Mariano Antolín Rato / Un lugar concebido para la paz del espíritu. En una difusa penumbra, apenas deja que se vislumbre el límite entre lo limpio y lo menos limpio. Armoniza con el chirrido de los insectos, el gorjeo de los pájaros, las noches de luna. Es el mejor lugar para gozar de la punzante melancolía de las cosas en cada una de las estaciones, y los antiguos poetas de haiku han debido de encontrar allí innumerables temas. No parece descabellado, pues, pretender que en la construcción de retretes la arquitectura japonesa ha alcanzado el máximo refinamiento.
Con unas palabras de mayor lirismo que las aquí glosadas, se refiere Junichirō Tanizaki a lo que el Diccionario de la Academia define como “aposento dotado de las instalaciones necesarias para orinar o evacuar el vientre”. Tanizaki, uno de los más grandes escritores japoneses del siglo XX, no se corta y se explaya poéticamente al respecto y sin el menor melindre en El elogio de la sombra. Este libro, en realidad, trata del claroscuro esencial dentro del arte oriental para que algo sea bello, oponiéndolo al poderoso aliado de la belleza que en Occidente fue siempre la luz. Su versión española, hecha a partir de la francesa por Julia Escobar, apareció en Ediciones Siruela el año 1994. Entonces me publicaron una reseña entusiasta sobre él —la única, que yo sepa, que dieron a luz los suplementos literarios—. No debido a eso, seguro, sino a quienes lo recomiendan boca a oreja, anda ya por las veinte ediciones y pico. Es el libro que más veces he regalado, así que de vez en cuando lo constato.
La obra apareció originalmente en 1933. Por tanto quedaba muy lejos de los ultramodernos inodoros de alta tecnología hoy instalados en la mitad de las casas, hoteles y edificios públicos de Japón. Llamados Toto, porque ese es el nombre de la empresa que los fabrica —googleando me entero que es la mayor del mundo dedicada a tales menesteres—, cuentan con calentador de tabla, control para ajustar el chorro del agua que limpia, secador de culo, activación automática de la cisterna después de su uso y muchas cosas más accesibles por medio de un panel de control. Nada que ver, pues, con la incomodidad que supone, según Tanizaki, tener que desplazarse hasta su retrete ideal en plena noche. Ni con el riesgo que se corre de enfriarse dentro de él en invierno. Ya se sabe, hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, cantaban en aquella zarzuela tan madrileña parecida a la que ensalzó Nietzsche, aunque por distintos motivos.
Peter Handke, un escritor y esporádico cineasta austriaco actual al que soy adicto, acaba de publicar en España, en traducción de Eustaquio Barjau, un texto de 100 páginas escasas que se titula Ensayo sobre el lugar silencioso. Ya en la segunda, una nota nos informa de que en alemán Stillen Ort, “lugar silencioso”, es una expresión eufemística e irónica que designa el retrete. En la contracubierta del libro, los de Alianza Editorial, que lo publican, dicen que Handke trata del “cuarto de baño”. Parece un poco mojigato. Aunque no tanto, desde luego, como lo eran las monjas ursulinas del colegio donde estudió una amiga mía. Para ir al lugar donde, escribe Tanizaki, llega a perderse la noción del tiempo, se debía decir permission sortir. Y la primera vez que fue a Francia, todavía de niña, ante el asombro del interrogado, preguntó, muy educada y formalita ella: S’il vous plaît, où est-il la permissión sortir? [“Haga el favor, ¿dónde está el permiso para salir?] Caiga el olvido.
En este relato que Handke llama ensayo, como hizo con Ensayo sobre el jukebox, Ensayo sobre el cansancio o Ensayo sobre el día logrado, narra con la fría elegancia, transversalidad a menudo desconcertante y exacto ritmo prosódico que le caracterizan, sus andanzas e iluminaciones por váteres, servicios, excusados, letrinas y otros lugares silenciosos; de todo el mundo. Y comprende, al utilizar el del templo de Nara, que allí supo lo que es Japón y pudo decir: “En una ocasión estuve en Extremo Oriente”. Contribuye, asegura, el recuerdo de El elogio de la sombra de Tanizaki, que le devuelve “como por arte de magia a la existencia, al aquí, a la vida, como huésped de ella”. Una experiencia que comunica y culmina unas páginas que, advierto, no son de lectura fácil, pero conmueven.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 41, NOVIEMBRE DE 2015
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