
Un operario retira el medallón de Franco de la plaza de España de Oviedo.
Foto / Iván Martínez.
Xuan Cándano / Director de ATLÁNTICA XXII.
Los cambios sociales son tan lentos que suelen resultar imperceptibles. Hasta que llega algún chispazo que los delata, como acaba de ocurrir en Oviedo en la segunda primavera de la silenciosa revolución democrática española.
La bien novelada Oviedo pasó a la historia de la literatura por La Regenta de Clarín, la mejor novela del siglo XIX, pero una obra maldita en la ciudad hasta hace pocos años por la imagen despiadada de aquella Vetusta clariniana de curas, magistrales y gentes ociosas solo dedicadas a cultivar la envidia y la maledicencia.
En la Guerra Civil española la burguesa capital asturiana fue la obsesión y la perdición de los republicanos, porque los mineros se empeñaron en tomarla para vengar la afrenta de la Revolución del 34, cuando Oviedo no fue sometida por el ejército proletario al grito de UHP. El coronel Aranda, republicano y masón, la mantuvo “benemérita e invicta”, como la bautizó Francisco Franco, que se había casado con una aristócrata carbayona y siempre tuvo reticencias con la ciudad de Carmen Polo por los desprecios que padeció cuando la cortejaba. En los rancios salones de la inmortal Vetusta lo llamaban “El Comandantín”.
A la muerte del dictador Oviedo siguió siendo la esencia del conservadurismo en Asturias, aunque en la Transición tuvo un alcalde de UCD y otro del PSOE, si bien es cierto que el socialista fue Antonio Masip Hidalgo, de una de las familias de tradición burguesa de la ciudad, ligada al Banco Herrero.
Pero el sucesor de Masip fue Gabino de Lorenzo y ahí empezó el largo control de la alcaldía por parte del PP, 24 años que podrían tener fin el próximo sábado.
En estos años de grandes mayorías absolutas del PP, que llegaron a ser las mayores de España, Oviedo fue transformándose física y socialmente. Creció la población, sobre todo en las afueras, especialmente en el área de La Corredoria. La vivienda más barata allí, en el boom de la construcción, provocó que la vieja ciudad burguesa se fuera proletarizando y en sus nuevos barrios se asentaron las nuevas clases trabajadoras de entresiglos, víctimas de la crisis, el paro y la precariedad. Ahora Oviedo ya es tanto la populosa barriada de La Corredoria, feudo de Podemos, como la calle Uría, símbolo de la burguesía mercantil local.
Los síntomas del cambio ya se empezaron a manifestar en los últimos años, en sentido contrario a Gijón, que ha dejado de ser una ciudad obrera y fabril para convertirse en una urbe de servicios cada vez más conservadora, lo que explica que tenga la alcaldía Foro Asturias. En Oviedo el 15-M tuvo mucha más fuerza y más dinamismo que en Gijón, y tras las acampadas los indignados pusieron en marcha la iniciativa cultural más original surgida en Asturias en los últimos años, La Madreña, tomada por la policía y derribada con premeditación y alevosía.
Que esta mañana se haya retirado el medallón de Franco, obra de Juan de Ábalos, que estaba en la plaza de España ovetense desde 1978, tras ser erigido por suscripción popular, es otro retrato del cambio. La retirada es en aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, pero no parece casual que llegue en la semana en la que Oviedo podría tener una alcaldesa de Podemos, Ana Taboada, que se ha apresurado a aplaudir una decisión muy oportuna para ella, porque le ahorra un conflicto cantado.
Si Clarín levantara la cabeza tendría que ponerse a reescribir La Regenta.
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