Islandia: la revolución congelada
La rebelión islandesa: de la euforia a la decepción
Resaca ciudadana en el único país que se enfrentó a los responsables de la crisis. (English version)
Gudmundur Andri ‘Gandri’ Skulason / Iceland Association of Debtors. Gunnar Sigurdsson / Open Civic Forum. Islandia se convirtió en un ejemplo y en un referente porque su ciudadanía fue la única en el mundo que se enfrentó a los políticos y los banqueros que provocaron la crisis económica, obligándolos a asumir sus responsabilidades. Pero la rebelión tiene frutos agridulces y la sociedad islandesa ha pasado de la euforia a la decepción.
ATLÁNTICA XXII invitó a narrar esta experiencia a dos de sus protagonistas, Gudmundur Andri Skulason, de la Asociación Islandesa de Deudores, y Gunnar Sigurdsson, del Foro Cívico Abierto, diputado y autor del imprescindible documental Maybe I should have.
La agridulce rebelión islandesa
Nadie podía imaginarse lo rápido que pueden cambiar las cosas durante una convulsión económica, ni lo indefensos y desconcertados que pueden llegar a encontrarse los líderes de un país cuando se tienen que enfrentar a decisiones difíciles.
A principios de 2008, nubes de tormenta amenazaban el sistema bancario mundial. Economistas, banqueros y políticos fueron ampliamente advertidos de que lo que se avecinaba y que una posible solución a esa situación podría ser un sistema reconstruido con otra gente y con otros grupos al frente.
Algunos individuos que se encontraban fuera de ese “círculo de poder” también se dieron cuenta de que el sistema en el que habían creído durante tantos años ya no se podía sostener más.
El sistema bancario de control de deuda había llegado a su fin. Los políticos tutelados por los bancos se habían vuelto vulnerables y la fe incondicional de la gente en el mercado era cada vez menor.
El colapso
El en otros tiempos admirado sector bancario de Islandia había crecido enormemente desde la privatización de sus dos principales bancos, Landsbanki y Kaupthing, en el año 2002. Su volumen agregado había hecho crecer el Producto Interior Bruto un 10% y los magos de las finanzas que dirigían estas grandes entidades bancarias eran galardonados y premiados por su incalculable contribución al bienestar del país. Los islandeses, como nación, habíamos hallado una mina de oro y por fin podíamos dejar de oler a pescado, y propagábamos nuestra salud económica mediante la adquisición de compañías establecidas por toda Europa.
Volvíamos a ser los Vikingos del mundo. La única diferencia estaba en que ahora éramos admirados por nuestra inteligencia en vez de ser temidos por nuestros violentos ataques, como en el pasado. Nuestros banqueros eran superiores y nuestra terca mentalidad, combinada con nuestro talento a la hora de tomar decisiones eficientes y nuestra determinación, nos hacía capaces de comprar el acceso al crédito y a la admiración de todo el mundo.
¿O no era así?
En octubre de 2008, el sistema bancario islandés se derrumbó como un castillo de naipes. Poco después, la gente se dio cuenta de que alguien les había estado tomando el pelo. Tan solo unos días antes del completo cataclismo de los bancos, sus ejecutivos explicaron que su situación financiera estaba en buen estado. El primer ministro afirmó en directo en la televisión que la situación estaba bajo control y que la gente no tenía razones para el pánico. Horas después se encontraba hablando a la nación, pidiendo a Dios que bendijera a Islandia. Al cabo de una semana los tres mayores bancos habían quebrado. La moneda nacional, la corona, se vino abajo y su valor se redujo más del 50% esa misma noche. Se triplicaron las hipotecas multidivisa (ligadas al cambio monetario) y las hipotecas referenciadas al IPC subieron vertiginosamente debido a la ola de inflación causada por la completa devaluación de la corona.

Geir H. Haarde, ex primer ministro Islandés
La gente estaba pasmada. ¿Qué había pasado? ¿Cómo había podido suceder? ¿Por qué había ocurrido?
El Gobierno se encontraba paralizado. Los funcionarios públicos corrían de un lado a otro, pero sin hacer nada. No había ninguna solución a la vista y la gente perdió la esperanza.
La rebelión
Las consecuencias del colapso son dignas de estudio y plantean interrogantes sobre las razones por las que nuestra rebelión y nuestras acciones se encuentran estancadas.
Cuando la gente se dio cuenta de que el Gobierno no era capaz de asumir su responsabilidad tomando las medidas necesarias, se empezaron a formar grupos y comenzó a gestarse la rebelión. Se organizaron protestas semanales delante del Parlamento, se produjeron reuniones ciudadanas y la gente empezó a hacer preguntas. Cuando las autoridades no pudieron responder, la rabia tomó el control. Abrumados por la incredulidad y la desconfianza, la gente se concentró a miles delante del Parlamento, golpeando sus cacerolas o cualquier otra cosa que pudieran encontrar para hacer ruido. A los pocos días el Gobierno se rindió. La rebelión tuvo éxito y se convocaron elecciones, una solución, en palabras del Gobierno saliente, a medio camino.
Idealmente, el pueblo había ganado. La esperanza empezó a florecer, germinales movimientos comenzaron a ponerse en acción, las demandas estaban bien encaminadas y finalmente el sistema se quitó los tapones de los oídos y empezó a escuchar.
O eso al menos pensó la gente.
Se hacían promesas, las soluciones se concertaban y se tomaban medidas para poner en práctica las demandas ciudadanas.
Los partidos de la oposición prometieron la abolición de las hipotecas ligadas al IPC, para cortar lazos con el Fondo Monetario Internacional, y quisieron proteger a los ciudadanos de los acreedores construyendo un “muro de protección” alrededor de sus hogares.
