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“Sospecho que mi hijo es trotskista”

Una manifestación convocada por el Sindicato de Estudiantes durante una jornada de huelga. Foto / Mario Rojas.
Atacado por la derecha más recalcitrante y visto siempre con recelos y como una organización sospechosa por amplios sectores de la izquierda, el Sindicato de Estudiantes es un colectivo siempre rodeado de cierto halo de misterio y cuya historia se remonta a las grandes movilizaciones estudiantiles de mediados de los años ochenta, y a la expulsión de un pequeño grupo trotskista dedicado al entrismo en el seno del PSOE y de la UGT.
Diego Díaz / Historiador.
Malos estudiantes agitan la educación
En 2012 La Razón publicaba una portada titulada “Los malos estudiantes agitan la educación”,en la que el medio dirigido por Francisco Marhuenda retrataba a varios dirigentes universitarios como una pandilla de vagos antisistema subvencionados por el Estado, todos ellos además un poco talluditos como para seguir ejerciendo de líderes estudiantiles. En el artículo, que no citaba fuentes, con excepción del ministro Wert y la Confederación Católica de Asociaciones de Padres de Alumnos, se decía de Tohil Delgado, secretario del Sindicato, que cobraba 3.240 euros por participar en el Consejo Escolar de España, y de la asturiana Beatriz García, de la misma organización, que además de no haber terminado a sus 27 años la licenciatura de Filosofía había firmado un manifiesto en apoyo a los trabajadores de Naval Gijón, algo esto último al parecer muy grave para el periódico progubernamental.
Para García, ex secretaria de organización, e integrante de la ejecutiva, la edad de algunos miembros “es usada como un arma arrojadiza” por parte de la derecha, pero en el Sindicato participan estudiantes de Instituto, algunos muy jóvenes, cosa que la prensa de derechas no dice, y “es normal que la gente con más experiencia tenga un papel relevante”. En 2012 otro medio de derechas, ABC, se veía obligado a rectificar públicamente varias informaciones sobre el Sindicato, tras una demanda de la organización y una sentencia judicial que condenaba al periódico por haber afirmado que aquél se nutría casi exclusivamente de subvenciones estatales y que su cúpula la formaban treintañeros adinerados. Beatriz García explica que, al contrario de lo que afirma la prensa de derechas, las Administraciones buscan desde hace años la “asfixia económica” de la organización y apenas le conceden subvenciones.
Más allá de que para la derecha solo las empresas y la Iglesia parecen tener derecho a la obtención de subvenciones, según Beatriz García el procedimiento con respecto a las ayudas públicas, que desde el Sindicato ven como “un derecho”, ha sido siempre utilizarlas para fortalecer la movilización, así como la dietas obtenidas por participar en organismos públicos, como el Consejo Escolar del Estado. La financiación para el mantenimiento del colectivo, que desde la organización se afirma que cuenta con varios miles de afiliados, aunque sin precisar un número exacto, se consigue fundamentalmente mediante otras vías. Desde casetas en fiestas populares a recogida de donativos en las manifestaciones o venta de bonos de ayuda. La cuota para los afiliados y afiliadas es muy baja: 2,5 euros mensuales.
Es en su organización hermana, El Militante, donde las aportaciones son mucho más altas. David Salcines, que fue durante años miembro del Sindicato y de El Militante, y uno de los encargados de finanzas, recuerda que algunos afiliados con buenos sueldos, como por ejemplo trabajadores de Aceralia de Avilés, podían pagar cuotas de hasta 150 euros mensuales. Incluso jóvenes precarios como él daban en torno a unos 30 euros al mes. Solo este esfuerzo económico por parte de El Militante explica que la organización pueda contar con un periódico mensual. Aunque el Sindicato y El Militante son entidades jurídicamente diferenciadas y con contabilidades separadas, las vinculaciones entre ambas son muy estrechas, y comparten a menudo sedes, recursos y afiliados. Durante la época de Salcines, por ejemplo, los liberados del Sindicato solían ser también personas vinculadas a El Militante y dedicadas en cuerpo y alma a la organización.
Primi Abella señala que en Asturias, con medio centenar de afiliados, llegó a haber tres personas dedicadas a tiempo completo a la organización, eso sí, “con salarios de hambre”. Beatriz García asegura que en la actualidad el Sindicato no tiene asalariados, aunque puede pagar puntualmente viajes y dietas a compañeros por realizar campañas concretas.
Trotskistas expulsados del PSOE
El origen del Sindicato de Estudiantes se remonta a los años ochenta y a las grandes movilizaciones estudiantiles del curso 1986-1987. Como señala Primi Abella, que por entonces estudiaba secundaria en un Instituto de Avilés, ciudad donde el Sindicato siempre ha contado con una presencia destacada, las protestas estudiantiles iban más allá de las reivindicaciones específicas contra las tasas académicas y la falta de plazas en la Universidad pública y reflejaban un malestar más profundo que en aquel momento existía entre amplios sectores de la juventud, afectados por altísimas tasas de desempleo y la falta de perspectivas de futuro.
La revuelta estudiantil del curso 1986-987 sería, junto con el movimiento anti-OTAN, una de las primeras grandes movilizaciones sociales en contra de un PSOE que había desilusionado a buena parte de la izquierda social. De aquellas protestas, que se prolongaron durante meses, a veces con violentos enfrentamientos contra la policía, que llegaría incluso a emplear fuego real en Madrid hiriendo a una estudiante, saldría la desaparición de las tasas en la educación secundaria y una nueva política de becas que permitiría un acceso masivo a la Universidad en los años siguientes. “Sin las movilizaciones del 86-87 muchos hijos de trabajadores como yo no habríamos podido acceder a la educación superior”, apunta Abella, que hoy es profesor de secundaria y sindicalista de CSI.
