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Atlántica XXII

8M: el feminismo como hegemonía

Reportajes

8M: el feminismo como hegemonía

El movimiento ha de enfrentarse a la reacción populista de la extrema derecha, pero también a los retos internos: la autocomplacencia y la impostura “rebelde pop”

Ilustración de María Ortíz Iglesias

Silvia Cosio | Licenciada en Filosofía y encargada de la editorial Suburbia
@SilviaCosi

Artículo publicado en el número 61 de nuestra edición de papel (marzo de 2019)

PREFACIO

Si se contempla desde fuera, la apuesta del 8 de Marzo del 2018 parecía arriesgada: se llamaba a la huelga solo a las mujeres y se pretendía desbordar las calles. Los dos objetivos parecían, a priori, difíciles de conseguir. Vincular una huelga al género era un acto inédito en España. Querer llenar las calles tras la desmovilización social y la defunción del espíritu del 15M que supuso el acceso de Podemos a las instituciones, una temeridad. El 8 de Marzo fue un éxito rotundo y el feminismo demostró que era, tras décadas de activismo y de esfuerzo, el pensamiento hegemónico frente al que posicionarse. Todo discurso que hoy en día ataca al feminismo surge como reacción. Esto no significa que no haya peligro de revertir lo alcanzado, porque la reacción ultraconservadora y la vampirización neoliberal del feminismo son muy agresivas.

HEGEMONÍA

El 8M fue la confirmación de que la movilización social en España es principalmente femenina y que el feminismo ha conseguido crear un discurso aglutinador y emancipatorio con el que se sienten identificadas la mayoría de las mujeres. La prueba está en que, lejos de ser una acción aislada, desde marzo las mujeres han conseguido desbordar las calles en varias ocasiones. En 2018 se dio una tormenta perfecta con la explosión del caso Weinstein y la viralización  del movimiento ME TOO iniciado hace una década por la activista afroamericana Tamara Burke, millones de mujeres hablaron públicamente de las violencias, de mayor o menor grado, a las que están sometidas diariamente simplemente por ser mujeres. En España la violación de una joven por los miembros de La Manada sirvió de catalizador para dar salida al malestar femenino y, de la misma manera que el caso de Ana Orantes acabó con el silencio y el estigma que rodeaba a las víctimas de violencia de género, el caso de La Manada hizo lo mismo con la violencia sexual.

No era la primera vez que las mujeres salían masivamente a las calles, la única vez que se logró hacer rectificar al gobierno durante la mayoría absolutista de Rajoy fue la intentona de revertir los derechos reproductivos de la mujeres con la reforma reaccionaria del aborto propuesta por Gallardón y que le costó su carrera política. Pero la grandeza y la novedad del 8M reside en que fue una convocatoria al margen de los partidos políticos. La coordinadora del 8M, así como la mayoría de las mujeres que han participado en distinto grado en su organización, está formada por todo tipo de mujeres, una muestra muy hetorodoxa de edades, militancias y orígenes. A pesar de los intentos por parte de ciertos partidos políticos por capitanear y rentabilizar el 8M, este se muestra impermeable a ello. En esa impermeabilidad y en su funcionamiento asambleario, sin cabezas visibles que monopolicen el discurso, su horizontalidad y su uso magistral de las redes sociales, donde cualquiera de nosotras éramos receptoras y transmisoras del mensaje, está su fortaleza y la demostración de que el espíritu del 15M se encuentra  vivo en el feminismo español.

Esto no quiere decir que el feminismo no esté sometido al asedio. La narrativa del feminismo es la narrativa socialmente aceptada, lo que hace que, tanto desde las fuerzas ultraconservadoras, como por parte de la Izquierda Tricornio, se elabore un discurso que pivota sobre el concepto de resistencia, tratando de convertir la lucha por la igualdad efectiva y material, no puramente ideal, en una suerte de dictadura de lo políticamente correcto. Esta postura reactiva, que no deja de ocultar el miedo ante la pérdida de privilegios, puede llegar a ser seductora para aquellos que confunden el compromiso político con una suerte de impostura rebelde pop.

Por otro lado, el feminismo está siendo vampirizado por el capitalismo. En este escenario de guerras culturales el consenso social se inclina del lado del feminismo, existe un clima moral que condena el machismo al igual que pasa con el racismo. Esto no significa que el capitalismo sea antirracista y feminista -ni siquiera que lo sea la sociedad- pero sí habla de su capacidad para detectar de qué lado cae la hegemonía y amoldarse. La estrategia desde la extrema derecha, y de una parte de la izquierda, consiste en negar la discriminación y las violencias hacia las mujeres como algo estructural, defienden que todas las violencias son iguales, casos aislados llevados a cabo por  hombres enfermos que las feministas utilizan como excusa para imponer su agenda política.

Una parte de la izquierda también desprecia la lucha feminista, LGTBI y antirracista, los ven como una distracción de la verdadera lucha: la lucha de clases. Este tipo de  argumentos peregrinos establece una falsa escala de necesidades y urgencias, aceptando de manera explícita los privilegios que el sistema otorga a los varones blancos heterosexuales, y convierte el discurso de la izquierda en inoperante porque no es emancipatorio para todas y todos.  El neoliberalismo, por su parte, despoja al feminismo del poder y la protección del grupo, reduciendo su margen de acción al empoderamiento individualista de la mujer, fiel a la lógica neoliberal de la mercantilización de todo, incluidas las personas y sobre todo del cuerpo-mujer y sus derechos reproductivos y sexuales.

