
Foto / Lucas Favre. Creative Commons Zero.
Mario José Diego Rodríguez / Sindicalista jubilado
La conclusión de la última cumbre del G-7 confirmó el estado de ánimo de Donald Trump y los objetivos que este se impuso. Dicha conclusión confirma que Estados Unidos está dispuesto a instaurar los aranceles anunciados y aplicarlos a las importaciones de acero y aluminio. Su rechazo al comunicado conjunto elaborado por el G7 ha reactivado la polémica sobre proteccionismo o libre comercio.
Algunos de los participantes en esa cumbre ya consideran la posibilidad de reservar el mismo tratamiento a Estados Unidos, en particular Justin Trudeau, primer ministro canadiense. No es el único. En la Unión Europea también hay quienes reivindican medidas de retorsión y están dispuestos a iniciar una guerra comercial apelando a medidas proteccionistas.
Tampoco son ajenos a esa idea ciertos partidos y sindicatos de izquierda que piensan que es necesario aplicar medidas proteccionistas olvidando, que según la época, la correlación de fuerza, los sectores económicos y los países, los capitalistas pueden, alternativamente, estar a favor del libre intercambio o a favor del proteccionismo. Para la clase trabajadora el problema no es libre comercio o proteccionismo, es la burguesía capitalista. Es ella quien decide cuándo y cuál de las dos políticas aplicar.
Cuando se encuentra dicha burguesía, sea cual sea su nacionalidad, en una situación de potencia mundial o capaz de producir a un precio inferior al de sus competidoras, es partidaria de la libre circulación de mercancías. Sin embargo, cuando está en una situación de debilidad y es menos competitiva, intenta proteger el mercado interno de su país y zonas de influencia imponiendo aranceles aduaneros.
Durante un periodo importante del siglo XIX, los hegemónicos líderes de la industria británica eran partidarios del libre comercio enfrentándose así a sus competidores franceses, alemanes y principalmente estadounidenses. Esa política aduanera desató, en Manchester, un pulso entre sus líderes industriales y sus terratenientes, oponiéndose éstos últimos a esa política con objeto de obstaculizar las importaciones cerealistas y proteger así su monopolio interior.
Como siempre, cada facción de la burguesía pretendiendo que sus intereses particulares se confundían con los intereses generales del conjunto de la población. Los partidarios del libre comercio erigiéndose en defensores del poder adquisitivo de la clase trabajadora, mientras que los defensores del proteccionismo invocaban, ya en esa época, la defensa de los empleos.
Durante mucho tiempo, Estados Unidos ha practicado el proteccionismo para asegurar una posición monopolista a su industria – en pleno desarrollo – frente a la industria europea. Una vez conquistado el título de primera potencia imperialista, después de la Segunda Guerra mundial, Estados Unidos se convirtió en el más acérrimo partidario del libre comercio.
Además de la presión utilizada por Estados Unidos sobre los países europeos para tener acceso al conjunto de los mercados protegidos, el papel preponderante del dólar y sobretodo el formidable desarrollo de las transacciones internacionales, aceleraron la creación de zonas de libre comercio. La creación de estas zonas ha sido el pistoletazo de salida para las interminables negociaciones entre las diferentes facciones capitalistas.
En realidad, en todas las épocas, los Estados han compaginado las dos políticas simultáneamente según qué sectores económicos y en función de sus copartícipes comerciales. Medidas proteccionistas y acuerdos comerciales, son dos armas complementarias utilizadas por los Estados en la guerra comercial permanente que opone las burguesías capitalistas entre ellas, cada una de ellas defendiendo sus propios intereses. Los intercambios comerciales ni son libres ni equitativos, están regidos por la ley del más fuerte.
La globalización de la economía, según el nuevo vocabulario, es consubstancial al capitalismo. Ha sido el desarrollo y extensión precoz del capitalismo mercantil – con su séquito de pillajes y explotación – quien ha permitido la acumulación inicial de capitales y la primera revolución industrial. Las crisis cíclicas, el paro masivo y la división de los trabajadores, fomentada por la burguesía de cada país para oponer unos a otros, tienen la misma edad que dicha revolución.
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