El Sindicato nacía a partir de un grupo de trotskistas expulsados del PSOE y la UGT, Jóvenes por el Socialismo, afines a la corriente internacional impulsada por el grupo británico The Militant, una organización trotskista con una importante presencia dentro del Partido Laborista, y concretamente en el Ayuntamiento de Liverpool, que, hegemonizado por la izquierda laborista, se convertiría a principios de los años ochenta en un símbolo tanto de la resistencia popular contra Margaret Thatcher, como de la oposición al ala derecha del Partido Laborista. Bloqueadas las posibilidades de trabajo entrista en el PSOE, el colectivo Jóvenes por el Socialismo volcaría sus esfuerzos en construir una organización de estudiantes de secundaria y universidad, que además sirviese como cantera juvenil para su organización política, conocida a partir de 1989 como El Militante, nombre de su periódico, homólogo del británico.
Liverpool-Sri Lanka-Venezuela-Sevilla
Esta concepción del Sindicato, tan ligada a una organización política concreta, y la presencia de liberados, generalmente ajenos a los centros educativos, ha provocado siempre un divorcio con buena parte de los estudiantes activos en las asambleas, sobre todo en la Universidad, que acusan a la organización de verticalista y de no respetar la autonomía del movimiento estudiantil. Ya en las movilizaciones de 1986-1987 se establecería una dura competencia por la hegemonía del movimiento entre el Sindicato y la Coordinadora de Asambleas.
Sin embargo, el carácter generalmente inestable, volátil y local de los movimientos asamblearios, y la ausencia de otras organizaciones bien estructuradas de ámbito estatal, ha venido dejando desde 1986 un hueco muy grande al Sindicato para convertirse en el representante realmente existente de los estudiantes y en el interlocutor ante instituciones y medios de comunicación en cada ciclo de protestas. David Salcines señala que el papel que tenía que jugar le resultaba cada vez más incómodo y entendía el cabreo en las asambleas con el Sindicato, para el que las movilizaciones ya no eran un fin en sí mismo, sino un medio de reclutamiento para El Militante.
Él y otros activistas como Primi Abella abandonarían el Sindicato y El Militante disgustados por el rumbo cada vez más sectario y endogámico que encontraban en la organización, y la tendencia a ver en cada pequeño avance organizativo, protesta, huelga o victoria en algún lugar del planeta el inicio de la definitiva ofensiva revolucionaria contra el capitalismo. Si, como recuerda Abella, en los años ochenta la ilusión se ponía en Liverpool y en el hermano mayor británico, luego llegarían otros modelos procedentes de tierras más lejanas como Sri Lanka o Pakistán, donde la llamada Tendencia Marxista Internacional, impulsada por The Militant, también contaba con secciones. Estas noticias, así como la formación de los Gobiernos progresistas de América Latina, y en especial el proceso revolucionario venezolano, muy apoyado por El Militante y el Sindicato, han servido para levantar los ánimos de la afiliación en un periodo, como la década de los ochenta y los primeros años del siglo XXI, marcados por el avance del neoliberalismo y la pérdida de posiciones de las izquierdas y el movimiento obrero en Europa.
A pesar de haber roto con el grupo británico y promover ahora una nueva organización internacional con secciones en México, Venezuela y Colombia, El Sindicato y El Militante siguen defendiendo la táctica de trabajar dentro o en torno a las organizaciones tradicionales de izquierdas. Desde hace años personas vinculadas a El Militante participan en IU. Aunque aún queda algún entristra en la izquierda del PSOE, de cara a las elecciones europeas El Militante ha pedido el voto para la coalición liderada por Cayo Lara. Varios dirigentes del Sindicato tienen de hecho carnet de IU, entre ellos su presidente, Tohil Delgado, y defienden un giro de esta a posiciones más anticapitalistas. También esta vinculado a El Militante el alcalde de Villaverde del Río, localidad de la provincia de Sevilla que se ha distinguido por una posición muy firme frente a los recortes de la Junta de Andalucía, causándole no pocos problemas con la dirección de la federación andaluza.
¿Qué es el entrismo?
En los años treinta, ante las purgas estalinistas en el seno de los partidos comunistas, Trotski daría la indicación a sus partidarios de ingresar en los partidos socialistas y trabajar en su seno para potenciar sus alas izquierdas. Desde entonces la cuestión ha sido un permanente motivo de conflicto en el seno del movimiento trotskista internacional. Mientras algunos militantes trotskistas han optado históricamente por formar partidos políticos independientes, como la LCR francesa o el SWP británico, otros consideran que ésta es una tarea condenada al fracaso y defienden participar abierta o secretamente, si así lo obligan las circunstancias, en el seno de aquellos partidos y sindicatos desde los que es posible incidir en la clase obrera organizada.
El caso The Militant, que antes de ser purgado por la derecha laborista llegó a contar con 10.000 afiliados, tres diputados, decenas de concejales y la hegemonía de las juventudes del Partido Laborista, es uno de los ejemplos más exitosos de esta táctica. El caso contrario es el de un Lionel Jospin que comenzó como un joven trotskista infiltrado en el Partido Socialista Francés y terminó como primer ministro de un para nada trotskista Gobierno de la República francesa.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 32, MAYO DE 2014

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