Se prometió un Estado del bienestar escandinavo. La gente debía ser el punto de arranque de todas las medidas tomadas y los bancos deberían quedarse al margen.
Una vez más habíamos encontrado oro. El terremoto financiero que había sacudido al mundo entero iba a ser el punto de arranque de una nueva forma de sociedad en Islandia. Iba a nacer y construirse una sociedad justa y sostenible de las ruinas creadas por la debacle.
¡O eso al menos pensó la gente!
Se trataba de que las cosas cambiaran. A causa de la ira generalizada, la desesperanza y la incredulidad en el actual sistema, el Gobierno de derechas, liderado por el Partido Independiente, había caído. Fue reemplazado por un Gobierno liderado por los socialdemócratas, coaligados con el Partido Independiente en el Gobierno anterior, y el partido verde de izquierdas, formalmente conocido como el Partido Comunista de Islandia. Por primera vez en la historia de la democracia islandesa había un claro Gobierno de izquierdas en el poder. La rebelión había sido un éxito y la gente tenía todo lo que había pedido.
¿O no?
El estancamiento
Hoy, más de dos años después de que el actual Gobierno llegara al poder, ninguna de las promesas realizadas en las últimas elecciones ha sido cumplida. De hecho, el supuesto Gobierno “de izquierdas” está todavía pagando la fianza de los bancos en quiebra con el dinero de los contribuyentes, la inflación ha atrapado a los propietarios de casas en superhipotecas y todas las medidas adoptadas por el Gobierno han sido favorables al viejo sistema financiero. El antes tan odiado FMI ahora controla el “radicalmente izquierdista” Ministerio de Finanzas. El déficit del Tesoro está creciendo, las deudas del Estado están volviéndose incontrolables y el Gobierno parece estar haciendo todo cuanto está en su mano para mantener la vieja, casi colapsada, jerarquía controlada por los bancos, de acuerdo con los deseos del FMI.
Se han puesto en marcha innumerables iniciativas para intentar investigar qué se ha podido hacer mal. Una comisión especial de investigación parlamentaria escribió un informe de más de trescientas páginas que contiene detalles acerca de las cosas supuestamente mal hechas por la administración. También apunta posibles actos criminales por parte de funcionarios públicos y ejecutivos de alto nivel en el sector financiero.
Este ambicioso trabajo está ahora acumulando polvo en algún cajón y no se ha producido ningún cambio administrativo como resultado de sus pesquisas.
Se ha asignado un fiscal especial para investigar presumibles errores financieros. Tres años después de la total debacle del sistema bancario de Islandia, dos casos han sido llevados a los tribunales, cuatro personas han sido acusadas y una condenada en la Corte de Distrito.
El ex primer ministro, Geir H. Haarde, ha sido acusado por la Corte Suprema del Parlamento, como único miembro del Gobierno anterior, por su pasividad cuando se produjo el colapso de los bancos islandeses. Pero la actual primera ministra, Johanna Sigurdardottir, había tenido un papel muy parecido en su cargo como secretaria de Estado de la Seguridad Social en el anterior Gobierno.
La redacción de una nueva constitución ha sido debatida popularmente y ahora ha sido entregada al Parlamento para su concreción formal. Pero no se ha hecho nada para asegurar que los miembros del actual Gobierno deban seguir sus indicaciones.
De hecho, casi nada ha cambiado. Sin tener en cuenta el esfuerzo de miles de personas. Sin tener en cuenta las esperanzas de las gentes alimentadas por las promesas de políticos desesperados. Sin tener en cuenta la aparente necesidad de cambios estructurales en ambos sistemas, el político y el financiero.
Y eso ¿a qué se debe?
No debemos rendirnos nunca
En nuestra humilde opinión es debido a nuestra propia incapacidad para organizarnos por nosotros mismos y para trabajar en equipo, con el único propósito de construir y propagar una sociedad más justa y sostenible. En el fondo, vemos la política como si se tratara de una competición deportiva y secundamos a nuestros políticos favoritos como si de un equipo de fútbol se tratara, con independencia de cómo estén jugando. Los mismos que montaron caceroladas y se desgañitaron pidiendo la dimisión de un Gobierno incompetente se encuentran ahora completamente felices desde que “su equipo” está ganando el partido, aunque sea tan incapaz e inútil como el anterior.
Los pocos que aguantan firmes se arriesgan a ser señalados con el dedo si critican a la gente equivocada o al partido político equivocado. Y desde que la mayoría de la gente está equivocada a ojos de algunos, todo el mundo está siendo acusado. Estamos por tanto construyendo una sociedad saturada de odio y de venganza. Estamos involuntariamente peleándonos entre nosotros mismos y por tanto asegurando que el antiguo sistema, controlado por los bancos, prevalecerá. Como siempre ha sido.
Pero no debemos rendirnos nunca. Tenemos que creer en nuestros derechos y en que la sociedad existe para servir a la gente, y no al revés. Debemos reformar nuestra propuesta y debemos organizarnos mejor. Gentes de todo el mundo nos han enseñado que el cambio es inminente. A sus actuales sustentadores el poder se les están cayendo de las manos y nosotros, el pueblo, debemos concentrarnos y conservar la unidad para que los inminentes cambios se inclinen a nuestro favor. Tenemos una visión y debemos aferrarnos a ella.
PUBLICADO EN EL Nº 16 DE LA REVISTA ATLÁNTICA XXII
«Islandia, la revolución congelada»
«Si no cambiamos el sistema financiero los políticos seguirán siendo inútiles»
«La rebelión islandesa: de la euforia a la decepción»
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1 Comment
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ferito
lunes, 30 enero (2012) at 23:14
Como suscriptor os felicito y animo a continuar en esta línea editorial. Gracias.