
Mercedes Fernández con el grupo parlamentario del PP en la Junta General del Principado. Foto / Iván Martínez.
La presidenta del PP asturiano, Mercedes Fernández, no andaba descaminada cuando dijo recientemente que el PSOE en Asturias estaba cansado de gobernar. Otra cuestión es que su intención sea transmitir que ella accederá a la presidencia del Principado por el fin de ciclo que desprende la situación de los socialistas, algo realmente incierto dadas sus continuas derrotas electorales y lo alejado que está su partido de ser la derecha moderna y asturianista que demandan los nuevos tiempos.
Al lento pero progresivo deterioro de la hegemonía socialista en Asturias, prácticamente inalterable desde la Preautonomía, por el agotamiento de su proyecto y por los continuos casos de corrupción que salpican a la FSA y a sus Gobiernos (Marea, Villa, El Musel, Niemeyer, la trama del cable, UGT…), hay que añadir ahora la división interna.
La Operación Hulla es un caso de corrupción, protagonizado entre otros por el exsecretario general del SOMA-UGT y líder socialista José Ángel Fernández Villa, su lugarteniente José Antonio Postigo y el constructor Juan Antonio Fernández, centrado en el saqueo millonario de dinero público durante las obras en el macrogeriátrico de Felechosa, algo que ya destapó en enero de 2012 ATLÁNTICA XXII, que también dedicó otros números y artículos a repetidos episodios escandalosos sucedidos en el Montepío de la Minería desde hace mucho tiempo. Aquel reportaje de hace cinco años y medio no solo desveló un grave asunto de corrupción: también desencadenó el Caso Hulla. Tras conocer por esta revista los lujosos chalets de Postigo y Fernández en Mayorga (Valladolid), la Agencia Tributaria multó al entonces presidente del Montepío con 87.000 euros. Tras esa sanción, el dirigente del SOMA-UGT decidió aflorar su dinero negro con la amnistía fiscal de Montoro y animó también a ello a Villa. A la vista está que fue la perdición de ambos.
La información básica sobre lo que estaba pasando en Felechosa llegó a esta revista durante las obras, en especial la relación entre Postigo y Fernández, a través de un anónimo que también fue enviado a otros medios y probablemente a la Justicia. Nadie actuó, ni siquiera medio alguno se hizo eco de lo publicado por ATLÁNTICA XXII. Tampoco la Fiscalía del TSJA inició una investigación de oficio, como era razonable. Los mecanismos de control frente a la corrupción fallaron estrepitosamente hasta que intervino la Fiscalía Anticorrupción desde Madrid tras conocerse la fortuna oculta de Villa y Postigo al acogerse ambos a la amnistía fiscal.
La Fiscalía Anticorrupción inició su investigación basándose en las informaciones de esta revista, a la que se dirigió para ampliarlas y obtener contactos. ATLÁNTICA XXII colaboró en esas demandas, entendiendo que eran razonables y una obligación democrática. Que fue una decisión acertada, e incluso un ejemplo de la imprescindible colaboración entre la Justicia y el periodismo en la lucha contra la corrupción, quedó demostrado con la operación y el sumario del Caso Hulla, que corrobora lo publicado por ATLÁNTICA XXII. De otras informaciones publicadas por esta revista sobre el saqueo al Montepío, iniciado bastante antes de la llegada de Postigo a la presidencia de la mutua, Anticorrupción tomó nota, pero las obvió en su investigación porque los delitos podrían estar prescritos y el caso de la compraventa en los hoteles de Murcia y Almería de 2003 fue incomprensiblemente cerrado en falso por la Justicia.
El Caso Hulla, al que hay que añadir el abierto por otro juzgado también contra Villa tras denuncia del SOMA-UGT, coincide con la crisis interna en la FSA tras la victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE, saldada con el abandono de Javier Fernández de la secretaría general y previsiblemente de la política cuando concluya su mandato en la presidencia del Principado dentro de dos años.
Más que casualidad podemos hablar de causalidad. Villa controló al SOMA y a la FSA con métodos caudillistas y caciquiles durante décadas, desde el restablecimiento de la democracia, mientras él y los suyos caían en el pozo de la corrupción utilizando de escudo a los trabajadores, algo especialmente doloroso en una tierra como Asturias, que tantos avances debe al movimiento obrero. Los villistas, o sus aliados, coparon el poder en Asturias durante generaciones y en realidad lo siguen haciendo, porque seguidores o discípulos del Tigre de Tuilla fueron el mismo Javier Fernández y otros pesos pesados del socialismo asturiano, como Fernando Lastra, ahora consejero. Y repudiaron a Villa en cuanto su nombre se asoció a la corrupción, pero nunca lograron enterrar la cultura política del villismo, asociada a la opacidad, el clientelismo y la ausencia de prácticas democráticas.
La imagen de Villa, enfermo y repudiado, intentando eludir a la Justicia, y la de Javier Fernández, dando un paso atrás tras ser derrotado en su partido, son una metáfora más que una coincidencia: la del cambio de ciclo en el PSOE asturiano y la desaparición de la escena pública de quienes ostentaron el poder en Asturias desde hace décadas. Un tribunal juzgará al exsindicalista y todo parece indicar que será implacable. La historia lo hará con el aún presidente, al que le quedan dos años que pueden convertirse para él en un calvario.
Ha llegado la hora de la renovación en la FSA, una necesidad hace mucho tiempo en una organización cerrada e inmovilista que no se supo adaptar a los cambios en la sociedad asturiana. Gente más joven y con menos vicios y ataduras, como Adrián Barbón, parece dispuesta a asumir el relevo tras la derrota de los que hasta ahora ostentaron el poder en el núcleo duro de la FSA, en las primarias y en el Congreso del PSOE.
Esta renovación generacional es imprescindible en todos los ámbitos de la sociedad asturiana, donde dirigentes y élites llevan muchos años impidiendo que nuevas ideas, proyectos e ilusiones acaben con el pesimismo y la resignación que sale de los centros de poder y acaba calando en la ciudadanía como el orbayu.
Asturias necesita optimismo y lo que ahora se llama un nuevo “relato”. Una hoja de ruta colectiva que entierre fantasmas, y hasta sectores productivos del pasado, para abordar el futuro con optimismo, acabando con el escandaloso paro juvenil y el éxodo de los jóvenes profesionales, obligados a emigrar porque en su tierra falta innovación, meritocracia y autoestima, y sobran la corrupción y la deficiente gestión de lo público.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 51, JULIO DE 2017
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