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Jugarse el doctorado a una carta

Ilustración / Alberto Cimadevilla.
Los cursos de doctorado de Ciencias de la Salud en la Universidad de Oviedo son a la carta: puntúa casi tanto para acceder a ellos un texto que debe enviar el candidato como sus méritos académicos o su expediente. Su responsable admite que prefiere a los alumnos que conoce personalmente, pero niega que eso sea nepotismo.
Xuan Fernández / Periodista.
Que alguien del entorno académico de la Universidad de Oviedo se atreva a hablar del Doctorado en Ciencias de la Salud es casi misión imposible. Este doctorado, uno de los 25 que se imparten en la Universidad, está en el punto de mira de una gran parte del alumnado y profesorado, debido a sus condiciones de acceso, basadas “en el amiguismo y la parcialidad”, según numerosas fuentes académicas consultadas para este reportaje que prefieren no desvelar su identidad.
El de Ciencias de la Salud es uno de los doctorados con más demanda de toda la Universidad asturiana. En el último curso accedieron 75 alumnos de un total de 168 solicitudes, quedándose fuera 93. La competencia es feroz. En Ciencias de la Salud existen hasta 13 subáreas o líneas de investigación distintas, a las que pueden acceder graduados provenientes no solo de Medicina, sino también de otras disciplinas como Enfermería, Psicología, Fisioterapia, Odontología o Biología. Muchos alumnos, de diferentes carreras, para acceder solo a 75 plazas.
Los criterios de admisión son meridianamente claros, según recoge la propia página web de la institución. Uniovi dice que “la selección se realizaría según el expediente académico que el alumno tuviera en el Grado y en el Máster del campo de Ciencias de la Salud que hubiese cursado”. También establece que “se tendrá en cuenta su experiencia previa en laboratorios de investigación básica o clínica realizada en los últimos años de su graduación o máster”. Por último, y aquí está la clave de la “trampa”, según muchos alumnos y profesores, hay una carta que el aspirante debe presentar expresando “sus motivaciones e intereses que le llevan a desarrollar el Doctorado en Ciencias de la Salud”.
Lo discutible de la carta, de escasos folios, no radica tanto en su existencia como, de escasos folios, en su valoración final. Un aspirante a este doctorado puede sacar un máximo de 20 puntos juntando todos los criterios, y la carta de motivación puede contar hasta un tope de 9, casi la mitad. Es decir, el valor de ese escrito cuenta casi tanto como todo el expediente académico y experiencia anterior (11 puntos). Una vez presentada, la carta la valoran los directores de cada subárea, que son los que deciden, a instancias del coordinador del Doctorado, el máximo responsable.
“El sistema de la carta va contra la imparcialidad y sirve para beneficiar a los amiguismos. Es la forma que tienen para que entren los alumnos que los directores quieran. Es una trampa. Si conoces al coordinador tendrás mas posibilidades de entrar”. Eso opina una persona que lleva más de 30 años trabajando con alumnos pertenecientes a este doctorado.
Lo que hace una gran parte de los alumnos que se quedan fuera de este doctorado es esperar un año e intentar acceder en la siguiente convocatoria, según afirman desde coordinación de Ciencias de la Salud. Por eso muy pocos alumnos protestan públicamente.
Uno de los que sí dio la cara recientemente con indignación fue Julio García Rubio, que era médico residente en el Hospital Universitario de Cabueñes, Gijón. García se quedó fuera del doctorado y, además de reclamar por las vías académicas, poniendo una reclamación al coordinador, rechazada por una comisión académica, también mandó una dura carta al diario La Nueva España, que se publicó el 6 de septiembre del año pasado.
Esta revista se puso en contacto con García Rubio, que declinó hacer más declaraciones sobre el tema, remitiéndose a su carta. El escrito tiene por título “Una universidad de pacotilla” y cayó como una auténtica bomba de relojería en los despachos de los distintos responsables del Doctorado en Ciencias de la Salud.
“Con un mes y medio de retraso, por fin se ha publicado el listado definitivo de admitidos al Programa de Doctorado en Ciencias de la Salud. Se lo han tomado con calma. Y eso que no tenían muchos títulos que revisar, ya que el criterio fundamental para ser admitido consistía en tener un amiguito que te promocionara (…). Asignando 9 puntos a una ‘carta personal’, 8 puntos a la formación académica y 3 puntos a publicaciones y ponencias (…). Hecha la ley, hecha la trampa: el clientelismo y la endogamia universitaria al poder (…). Cuarenta matrículas de honor no han sido suficientes para llamarles la atención. Faltaba el dato clave: hijo del profesor mengano o amigo de fulanito (…).
