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Atlántica XXII

Yolanda Lobo: “Ser mujer al frente de una barra es un tipo de militancia”

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Yolanda Lobo: “Ser mujer al frente de una barra es un tipo de militancia”

Yolanda Lobo

Yolanda Lobo. Foto / Imanol Rimada.

Yolanda Lobo, más conocida como ‘Yolanda la de la Santa’ (Oviedo, 1962), controla bien su ciudad y ha vivido su transformación desde uno de los puntos mas energéticos: el pub La Santa Sebe. Se ligó al movimiento feminista en los años setenta y ahora declara no ser ni de derechas ni de izquierdas, sino que solo cree en hacer las cosas mejor y para todos. Su deseo es que las mujeres mas jóvenes encarrilen el cambio y la transformación de la sociedad. Desde una cafetería aledaña a la librería Cervantes no para de saludar a múltiples transeúntes.

José Alberto Álvarez

Empecemos por el principio. ¿Dónde nació?

Nací en Monte Santo Domingo, que era un barrio muy especial, con mucha mezcla social importante pero muy solidario. Y muy diferente arquitectónica y urbanísticamente, con los praos y las casinas. Había algún edificio de cuatro plantas, pero no existía Otero y tenías que pasar un riachuelo para ir a jugar. Ahí nací yo.

Pero iba cerrando todo: justo cuando entro en 3º cierran el colegio Amor de Dios y entro en las Teresianas, y como lo cierran ese mismo año y cambiamos a vivir a la calle González Besada voy para los Dominicos. Yo no quería cambiar a un colegio pijo tipo las Ursulinas o el Peñaubiña, no quería desclasarme. Acabé en Lugones en el Instituto después de que me echaran del colegio y allí conocí a Paloma Uría, que era profesa mía.

Con la que empezó la militancia política.

Llevaba varios años con cosas por la cabeza que me rondaban y Paloma Uría era dirigente del Movimiento Comunista y una gran activista y teórica del feminismo, poco reconocida por lo discreta que es, pero me parece una de las mas grandes de España. Ahí entro yo en política activa y luego ella y su marido Toto estarán entre quienes me avalan para coger la Santa.

De ahí, a la Universidad. Quería hacer Periodismo pero no me dejaron. Era en Madrid y, como estaba metida en líos todo el día, pues pensaron que iba a ser peor y tuve que sortear en Casa Manolo. Metí unos papelinos y lo que salió, que fue Historia pero podía haber sido Filología o Derecho.

¿Cómo se organizaban entonces?

Militábamos mucho. Tendría yo 16 años más o menos y estábamos en el movimiento feminista. Había roces entre feministas independientes, que decían que no había que estar en ningún partido y luchar solo por el feminismo, y luego las que estaban en la doble militancia, encuadradas en otros partidos. Había muchos choques porque decían que las segundas estaban un poco cautivas.

De aquella creías en la revolución general, pero después, con el tiempo, te das cuenta que esto o lo hacemos las mujeres o aquí no va a pasar nada. Y ahora vemos que con el 8-M hay un antes y un después. O tomamos la riendas nosotras o nada de nada.

Contra el feísmo

¿Y la Santa cómo surgió?

En 1985, creo. Yo acababa la carrera, estaba en 5º, éramos unas cuantas y queríamos hacer otras cosas. Algo interesante para vivir una temporada, que no coincidiera con el horario de la Santa. La Santa ya esta abierta y nosotras queríamos estar ahí todo el rato, y abrir algo para complementar. Al final acabamos haciéndonos con la propia Santa. Nadie se atrevía a cogerla y nosotras nos animamos.

De aquella todo pasaba en la Santa, si hacías un disco, ibas y encontrabas quien te diseñaba la portada, quien te buscaba unos pendientes, el vestuario, las fotos… Se juntaba toda la efervescencia.

¿No había más bares con ese concepto?

Había bares de carajillos, que también están muy bien, pero el rollo moderno no lo había. A ver cómo lo explico: las camareras se ponían una chapa en la solapa demandando aborto libre y gratuito y al lado igual estaba una ochentera de fantasía. Había una mezcla. Donis por ejemplo, que venía del exilio en Francia, era súper elegante, trabajaba con guantes y era un placer verla.

Era una simbiosis de modernidad, militancia y huida del feísmo a la vez. Fue una eclosión de dejar el rollo cantautor un poco pesao y la pana. Que a mí los cantautores me encantan, Ibáñez me gusta mucho, pero no en un bar de noche. En la Santa hubo parte artística y parte de militancia activa. Ser mujer al frente de una barra y llevarlo como nosotras lo hacíamos es un tipo de militancia.

En ese momento los bares eran el centro de la vida, ¿no?

