstruosa trama de intereses económicos inconfesables, férreamente cimentada en el clientelismo, el populismo y los grandes negocios, nefastos para la ciudad y excelentes para los bolsillos de los elegidos. Todo ello con la complicidad imprescindible de los poderes judicial y mediático. Nadie investigaba y si alguna denuncia caía su destino era el archivo inmediato. Gabino de Lorenzo, ahora al frente de los cuerpos de seguridad, sabía cultivar las amistades provechosas, como las de los fiscales. A la mujer de uno de ellos la llegó a contratar. Con eso está dicho casi todo.

Además el gabinismo, prolongado a su manera por Agustín Iglesias Caunedo, dejó muchas minas en el Ayuntamiento que el tripartito debe desactivar, como la de las privatizaciones. La primera, la de la empresa Auxiliar de Recaudación, casi le estalla en las manos, aunque la firmeza del alcalde contribuyó mucho a evitarlo.

La gente que propició con sus votos el experimento de Carbayonia, que ya es más La Corredoria que la calle Uría, sabe o intuye todo esto y hasta toma con paciencia y resignación el amplificado espectáculo de las divisiones en el tripartito, que parecen tres gobiernos en uno solo, como el misterio de la Santísima Trinidad.

Lo que no entiende nadie, ni los que no los votaron y mucho menos los que lo hicieron, es ese empeño de las plurales izquierdas en buscar problemas donde no los hay, como si no tuvieran ya bastantes. Y todo ello por prejuicios ideológicos que los jóvenes ya no entienden desde hace décadas.

La pasada edición de los Premios Princesa sacó a relucir y mezcló de tal manera torpezas y divisiones internas que la oposición al tripartito se encontró con un caramelo, aunque fue incapaz de aprovecharlo.

¿Tanto trabajo le costaba a la vicealcaldesa Ana Taboada admitir que los Premios tienen muchas lecturas positivas, como el simple reconocimiento a los premiados y los actos en los que participan, siempre abarrotados de gente? ¿Tan difícil es matizar que la Monarquía es un anacronismo y un déficit democrático, pero que eso no supone rechazar todo lo que venga de ella o contribuya a su lustre? Parece lógico y respetable que los concejales de Somos y de IU no acudan a la ceremonia elitista a la que nunca los habían invitado y sí a las protestas de La Escandalera que siempre convocaron. Pero es injustificable que el concejal de Cultura, Roberto Sánchez ‘Rivi’, no sea el primero de los espectadores que amplían sus horizontes oyendo a Lledó o a Padura, tan rojo como el de Izquierda Unida y como otros muchos premiados.

Cuánta razón y cuanta lucidez tiene Lucía Naveros cuando apunta que Somos se olvida de sus votantes pensando solo en sus activistas, mientras IU se atrinchera en sus palacios de invierno como táctica electoral, porque el republicanismo y el lenguaje radical le sirven de trinchera frente a Podemos. Por eso IU está detrás del encierro en el Ayuntamiento la víspera de la entrega de los Premios, la guinda de las torpezas del triunvirato, que logró convertir la semana real ovetense en su semana de pasión.

Después de las elecciones generales, una de las causas de la división del tripartito por la competencia feroz de Podemos e IU, es previsible que se rebajen las tensiones internas, aunque no lo harán nunca las presiones externas. Y los ovetenses, empezando por sus propios gobernantes locales, saldrían ganando si de la polémica de los Premios –que la mayoría de la población ignora por absurda– surgiera una reflexión de sentido común, más que de ciencia política. Para gobernar, y además convencer, no basta con ser honrado. Ni siquiera con tener buenas ideas y saber gestionarlas. La inteligencia siempre es imprescindible.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 41, NOVIEMBRE DE 2015

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