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Atlántica XXII

Tiempos de barbarie

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Tiempos de barbarie

Flores en homenaje a las víctimas del atentado de Mánchester.

Luis García Oliveira.

Hay ocasiones en las que la brutal naturaleza de determinados sucesos, terribles y despiadados, hacen cortar el aliento a cualquier persona mínimamente sensible ante el dolor ajeno. En primerísima línea del horror provocado por ese tipo de sucesos están el atentado de ayer en Londres o el aún reciente del Mánchester Arena, perpetrado con ocasión de la desbordada presencia en su entorno de innumerables niños y adolescentes a la salida de un concierto.

El más rastrero golpe bajo de cuantos se puedan infligir en una guerra sorda y sucia como quizás ninguna otra a lo largo de la historia.

Tras la barbarie, un panorama desolador ante los aterrados ojos de cuantos lo presenciaron y pudieron contarlo. Un sangriento escenario triunfal para quienes, desde la sinrazón y un manipulado fanatismo religioso, siembran el dolor más profundo, perenne e irreparable que un ser humano pueda padecer: el del violento arrebato de la vida de un hijo en plenitud de ilusión por disfrutarla; algo inimaginable, de lo que solo tienen plena consciencia aquellas familias que han sufrido una atrocidad semejante.

Después, con el corazón en un puño y desde ese imaginario ámbito al que tan impropiamente llamamos “mundo civilizado”, se siguió con tensa expectación todo lo que al respecto fue trascendiendo a través de los diversos medios de comunicación.

Llama la atención que todos ellos destacaron, casi exclusivamente, el recuento de víctimas y heridos, así como las pesquisas sobre la identidad del demente que se inmoló haciendo estallar una carga explosiva adosada a su cuerpo tras adentrarse entre una algarabía de jóvenes de todas las edades.

“Un acto terrorista”, una vez más, fue la justificación oficial de la masacre; la de ésta y la de tantas otras que la precedieron en el tiempo, rubricadas todas por ese monstruo indolente que parece anidar en las entrañas de los fundamentalistas de todo pelaje. Muy poco más, casi nada, sobre el origen o las causas que algunos descerebrados esgrimen para justificar ante el mundo sus salvajes carnicerías.

Y frente a esos fundamentalistas religiosos, sus homónimos en el otro bando, los que solo adoran al “becerro de oro”, los que de verdad rigen y condicionan a su conveniencia el rumbo y el destino de pueblos y naciones mediante los serviles títeres de la política que promueven sus intereses desde los principales ámbitos de poder, particularmente desde las más altas instancias gubernamentales.

Estos embajadores del abuso y la rapiña, tan experimentados en tirar la piedra y esconder la mano, no tienen después el menor pudor para rasgarse las vestiduras al tiempo que claman a los cuatro vientos contra “el terrorismo”, cuando en realidad son los más directos promotores de esa lacra con sus provocadoras injerencias en escenarios ajenos.

¡Qué llamativo el cacareado empeño en instaurar “la democracia y la libertad” en algunos países que atesoran recursos naturales estratégicos o una situación geográfica prevalente!

Para ese falaz propósito nunca se repara en gastos ni hay restricciones presupuestarias, que atiborrar los aviones de bombas para bascularlas sobre determinados enclaves no resulta barato, aunque después siempre se carguen las facturas sobre los anónimos contribuyentes. Los cuantiosos réditos del descomunal negocio de la guerra se los reservan sus promotores: los grandes mercaderes del petróleo, de la industria armamentística y demás traficantes sin escrúpulos.

Pocos días después, cuando la conmoción por lo acontecido en Mánchester aún zarandeaba anímicamente a medio mundo, llegan los ecos de la “respuesta” de la gran coalición armamentista occidental: 10 milicianos y 106 civiles fallecidos a causa de sus bombardeos sobre la ciudad siria de Al Mayadín; de éstos últimos, 42 de ellos eran niños.

Gran hazaña militar la de bombardear masivamente sobre la población cuando los sofisticados medios tecnológicos de que disponen permiten discriminar milimétricamente los objetivos. También, un selectivo “pleno táctico” por parte de los estrategas de esa coalición, la que representa militarmente al mundo “civilizado” allí donde nadie les llamó. En todo caso nada nuevo, pues ya se sabe que las únicas opciones de diálogo que el poderoso ofrece al débil son el de la sumisión o el de la violencia; a elegir.

Pero para tapar éstas y tantas otras desvergüenzas ya están unos medios de comunicación absolutamente tóxicos y enteramente subordinados a los intereses de los depredadores dominantes; que redactar un relato a conveniencia nunca fue objeto de mayores reticencias para quienes solo están interesados en crear opinión a base de desfigurar la realidad.

Mientras, aquí y allá, cada familia afectada, cada padre y cada madre, llorarán amargamente a los hijos masacrados a consecuencia de una guerra a la que no se le ve salida, indolentemente mantenida por la insaciable codicia de unos y el ciego fanatismo de otros.

Estos, y otros parecidos, son los réditos para la población civil directa o indirectamente afectada por una guerra tan sucia como sus inconfesables intereses. Esperemos que la escalada no continúe y que los próximos objetivos del terror fundamentalista a extramuros de sus fronteras no sean hospitales o escuelas, que “civilizados” ejemplos de cómo hacerlo ya se les ha dado en más de una ocasión.

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