
Ana Vega / Leo absolutamente horrorizada la vinculación de lo que denominan “fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU” con la violación y prostitución de mujeres, niños y niñas, en países como Angola, Mozambique, Somalia, Camboya, Bosnia o Croacia.
Atrocidades como la de violación reiterada de una niña sin movilidad por la amputación de su pierna, en Angola, las torturas sexuales o el vergonzoso intercambio de comida por sexo. Cuesta afrontar una información como ésta, cuesta asimilar la hipocresía en todo caso, pero más aún cuando se trata de una hipocresía de dimensiones que desgarran la propia noticia.
Parece haberse adoptado ya una resolución en respuesta a los múltiples casos que han salido a la luz mediante la cual, parece ser, se repatriarán aquellas unidades contra las que existan pruebas de estos actos. Me pregunto si preocupa más la imagen que éstos. Asistimos a una respuesta institucional débil, apenas perceptible, en la que sigue importando más la imagen del verdugo que el desgarro de la víctima, y es necesario utilizar palabras que reflejen de la manera más adecuada posible la crueldad del hecho. De ahí la necesidad de precisión: cuanto más afilado sea el lenguaje mayor capacidad de respuesta.
Hechos como éstos descubren esas grietas que se reproducen de manera crónica, la impunidad y la impotencia. Enviamos soldados en nombre de la paz a países que sustentan y alimentan nuestra riqueza, sin entrar aquí en los intereses sobre esos conflictos creados y esos beneficios que supone todo conflicto armado para quien decide masacrar un territorio del que sacar partido.
Ahora también –y es ahora cuando nos llegan los grandes titulares pero seguro que la situación no es nueva– utilizamos no solo el territorio sino incluso el cuerpo de ese país, más bien el cuerpo o cuerpos de los más desfavorecidos y desprotegidos: mujeres, niños y niñas. David contra Goliat pero sin final feliz. Una posible clave se encuentra en la falta absoluta de moral, ese hueco en el alma que permite el horror. De forma individual y colectiva. La hipocresía sigue cabalgando por el mundo sin frontera alguna a su paso.
La mujer es, ha sido y por desgracia será utilizada como arma de guerra mientras se siga considerando objeto, trofeo o por lo que de forma biológica implica como origen, creación de vida, también soldado. Su cuerpo es devastado interior y exteriormente, su violación, su amputación define la extinción de un pueblo, pero seguimos mirando hacia otro lado. Ahora también violamos en nombre de la paz. Las medidas son irrisorias y pocos verdugos veremos con nombre y apellidos en los titulares, tan solo la atrocidad en general, no en particular, pues el hecho contado así causa menos alteración, provocación…
Siguen y seguirán saliendo a la luz casos como éstos pese a todo cuidado, estas filtraciones confidenciales que gracias a la voz de la valentía sigue demostrando que la barbarie nunca podrá ser silenciada a pesar de nuestro escaso o nulo margen de acción. Cuál será la actuación real contra estas acusaciones si hasta el día de hoy habían sido silenciadas y tapiadas. No solo podemos hablar de prostitución en el intercambio sexual, también de quien esconde y baja la cabeza ante cierta circunstancia o hecho. Se desvirtúan las palabras, incluso cuando hablamos de paz.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 44, MAYO DE 2016
You must be logged in to post a comment Login