Jaime Poncela / Hay una Asturias que da mucha pena y otra que da mucha risa. Tenemos duelo y perrería en muy pocos kilómetros cuadrados, qué territorio tan bien aprovechado. Y resulta que esas dos Asturias son una sola, porque los protagonistas del circo y del velatorio son las mismas personas. Verbigracia: lo de Fernández Villa es una versión chusca y cuencata de Los Soprano, la celebrada serie de David Chase en la que el protagonista era un mafioso con ataques de ansiedad (o de confusión). En Nueva Jersey y en Tuilla gastan las mismas cazadoras de cuero, las mismas esclavas de plata en la pulsera, los mismos gustos caros, los mismos todoterrenos, los mismos manejos, las mismas estafas, idénticos apaños, el mismo lenguaje encriptado, la misma jeta amenazante y patibularia ante los periodistas.
Los “somapranos” serían una juerga si no fuese porque son una caricatura siniestra de una poderosa izquierda asturiana que puso y quitó a candidatos y apadrinó carreras políticas interminables, tipos de una pieza, sindicalistas a prueba de cualquier tentación capitalista que llevaban en la boca durante las 24 horas del día el catecismo de la verdadera izquierda.
El viejo mafioso de los genuinos y televisivos Soprano, que finge confusión mental y desmemoria para evitar dar explicaciones de sus actos ante la justicia, recuerda demasiado a quien fue el gran patrón de la izquierda asturiana durante décadas, a ese a quien los periódicos dedicaron una semana tras otra titulares enormes porque su palabra era la ley y no había carretera, obra, subvención, cargo o influencia que no estuviera bajo su implacable ojo de halcón. Ese tipo que entraba en todas partes como entran los capos Soprano, repartiendo a la vez autoridad y campechanía, temor y confianza, es ahora un anciano tembloroso y desaparecido en su confusión post-amnistía fiscal. Aquel Júpiter tonante que predicaba en Rodiezmo los males eternos de la izquierda si se dejaba tentar por las añagazas del capitalismo es el mismo que escaqueaba a su propio y querido sindicato hasta el último euro de las dietas que cobraba por cada reunión a la que acudía en calidad de guardián de los intereses del proletariado minero.
Al destaparse la alcantarilla del sindicalismo minero con todas sus salpicaduras, entradas y salidas de personajes extraños, cuentones mal contados y mentiras urdidas tomando media de vino en casa Hermógenes, de pronto hemos visto cumplidos nuestros peores presagios: la imagen de Asturias está construida sobre el club de la comedia y el sindicato de la trampa revestidos de esencias que mezclan los alamares y pelucones monárquicos más apolillados con el falso sindicalismo de restaurante de cinco tenedores, puticlub de carretera y chequera libre de impuestos. El rimbombante Principado es cada vez más parecido al reino del ogro Shrek gobernado por un ser insignificante y sin poder, donde nada de lo importante se termina y todo lo accesorio cobra una importancia colosal. Jamás sabremos cómo se hizo El Musel y cuántos se hicieron ricos gracias a esa obra que nunca tuvo honra y sigue sin tener barcos. Jamás veremos finalizada la integración ferroviaria de Gijón porque el túnel se hizo antes que asegurar los trenes, como tampoco habrá nunca una fecha para completar la variante de Pajares, pese a que ahí ya hay trenes pero no hay túneles.
Qué filón inmenso para la comedia es la historia diaria de Asturias, esta patria querida de la que huyen el dinero, el talento y las decisiones políticas de talla, esta Comunidad Autónoma que se queda cinco días sin trenes a causa de las nevadas sin que nadie tenga ya fuerza, valor, capacidad o coraje para poner patas arriba esos tan carareados contactos en la pomada madrileña en la que se reparte el pastel.
Qué risa, qué pena, qué Asturias tan cómica, tan trágica, tan llena de buenos vasallos si hubiera buenos señores, tan estafada, tan ignorada, tan cansada y envejecida, tan harta de promesas sin cumplir, tan fartuca de salvadores de pacotilla y tahúres de la política que sigue arreglando lo suyo mientras juegan al póquer con Tony Soprano y aún esperan ganar.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 37, MARZO DE 2015
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