Sí, claro, el ocio era así. Ibas al cine y luego para la Santa, ibas a una manifestación y pa la Santa. Tenías que hacer tiempo por cualquier cosa, porque entonces no navegabas con el móvil, e ibas pa la Santa.

¿Hubo después como una crisis de hostelería?

Apareció el vídeo y la gente empezó a quedar en casa, empezó a cambiar el concepto del ocio. Ye normal, hay otras formas de relacionarse, lo personal ya no pasa por estar en un bar y la militancia tampoco, porque ahora también puedes hacerlo desde Instagram o Twitter… es la nueva forma de decir algo. Antes la red social la tejías en tu propio entorno, básicamente bares, aquí y en Madrid, en el Morocco, el Carbono 14 o el que hubiera de referencia.

¿Y no se puede hacer nada?

Hay que crear sitios donde asentar a la gente. Tienes una ciudad con fábricas como la de Armas o la del Gas cayendo, el barrio del Cristo vacío, y hay decidir qué hacer con todo eso. Aunque, claro, luego está lo del Calatrava y tienes hipotecas, evidentemente.

Involución y revolución

¿Cuanto se aprende detrás de la barra?

Todo. Allí aprendes a ser un poco psicóloga, asistente social, abogada… porque, buf, vivir de conflictos todo el día…

¿Vio cambiar la juventud?

Sí, a tenor de las drogas que se mete. Suena muy heavy, pero es así. El caballo destrozó, sobre todo las cuencas y las zonas mas industriales y aquí llegaba, más de rebote, pero llegó. Después vino la coca, que era el histrionismo, el desfase, el estoy tres días de doblete… y luego tres semanas que no puedo salir, ni económica ni físicamente. Más tarde llegaron las drogas de diseño, que son inclasificables, porque no sabes lo que es. Según el camello que tengas ye algo distinto. Entonces, claro, los hay que les da por morderse porque son caníbales; y a otro le da por golpearse contra el escaparate.

Ahora, el objetivo es siempre destrozar a la juventud, clarisísimo. No hay una droga que fomente la creación. Todos los escritores pues recurren un poco al alcohol, para inspirarse, o fuman chocolate… pero ¿tú te imaginas a uno escribiendo puesto de coca? Qué puede escribir alguien a golpe de raya. Es todo para adormilar a la juventud.

Yo tengo mucha fe en la gente nueva, sobre todo en ellas. Van a marcar mucho, vienen muy estudiosas, van a decir ‘hasta aquí y tonterías las justas’. Hubo un poco de involución pero creo que ahora toca la revolución.

¿Y el cambio en la hostelería?

Ahora todo es muy uniforme, hace años que no me sorprende ningún sitio. Me sorprendió solo el Street Show de David Muñoz. Fue el único que puedo decir que sorprendió de veras, había música con DJ, el espacio era distinto con un diseño diferente, el cocinero magnífico y lo que sucedía era que hacía salir a la gente de su burbuja y charlar con el de al lado, como en la Santa hace treinta años. Rompía el aislamiento con unos espejos en los que veías qué comía el de la mesa de enfrente. Te despertaban los sentidos y decías: “¡Pero qué tengo en la boca, me está chiflando!”. Es el único en los últimos diez años que me sorprendió, el resto son bares mejores o peores pero no así. Bueno, en Albacete tienen mejor hostelería que aquí, y en Murcia no te digo nada. Porque en Oviedo hay muy poca sorpresa.

¿Y quién tiene la culpa?

Pues parte y parte, los hosteleros la tenemos y los clientes también. Si haces algo muy distinto ni te lo entienden, al ser todo tan uniforme. Y Oviedo es una ciudad muy mayor, muy limitada. Aquí triunfa la hostelería para gente mayor, los cafés y la gastronomía normal.

A ver, es como el mito de la música en vivo. ¿Cuánta gente va a los conciertos? No va nadie, de eso no se vive, son deficitarios. Aquí no se puede montar una sala y cuando quieres traer algo distinto, si no es un grandes éxitos, nada de nada. Esa cosa de “a estos no los conozco, voy a ver qué hacen” la hace muy poca gente.

Agitadores culturales

Hábleme un poco de las fiestas de San Mateo. ¿Cómo las ve?

De San Mateo parto de que no me gusta el concepto. Yo empecé en el Pinón Folixa, no tenía todavía la Santa. Se trajo el modelo de Bilbao, muy simpático pero muy cutre. Estábamos ahí con un tocadiscos en la caseta que teníamos que pinchar con guantes de látex por los calambrazos que nos pegaba. Con los años me di cuenta que muy guapo pero que después se dejan crecer a los chiringuitos con todas las facilidades del mundo mientras se reprime a los hosteleros y te va tocando el alma.