EL CASO ASTURIANO

La huelga feminista se planteó como una huelga de mujeres en todos los ámbitos. Era una huelga laboral, de cuidados y de consumo. Las mujeres mediante nuestra ausencia hacíamos patente nuestra presencia. Legalmente los sindicatos tuvieron que convocar una jornada de huelga tradicional pero desde la coordinadora estatal se hizo el llamamiento expreso de que solo las mujeres la secundaran. No tenía mucho sentido que la huelga fuera mixta,  pedir a los hombres que se unieran a la huelga desvirtuaba el sentido y el propósito de la convocatoria porque una huelga solo de mujeres es en sí misma una clara acción política y una potentísima actuación performativa.

La errónea decisión por parte de algunas asociaciones feministas de hacerla mixta en Asturies deja claro dos cosas: la incapacidad de desprenderse por parte de cierta izquierda de las formas y los modos de hacer política tradicional, y con la que una parte de la sociedad ha dejado patente que ya no se identifica, y, por otro, la desconfianza mostrada hacia la capacidad de las mujeres para organizar y articular de manera efectiva la protesta social. Que parte de la izquierda asturiana no entendiera que en el 8M los hombres debían de hacerse a un lado es trágico y políticamente una torpeza que nos situó al margen de las decisiones que colectivamente miles de mujeres de todo el país habían tomado de manera asamblearia.

RETOS

No solo el feminismo ha de enfrentarse al enemigo exterior en forma de reacción populista de extrema derecha, también a los propios retos internos. La autocomplacencia y la adhesión acrítica son nuestro mayor enemigo. De nada nos sirve un feminismo autocomplaciente y acomodaticio porque dejaría de ser una herramienta de transformación social. Como toda teoría política el feminismo está vivo y en constante transformación, anclado a la realidad social y material y con la obligación de cuestionarse y reconstruirse constantemente.

Si miramos la foto finish del pasado 8M con detenimiento, más allá de su rotundo éxito, un hecho incontestable y del que debemos felicitarnos todas las feministas, la imagen que resulta es eminentemente blanca, no refleja la gran diversidad de la España actual. El colectivo feminista Afroféminas se desvinculó del 8M porque entendió, acertadamente, que el feminismo español no tenía en cuenta a las mujeres migrantes ni racializadas ni entendía la doble discriminación que sufren, ni los problemas específicos derivados del racismo estructural que exuda España por todos sus poros. La apuesta ha de ser por un transfeminismo anticolonial, un feminismo que incorpore todas las diversidades y que se enfrente al racismo con la misma vehemencia con la que batallamos contra el machismo.

No podemos pedir a los hombres que se hagan a un lado cuando nosotras mismas no lo hacemos para facilitar la visibilidad de las mujeres racializadas; no podemos pedir a los hombres que no se tomen como una cuestión personal nuestras denuncias sobre las violencias sistémicas que padecemos si nos sentimos incómodas cuando las mujeres racializadas nos hablan de sus experiencias y del racismo sistémico que padecen; no podemos pedir a los hombres que se cuestionen sus privilegios si no podemos nosotras cuestionar los nuestros: el privilegio blanco y, en muchos casos, el privilegio de clase; no podemos pedir a la sociedad que no nos enclaustre en nuestro cuerpo y cuestionar a las mujeres trans o no binaries, cuestionar sus experiencias y expulsarlas del feminismo apelando a un biologicismo rancio que hunde sus raíces en el mismo prejucio que impulsa al autobús de Hazte Oír.

El feminismo y la lucha LGTBI han ido de la mano y juntos son más fuertes, la diversidad nos fortalece. El feminismo crece y se fortalece aunando diversidades y experiencias y exige un cuestionamiento continuo, como todo pensamiento crítico, emancipatorio y transversal. Precisamente es esa transversalidad lo que le confiere, hoy en día, potencia al feminismo como instrumento de cambio social. Hemos sabido construir un pensamiento crítico al margen del funcionamiento de los partidos políticos tradicionales y nuestra meta es la de evitar los vicios organizativos de estos, donde el divorcio entre  militancia y sociedad es más que evidente, y es de ese divorcio del que se alimentan los populismos de extrema derecha.

El feminismo y las mujeres hemos sido capaces de articular movimientos de resistencia política y en las calles, frente a Trump, Bolsonaro, frente a Gallardón. Esta resistencia se refleja también en la vida política tradicional y en los avances sociales que impulsa. Tenemos que evitar la autocomplaciencia y a aprender a no rehuir las cuestiones polémicas, admitiendo que hay distintos puntos de vista dentro del  feminismo. Hay que convertir el feminismo español en un espacio amable y abierto a las distintas diversidades. Y por encima de todo no tomar el 8M como el horizonte al que llegar: el feminismo no ha de organizarse exclusivamente para un gran día de exaltación y convertirlo en una suerte de macroprocesión laica despojado de toda potencialidad de transformación social y representatividad, una ritualización de la protesta estéril e impotente, otro Primero de Mayo.

 

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