Connect with us

Atlántica XXII

T. S. Norio: Del hielo y los circos

Destacado

T. S. Norio: Del hielo y los circos

Norio ACParece chiste, pero no: hay una ciudad en Noruega donde está prohibido morirse. Se llama Longyearbyen, está en la isla de Spitsbergen, en pleno Ártico, cuenta con 2.000 habitantes y en invierno alcanza temperaturas de -50º C. Allí está la Bóveda del Fin del Mundo, un almacén subterráneo construido a prueba de todo donde se almacenan semillas de miles de especies en previsión de que sirva un día de almáciga para la humanidad o lo que venga. Allí se encontraron hacia 1950 cadáveres en perfecto estado de revista de la pandemia de influenza de cuarenta años antes, lo que permitió elaborar una vacuna contra la enfermedad. Salió en la prensa, y peña por doquier empezó a irse allí al jubilarse o al enfermar, con la idea de que al morir el cuerpo se conservase congelado en el cementerio hasta que se encontrase remedio para lo suyo. Con lo que la municipalidad acabó prohibiendo la muerte y los entierros en la isla. Si algún insurrecto palma, retiran el cuerpo enseguida en una avioneta grúa y le dan cauce administrativo al cobro de las tasas del arrastre y de la multa.

Y es que lo congelado empieza a ser cool. Según augurios muy científicos, en medio siglo la temperatura media de nuestro rentable planeta se habrá disparado y los casquetes polares se desharán hasta desaparecer, las cámaras frigoríficas se habrán hecho enormes, se conservarán congeladas las pistas de nieve, los glaciares, los helados de fresa, los centro de interpretación de los carámbanos, surgirán nuevos nichos de negocio, las ágiles corporaciones se lanzarán a la congelación de rayos de sol y de los horizontes con una megasupertecnología de la repera, y ya es un escenario barajable que acaben nuestros nietos viviendo en una descomunal cámara frigorífica con un dinámico mercado de más y más cámaras frigoríficas dentro.

¿Delirio? Que se lo pregunten a los atunes rojos o a las barbas en remojo del árbol del cacao.

El atún rojo puede medir más de cuatro metros y hay ejemplares que llegan a pesar 700 kilos. Con él se elabora el sushi, que se ha convertido en un must de la cocina exquisita del mundo, así que en un momentín nos hemos comido nueve de cada diez ejemplares y están en trance de desaparecer. Pero el mundo está lleno de talento, y el nipón fabricante de coches Mitsubishi ha empezado a ultracongelar atunes rojos en enormes depósitos frigoríficos en los que ya albergan diez mil toneladas. Una generosa reserva -el equivalente al consumo mundial en dos años- con la que prevé que su balance crezca dos o tres dígitos a partir de 2030, cuando se estima que el último atún rojo vivo sea apalancado y solo queden los suyos, lo que dará sin duda un airecillo a los mercados.

En cuanto al cacaotero, las perspectivas son aún más halagüeñas. Ocurre que a los chinos les encanta de pronto el chocolate y tienen dinero para comprarlo, así que su consumo se ha disparado. Pero también le han cogido el gusto a ir a comprar las chocolatinas en coche, con lo que a su vez se ha encarecido el caucho. Ay, pero éste es mucho más rentable que el cacao, así que nuestros vecinos de Pekín se han lanzado a arrancar los cacaoteros y a sustituirlos por siringas, el fruto ha comenzado a escasear en los zocorrales y ya hay quien estima que para 2030 se habrán extinguido las monedas de chocolate y los bombones atrufados.

Pero son criterios agoreros, ciegos a la diligencia de nuestros sapiembérrimos mesías: las cuatro grandes carteristas que controlan el tinglado mundial del cacao ya están planeando a su vez almacenarlo congelado, con el plan de sacarlo al mercado cuando alcance el precio de la plata, y se habla de que la mayor de esas benefactoras se está acercando a Mitsubishi para ir investigando juntos las posibilidades gastronómicas de unir el sushi y el chocolate en unos maridajes estremecedores que marquen la hostia de tendencia en su momento.

Al comienzo de esa novela como un plato de lentejas que es Cien años de soledad, los pioneros de Macondo se desbaratan de asombro cuando aparecen los gitanos con un bloque de hielo, y José Arcadio Buendía, tras pagar varias veces cinco reales por tocarlo, lo declara el mayor invento de su tiempo… Sí, parecen novelerías, pero el inversor avispado debería empezar a congelar monedas de cinco reales por lo que pueda venir.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 33, JULIO DE 2014

Continue Reading
Click to comment

You must be logged in to post a comment Login

Leave a Reply

Más en la categoría Destacado

Último número

To Top