
Santiago Carrillo en Asturias con militantes comunistas poco después
de la muerte de Franco.
Hace unos días, el psiquiatra Guillermo Rendueles, ex militante del PCE, escribió un artículo en un tono muy crítico y autocrítico en estas mismas páginas digitales, en relación a la desaparición de Santiago Carrillo y su papel en la historia reciente de España, especialmente en la izquierda y en su propio partido. Le ha replicado un ex camarada suyo asturiano en aquella época entre el tardofranquismo y los primeros años de la democracia. El debate se produce en vísperas del homenaje póstumo que tendrá lugar el próximo día 29 en Gijón, la ciudad natal de Carrillo. Sus cenizas serán arrojadas al Cantábrico. Reproducimos a continuación el artículo de contestación a Rendueles de Dalmacio Iglesias.
La historia de plastilina
Por Dalmacio iglesias Camblor. La carta del señor Rendueles sobre Santiago Carrillo me parece escrita desde la visceralidad de los nuevos conversos. Me recuerda los primeros años setenta, cuando se acercaban e incluso ingresaban en el Partido Comunista personas que habían coqueteado o estado próximas al franquismo. Eran los conversos, necesitaban exteriorizar y armonizar con los nuevos tiempos sus ortodoxas opiniones -eran más leninistas que Lenin-, como si temieran que se dudase de su sinceridad. Ahora se recorre el mismo camino, solo que en sentido inverso; son los nuevos conversos, tienen los mismos miedos y necesidades.
Cuando uno alza la vista y ve que la panorámica que se le abre, es tan descorazonadora, se le cae el alma a los pies: antiguos camaradas arrastrándose, ejerciendo de tertulianos en cadenas de televisión vergonzosas; otros mendigando pesebres donde cobijarse renegando de sus principios y convicciones, y, en fin, otros convirtiendo la ideología en un cajón de sastre donde todo cabe y sirve; ahora llega usted y se pone a ajustar cuentas con los muertos de una manera lamentable y triste, fuera de tiempo y de lugar. Con estos mimbres, tanto ayer como hoy es difícil fabricar cestas.
Lo más hilarante y sorprendente de la carta es cuando, de una manera infantil, se culpabiliza a Santiago Carrillo de los riesgos y peligros de la militancia política en aquellos tiempos; como si ingresar en el Partido fuese igual que apuntarse a la Peña Excursionista de Cimadevilla y no supiésemos cada uno de nosotros a lo que nos exponíamos con aquella decisión. No creo que nadie fuese engañado ni se le pusiese una pistola en la sien para adquirir aquel compromiso político.
Nos dibuja usted un Partido que yo no reconozco, más parecido a una secta mesiánica, por una parte, con un Carrillo en el papel de Gran Satán, intrínsecamente perverso, dispuesto a devorarnos a todos, y, por otra, una militancia compuesta por querubines angelicales completamente idiotizados y robotizados en busca de quiméricos paraísos perdidos. Todos nosotros somos esclavos de lo que decimos o escribimos, me parece que usted para golpear a Carrillo lo hace fustigando a los militantes a latigazo limpio, poniéndolos como imbéciles compulsivos. Por otra parte, no son nuevas estas acusaciones, ya el señor Semprún en su momento planteó algo parecido, en su incesante huida hacia adelante; no es más que lo que yo denomino la Historia de plastilina, que consiste en moldear la Historia con la ductilidad que permite la plastilina, para fabricarla adaptada a nuestras necesidades e intereses personales.
Yo también apoyé aquella “espantada” de Perlora. ¡Qué error! ¡Qué inmenso error! ¿De verdad alguien se puede creer hoy, que aquello obedeció a una defensa del marxismo-leninismo? ¡ Qué desvergüenza! Camuflar como un debate ideológico lo que no fue más que una simple lucha por el poder. Allí, en aquel campo de batalla quedaron muchos cadáveres, personas honestas, excelentes camaradas, tirados, abandonados, mientras los promotores de aquella astracanada estaban más ocupados en buscar soles más calientes donde arrimarse. ¡Qué ingenuidad por nuestra parte, haber creído en aquellos Mesías!
Por cierto, si yo llegase a ser más longevo que usted no sé si iría a su entierro, no tengo ninguna necesidad de explayarlo, soy de la vieja escuela, donde los ajustes de cuentas los hacemos en vida. ¡Qué pena! “Camarada” Rendueles , has dejado pasar la ocasión de haber permanecido en silencio, que no callado.
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