Otro caso reciente, oculto hasta ahora a la opinión pública, es el de la ovetense Paloma Álvarez, graduada en Biología en la promoción del año 2014. Tras trabajar de forma gratuita durante más de tres años en un laboratorio de la Universidad, Álvarez decidió ingresar en el Doctorado en Ciencias de la Salud. Su primer intentó fue en 2016, quedándose fuera por un error burocrático suyo. Al año siguiente fue cuando vino su sorpresa al quedarse fuera de los admitidos. Le otorgaron una puntuación de 7,5 sobre 20 en los criterios de admisión al doctorado. Álvarez, muy sorprendida, solicitó una revisión de los baremos y el Vicerrectorado de Ordenación Académica le contestó unos días después, comunicándole sus notas por separado.
En el primer criterio de admisión, de un máximo de 8 puntos entre grado y máster, la ovetense obtuvo un 6,1. En el segundo, el de la experiencia en laboratorios, le concedieron 3 puntos sobre 4 (además de trabajar en un laboratorio 3 años, Álvarez también publicó artículos divulgativos en revistas especializadas y fue ponente en varios congresos). Hasta ahí unas notas casi sobresalientes. El problema vino en la famosa carta. Un 0,8 sobre 9. Ni siguiera llegó al 1. Esa es la calificación de la carta que la dirección de su doctorado le otorgó y que también ratificó una comisión académica.
Ese paupérrimo 0,8 se basa, según dictaminó la comisión, en que “no aparece de (que no se solicitan en los criterios de admisión) manera clara en qué línea de investigación desarrollaría su tesis doctoral, quién sería su posible director y a cargo de cuáles proyectos se sufragaría la investigación”. Álvarez niega que su carta no incluyese esos datos (que no se solicitan en los criterios de admisión) y esta revista pudo comprobar que los dos primeros figuran explícitamente al inicio de la misiva. Tras el chasco de no poder entrar al doctorado de su Universidad, Paloma Álvarez siguió el camino de otros muchos estudiantes españoles y emigró al extranjero. En la actualidad trabaja en el Nencki Institute of Experimental Biology, Polish Academy of Sciences, en Varsovia, Polonia.
“La carta de motivación es algo muy aleatorio que, por la experiencia que tenemos, es lo que se usa cuando hay dudas sobre a quién meter. Es una treta legal. Si estás bien situado sabes que esa carta es para poner cuatro cosas y te dan lo máximo. Si previamente estás en un grupo de investigación y tu director está en ese doctorado, entras seguro en base a esa carta. Es muy injusto, es un tema muy obvio”, explica un graduado en Medicina que en estos momentos imparte el Doctorado en Ciencias de la Salud.
“Me quedo con el que tengo”
El coordinador del Doctorado en Ciencias de la Salud, José Antonio Vega Álvarez, accedió a hablar con ATLÁNTICA XXII. No considera que la carta de motivación sea ninguna trampa: “Llama la atención porque pesa mucho, pero es normal. Es un criterio muy anglosajón que se utiliza en Universidades grandísimas. Para hacer un doctorado en Harvard nadie te va pedir las calificaciones que tienes, sino quién te avala. Personalmente le daría más valor incluso a la carta”.
Para Vega un doctorado no se sustenta solo en el expediente académico. “Esto no es una calificación y el que más nota tenga entra, hay que ver más cosas. De poco me vale que me mandes a una persona que tiene matrícula de honor en todo, pero por ejemplo no va cumplir a rajatabla con el horario del laboratorio o va a faltar algún fin de semana”. Preguntado por si se pueden valorar aspectos tan dispares en una carta Vega responde afirmativamente, “si tienes experiencia en ello.” Aunque “puedes meter la pata”, apostilla.
Sobre el caso de Julio García Rubio y su carta a La Nueva España, Vega es muy tajante. “No es cierto. Esa carta la conozco muy bien y también al que la ha escrito. No le di importancia porque no dio ningún nombre propio, si lo hubiese hecho se tendría que atender a consecuencias legales. Este chico hizo un recurso de alzada que la comisión académica rechazó de forma tajante y la comisión de doctorado también ratificó lo que dijo la primera comisión”.
Vega también afirma desconocer el caso de Paloma Álvarez, pese a que ésta registró una reclamación sellada dirigida a él mismo. “No tenía conocimiento de ese caso, como coordinador no me consta, no sé los criterios que tuvo el director de esa línea de investigación”.
El coordinador explica cómo funciona el acceso a un doctorado con un ejemplo en primera persona. “Si tengo dos alumnos, uno que lleva currando conmigo 3 años y otro que no tengo ni pajolera idea de quién es, y el que está conmigo tiene una forma de hacer la tesis y el trabajo, y el otro no, pues me quedo con el que tengo. Y eso no se llama nepotismo, se llama ser obvio y lógico”.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 54, ENERO DE 2018

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