Año tras año, y sobre todo al final, yo tenía una barra enfrente del bar mientras a mí me ponían multas por sacar bebida y ni me dejaban sacar barra ni nada. Imagínate que el día del libro pones delante de Cervantes una mesa con libros a vender y a Concha Quirós no le dejas sacar nada. A qué estamos jugando. Yo no digo que quiten los chiringuitos, pero pienso que los hosteleros tendrían algo más que decir. Y además el 90% de los chiringuitos son ilegales y están realquilados.

¿Qué es lo que más le gusta de Oviedo?

Es una ciudad fantástica, para mí como un pueblo gigante con mucha clase, no pija, sino elegante. En el trato de la gente, las tiendas, lo cívico, la limpieza. Muy educada, muy agradable, quedas ahora con uno, después con otro y te permite hacer un montón de cosas.

Pero le falta una política municipal que se tome en serio la ciudad y que vea el diamante en bruto que tiene. Es una ciudad tan guapa que se podrían tener muchas cosas. Hacer una ciudad del cine, de las letras, de las artes, como era cuando se hacían las bienales de arte, a las que venían artistas de todos los sitios, o cuando tenías tantísimos cines en la ciudad que podías elegir entre ellos. Una ciudad en la que durante los Premios Princesa -aquí me dirán de todo- tienes a gente que nunca hubieras soñado tener. No se aprovecha el presupuesto de la Concejalía de Cultura, que no se sabe muy bien adónde va a parar, da pena y dolor.

¿En que está ahora?

Sigo con la producción cultural, pero lo que pasa es que esta ciudad es tan inestable… Estuve en la organización de la Noche Blanca, después cambió. Y también montando un tema de merchandising feminista. Pero aquí todo es demasiado partidista, haces una cosa y te lo achacan los de enfrente.

Hay que tirar mas p’alante. Si es que a mí el dinero del Calatrava no me lo van a devolver, no me entretengas con eso, por favor. Vamos a intentar hacer cosas, como la Cometcon, que sí que llena el Calatrava, y ayudarlos. Y Villa Magdalena es otro escándalo, vale, pero ahora a hacer cosas: es un sitio perfecto por ejemplo para un centro social feminista en el que se trabaje con mujeres de todas las edades.

Volviendo a lo de los conciertos, ¿qué se puede proponer?

Ya lo hice cuando arreglaron el Teatro Filarmónica. Somos un público muy limitado y habría que concentrarlo. Dejar el bajo del Filarmónica arreglado y con un equipo, que la producción es lo más caro. Y con eso se arreglaba la música en Oviedo en buena parte, haciendo una sala municipal para que la usen facilitando el espacio u organizando la programación. No una subvención sino una ayuda para que se hagan las cosas facilitando el lugar. Y así la ciudad saldría en la prensa nacional y en la radio como antes, que lo hacía todo el rato. Y una inversión así para cultura no es nada, solo voluntad y dejar hacer. Tener gente con un poco de cabeza, una mínima infraestructura y ya está.

Otra cosa que hay en Oviedo es un nicho de agitadores culturales, que es lo que nos gusta hacer. No tenemos ni la carrera profesional de programador cultural, pero se nos dan bien las relaciones públicas, tenemos ojo y conocemos bien la ciudad, sacamos partido a lo que nos rodea.

Yolanda Lobo

Yolanda Lobo. Foto / Imanol Rimada

No hay izquierda ni derecha” 

¿Políticamente es de izquierdas?

Ya no existe la izquierda y la derecha. Y aunque duela decirlo, porque tenemos todavía el concepto de la división, a mí hay muchas propuestas de la derecha que hace que me parezcan mucho más espabilados que los del otro lado, aunque luego tengan cosas que siguen siendo pa matarlos.

Que una viuda lleve toda la vida trabajando para el Estado español, creando riqueza, que después de una guerra y una posguerra haya logrado hacer microeconomía hasta comprar un piso con un sueldo de miseria, y luego venga Montoro y le diga que va a subir la pensión mínima un 0,25%, es como para decirle: mira, tío, eso te lo subes tú. La economía la inventaron esa muyeres, las economistas fueron ellas, y mejor sería que se hicieran cargo de los presupuestos, porque habría guarderías y fondos de pensiones y viviríamos todos un poco más dignamente.

Este país castiga a los viejos, a los que se hacen mayores, cuando la sabiduría está en ellos. Te lo pueden enseñar todo, porque esos errores ya los cometieron ellos antes. Y ahí los tenemos arrinconados, maltratados y haciéndoles vivir en muchos casos casi en la indigencia.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 56, MAYO DE 2018

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