
Antonio Trevín con el presidente ejecutivo de ASLA, Macario Fernández, en la visita que realizó a la factoría de Villallana (Lena) en 2016, cuando todavía era diputado nacional.
Xuan Cándano / Director de ATLÁNTICA XXII.
Más que puerta giratoria, lo de Antonio Trevín es un caso de tráfico de influencias. No sabemos si la empresa ASLA lo ficha, sin experiencia alguna en su sector, por servicios prestados, pero no parece haber dudas de que su agenda, tras tantos años en política, es importante para su tarea en la expansión de la sociedad en Latinoamérica. Y en cualquier otra, puede que ya mismo con la licencia municipal que el Ayuntamiento de Lena no le acaba de conceder.
No tengo nada contra Trevín. Al menos es un tipo amable y cordial, en contraste con tanto político hosco y desagradable que no soporta críticas y disidencias. Y algo interesante tendrá, aunque yo no lo alcance a ver, cuando un humorista tan crítico y extraordinario como el dibujante Julio Rey le profesa admiración, según leo en La Nueva España.
Pero Trevín es un producto clásico de eso que Podemos llama acertadamente casta y que, cuando agota su ciclo en la política, no vuelve a sus orígenes profesionales y sociales como haríamos la mayor parte de los ciudadanos, sino que sigue aferrado a privilegios y tratos de favor.
El ahora ejecutivo empresarial era, como María Jesús Otero, cuya condena está al caer en el Caso Marea, uno de los del “clan de los maestros” de Llanes, que hicieron carrera política a la sombra de Alfredo Pérez Rubalcaba, el más poderoso de los de la beatiful people que en los ochenta dejaron huella, sobre todo el urbanismo, en el Oriente de Asturias. Su indudable habilidad para la política de cercanía y su trabajo por el concejo tras la riada que asoló Llanes en aquellos años le allanaron el camino a la Alcaldía, donde convirtió al PSOE en un fortín en un territorio conservador, gracias en buena parte al progresivo crecimiento de una enorme red clientelar.
Se intentó acercar a José Ángel Fernández Villa, en la época dorada del Tigre de Tuilla, que siempre sintió hacia él una cierta desconfianza. Cuando se lo presentaron en Llanes en una comida organizada para ello, el dirigente minero dijo de Trevín de regreso de Llanes, cuando el tercer comensal y organizador de la cita le preguntó por el entonces alcalde:
-No me fío de él, mírate a la bragueta.
Años más tarde Villa lo nombraría presidente del Principado en aquel humillante casting en el Sanatorio Adaro tras la dimisión de Juan Luis Rodríguez Vigil, cuando el líder el SOMA estaba convaleciente.
Poco después encontró su sitio entre las familias de la FSA acercándose a la UGT y poniendo en marcha la “Tercera Vía” entre el villismo y el arecismo. Entonces ya mucha gente en Asturias lo conocía por “Trepín”, y no solo los periodistas.
Según ascendía en su carrera política quiso obtener otra universitaria y se matriculó en la Facultad de Historia. A través de unos intermediarios socialistas consiguió una cita con el catedrático de Historia Contemporánea, David Ruiz, en su despacho en la Facultad. El profesor le ofertó una amplia bibliografía y le dijo que debía pasar un examen oral o escrito. Trevín se levantó airado y le dijo que no estaba en condiciones de pasar ese trance académico, por falta de tiempo. David Ruiz no tiene duda de que pretendía un aprobado político. “Fue una desfachatez, creyó que todo el monte era orégano”. En su biografía oficial figura como “diplomado en Historia”.
Cuando era delegado del Gobierno en Asturias también ejercía labores de influencia y control en los medios de comunicación, y no solo públicos, donde nombraba directores. Tras estallar el Caso Marea reunió en su despacho a algunos directores de medios, en los que ese asunto pasó a denominarse Caso Renedo, en alusión a una funcionaria, como si José Luis Iglesias Riopedre, María Jesús Otero y otros dirigentes socialistas nada tuvieran que ver con el escándalo. Ahora, fuera de la política tras 34 años de cargos públicos, y no precisamente por su voluntad, poco podrá influir en el tratamiento informativo de la sentencia del Caso Marea, que se supone poco favorable para su partido.
El dinero y la vanidad mueven al mundo, también a la política, que es la ambición vital de poder. No sabemos cuánto cobrará Trevín en ASLA, algo que debería ser público, pero está claro que será una suma similar a la que el exdirigente socialista cobraba en el Congreso, porque el sueldo de maestro o la jubilación no debían satisfacer mucho sus aspiraciones. Pero no minusvaloremos la importancia de la vanidad en estos comportamientos que parecen patológicos, porque a los ciudadanos normales nos resulta difícil entender cómo esta gente no aspira como nosotros a disfrutar del tiempo libre, viajar, escribir o cuidar a los nietos. Si no les suena el móvil con insistencia deben de sentirse como un yonki sin su dosis diaria.
De todas las medidas que exige la regeneración democrática la más urgente y necesaria es la limitación de mandatos. Probablemente no acabaría con la casta, pero sí con tanta impostura.
En su despedida, Trevín agradeció al PSOE lo que le debe, que es todo. En eso no hay discusión posible.
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