
José Ángel Fernández Villa interviene en la fiesta de Rodiezmo ante un retrato de Llaneza. Detrás Francisco Fernández Marugán, Javier Fernández y Vicente Álvarez Areces.
Por Xuan Cándano. Razón tenía Ramón Tamames cuando ironizaba con aquel eslogan del PSOE, diciendo que era un partido “con cien años de honradez y cuarenta de vacaciones”. Salvo aislados y heroicos opositores que mantuvieron la resistencia antifranquista en el interior, los socialistas desaparecieron durante la dictadura. También en Asturias, uno de sus feudos históricos, escenario de la revolución de 1934, un levantamiento comparable a la Comuna de París protagonizado por los mineros, entonces vanguardia del proletariado mundial. En la minería los socialistas tuvieron muy poca presencia activa durante el franquismo. En las huelgas de 1962, el episodio más relevante de oposición al franquismo por parte de los trabajadores, tuvieron algún protagonismo los comunistas, pero prácticamente ninguno el PSOE o el histórico SOMA-UGT, que ni estaban ni se les esperaba.
Los socialistas en las cuencas mineras empezaron a levantar cabeza en el tardofranquismo y sobre todo en la Transición. Entonces apareció un joven pequeño, enérgico y aguerrido llamado José Ángel Fernández Villa, que fue despedido por su actividad sindical de varias empresas, pero que apenas trabajó en la mina. Antes de entrar en el SOMA y en el PSOE Fernández Villa coqueteó con el anarquismo y la extrema izquierda, pero también con la Brigada Político Social, de la que fue confidente según un documentado libro publicado por el ex boxeador e historiador aficionado José Ramón Gómez Fouz.
Astuto, autodidacta, hábil negociador y orador grandilocuente, Villa se hizo con las riendas del sindicato minero, al que convirtió en una organización compacta, tremendamente disciplinada y casi militar, a la que gobernó con mano de hierro durante más de 35 años, hasta su dimisión como secretario general esta misma semana, a los 70 años. Villa dejó en un papel secundario a CCOO y convirtió al SOMA en un sindicato muy poderoso políticamente, porque encabezó hasta hace pocos años el sector mayoritario en la Federación Socialista Asturiana. Al frente del sindicato y en las ejecutivas de la FSA y del PSOE federal, Villa ponía y quitaba presidentes en Asturias, al director de Cajastur, a consejeros y cargos públicos y hasta a periodistas al frente de los medios públicos. A Rafael Fernández lo retiró para poner a Pedro de Silva, lo que nunca le perdonó el yerno de Belarmino Tomás. A Antonio Trevín le dio el visto bueno tras pasar revista cuando estaba hospitalizado en el Sanatorio Adaro de Langreo.
El declive de Villa y del SOMA vino con el de la minería, que apenas emplea a 5.000 mineros en Asturias. Aislado en la plaza de La Salve de Sama, sede del SOMA, conserva poder sindical, pero el político le fue abandonando, como muchos de los que aupó a cargos y prebendas. A él le deben su carrera política el presidente asturiano Javier Fernández y el portavoz en la Junta General del Principado Fernando Lastra, entre otros muchos.
La historia lo juzgará, aunque sus admiradores ya lo comparan con Manuel Llaneza, y desde tantas facetas como actividades tuvo un personaje tan poliédrico. Como sindicalista se le puede atribuir la paz social en las cuencas tras una reconversión que supuso la muerte lenta de la minería a costa de las prejubilaciones, tan buenas para los afectados y tan malas para el dinamismo social y económico de Asturias. También creó una inmensa red clientelar, gestionada con eficacia y paternalismo, que hizo pasar a la historia el mito del minero rebelde y revolucionario. Fue el cambio de la dinamita a Prejubilandia, esclarecedor título de un documental de Jaime Santos.
Como político es cierto que no se puede entender la FSA , con su liturgia predemocrática y su oscurantismo, ni la Asturias contemporánea, que pasó de la revolución a la subvención, sin el Villa pícaro y maniobrero siempre gobernando a la sombra mediante personajes interpuestos.
Probablemente su faceta más eficaz fue la de alcaldón de las cuencas, que ya no son el territorio comanche del proletariado, sino una prolongación de la Asturias central y urbana, gracias a las políticas de discriminación territorial que impuso Villa.
Como casi todos en la vida pública, El Tigre, como lo conocen en su sindicato, no se supo retirar a tiempo porque es un yonki del poder y el mando. Y su legendaria figura de sindicalista eficaz, que combina la negociación y la barricada, queda muy tocada por el gran fracaso de la última gran movilización minera del pasado verano, un verdadero desastre en cuanto a estrategia sindical, que provocó la derrota de los mineros, puede que definitivamente.
El Tigre -que se retira herido, falto de salud y decepcionado con tantos políticos por los que se siente abandonado- ya no tiene la intuición precisa para dar los zarpazos necesarios para abrirse paso en la política y el sindicalismo. Son otros tiempos. Los suyos, los buenos tiempos del socialismo hegemónico, quedaron enterrados como el carbón.
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