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Sí se puede prescindir del Gobierno (de turno)

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Sí se puede prescindir del Gobierno (de turno)

Una ciudadana vota en las elecciones generales del pasado 20 de diciembre. Foto / Pablo Lorenzana.

Una ciudadana vota en las elecciones generales del pasado 20 de diciembre. Foto / Pablo Lorenzana.

Xuan Cándano / Director de ATLÁNTICA XXII.

Si algo ha quedado claro casi cuatro meses después de las elecciones generales es que sí se puede prescindir del Gobierno. La economía no se ha desplomado, el paro no aumenta, hay menos intervencionismo, al no verse obligados ni el Ejecutivo ni el Parlamento a aprobar leyes absurdas que no hacen otra cosa que limitar las libertades, y la vida cotidiana discurre con absoluta normalidad; incluso mucha gente se siente menos asfixiada sin la amenaza constante del puño de hierro del poder político.

En España no hace falta ser anarquista para tener una justificada desconfianza en el Estado y en su brazo ejecutor, que es el Gobierno de turno. Basta con tener a punto la facultad de observación o con disfrutar de un imprescindible espíritu crítico. Lo del Estado benefactor nos queda muy lejos, más allá de los Pirineos, y las tentaciones libertarias parecen menos racionales en países como Gran Bretaña o en los nórdicos, donde la responsabilidad de la ciudadanía está a la altura del trato que recibe de las instituciones.

Aquí el Estado no es un aliado protector con una cara amable, sino un ente abstracto e implacable que provoca miedo y desconfianza. Es Hacienda, que no somos todos, como ya sabíamos antes del Caso Nóos, es la Fiscalía actuando por oficio a favor de los Gobiernos y sus abusos, es el ERA de las residencias geriátricas públicas asturianas acosando a los familiares de los muertos con increíbles deudas millonarias, son los radares de Tráfico colocados con picaresca para recaudar más, son los medios públicos de desinformación y descarada manipulación…

A pesar de sus limitaciones, tenemos democracia porque si suena el timbre de madrugada en casa probablemente no será el lechero, como decía Churchill, porque ya no sirven a domicilio, pero tampoco un grupo parapolicial al que no le gusta lo que piensas. Aunque podría ser el cartero con malas noticias, porque todos temblamos con sus llamadas, preludio habitual de las multas de la Agencia Tributaria o de Tráfico, que solo se suelen relacionar con nosotros para esos asuntos tan desagradables.

Es que el Estado es una cosa muy sería, como nos recordaba hace unos días Gregorio Morán, evocando la derrota de la izquierda durante la Transición. Tanto, que no admite bufonadas y humor ácido a su costa, como comprobaron recientemente los titiriteros encarcelados en Madrid.

La discusión de si podemos o debemos vivir sin Estado es demasiado trascendental y ya la dejaron sin resolver Marx y Bakunin, pero al menos en España ya sabemos que sin Gobierno los ciudadanos nos arreglamos perfectamente, sin que cunda el pánico ni la necesidad de apelar a la autoridad.

Así que igual no era mala idea convocar elecciones continuamente sin llegar a formar Gobiernos, siempre que las campañas electorales no las pague el Estado, que para esto tiene la generosidad que le falta con los ciudadanos. Y así renovaríamos continuamente el Parlamento, sin necesidad de limitar los mandatos. Todo parecen ventajas si dejamos de ser gobernados.

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