
Una barricada a la entrada de la RTPA. El nuevo Consejo de Administración afronta una gestión conflictiva. Foto / Ángel Espina.
Patricia Simón / Periodista.
Imagine que se le cita para evaluar sus competencias para desarrollar una tarea. Imagine que la función que se le asignará de ser refrendado consiste en supervisar la gestión de un ente que fue creado para consolidar derechos fundamentales y cuyo presupuesto alcanza los 20 millones de euros. Imagine que ese dinero es invertido por usted y por el resto de sus conciudadanos con el esfuerzo que supone ganar un salario precario hoy en día para la mayoría de la población. Imagine que los encargados de determinar su idoneidad son los representantes políticos que usted ha votado. Imagine que cuando llega el momento de esa especie de entrevista de trabajo, usted rehuye exponer las razones por las que debería ser elegido, su análisis de la situación del organismo que supervisará, así como a exponer sus propuestas para mejorar su funcionamiento. Imagine que se limita a afirmar que fomentará una gestión eficiente, que cumplirá la ley y que hasta que no sea contratado no puede saber en qué podrá contribuir a la empresa designada.
Estaremos de acuerdo en que, con muy buen criterio, ningún/a directivo/a o responsable de recursos humanos le contrataría. Sin embargo, ésta fue la surrealista situación que viví recientemente en la sesión parlamentaria supuestamente destinada a evaluar la idoneidad de los candidatos –entre los que me encontraba yo misma– propuestos por los partidos políticos –en mi caso por Podemos– para integrar el Consejo de Administración de la RTPA. La mayoría se limitó a leer sus currículos, que ya tenían desde hacía semanas disponibles los miembros de la comisión. Pese a que el acto fue retransmitido en vivo a través de la web de la Junta del Principado –entiendo que con la intención de que los/as ciudadanos/as que lo desearan pudieran conocer nuestras propuestas–, los que hicimos uso de nuestro turno de palabra –de 10 minutos máximo– para plantear nuestra visión y propuestas, fuimos recriminados por “salirnos del guión” y “hacerles pagar la novatada”, según manifestó molesto el candidato del Partido Popular, José Agustín Cuevas Mons; con falsedades evidentes como las expuestas por la portavoz de Ciudadanos, Diana María Sánchez Martín, que nos acusó de limitarnos a realizar críticas –aquí pueden leer mi exposición para comprobar que no es así– y en el caso del candidato Óscar Vega, de incurrir en una incompatibilidad de cargos por pertenecer a un sindicato (la Corriente Sindical de Izquierdas) –algo que la Ley apunta solo para los cargos de dirección–; o por “pretender convertir el Consejo de Administración en un comité de empresa”, según el portavoz del PSOE.
Sin embargo, no fue el tono virulento y faltoso de la portavoz de Ciudadanos lo que más me sorprendió, ni la acritud que percibí especialmente por parte del PSOE y el PP contra nosotros –aunque pareciera que simplemente éramos los transmisores de esa inquina dirigida en realidad hacia los miembros de Podemos–. Tampoco el esfuerzo que realizaron algunos de los otros candidatos por pasar desapercibidos, reduciendo gran parte de sus escasas respuestas a monosílabos a las preguntas que realizaron algunos de los diputados. Lo que más me sorprendió es que, por momentos, parecía que algunos de estos diputados sintieran que les estábamos haciendo perder el tiempo o aburriendo, cuando estar allí, escucharnos, preguntarnos y determinar si podíamos contribuir a mejorar la lamentable situación de la radiotelevisión pública de Asturias era precisamente la labor por la que, como diputados, la ciudadanía les estaba remunerando en ese momento.
Parecía que los candidatos que habíamos sido propuestos por Podemos, Óscar Vega –técnico, trabajador y expresidente del comité de empresa de la RTPA– y yo, éramos percibidos por algunos de los allí presentes como unos paracaidistas que habían aterrizado por error en un lugar al que no correspondían. Unos jovenzuelos que no solo hacían uso de la palabra cada vez que tenían posibilidad, sino que venían, como buenos marisabidillos, con su exposición preparada de casa. Por momentos percibí condescencia como si fuésemos el cuñado pesado al que hay aguantar en la cena de Navidad; a ratos, diana de una guerra que no tenía nada que ver con la RTPA. Pronto se hizo evidente que no estábamos ahí para que fueran evaluadas nuestras propuestas y conocimientos para la mejora de la RTPA, y sí para pasar el trámite legal –con rasguños pero sin ningún herido de gravedad–. Las palabras fueron el recurso más eficaz para llenar de la más absoluta nada las tres horas que duró el acto. Una escenificación impregnada por un mensaje transversal: ustedes no saben cómo hay que comportarse en estos espacios.
Y yo, inicialmente abrumada y empequeñecida por la solemnidad de la sala, la impostura y prepotencia de algunos de los evaluadores, así como desconcertada por que los candidatos propuestos por los otros partidos rechazaran exponer sus propuestas y análisis, poco a poco fui entendiendo que aquel acto que entendía crucial para la defensa del derecho a una información pública de calidad, plural, independiente y dirigida a mejorar el nivel cultural de la ciudadanía asturiana era en realidad una desganada teatralización de los procesos democráticos, la transparencia y el servicio público. Lástima que algunos de los actores ni siquiera ocultaran que no se creían su papel ni la obra representada.
You must be logged in to post a comment Login