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Atlántica XXII

Cuando la iglesia fue barricada

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Cuando la iglesia fue barricada

Los despedidos de Duro Felguera que hace 20 años se encerraron durante 318 días en la Catedral de Oviedo fueron la parte visible de la última revuelta obrera que hizo temblar Asturias

Barricada montada en la calle Toreno de Oviedo, a mediados de los 90, durante una movilización contra el cierre del «Talllerón» de Duro Felguera en Langreo.

Artículo publicado en el número 60 de nuestra edición en papel.

Rafa Balbuena | Periodista

@BalbuRafa

Han pasado más de veinte años, pero pocos de los que vivieron la década de los 90 habrán olvidado el episodio de “los encerrados en la Catedral de Oviedo”. Una epopeya de 318 días que entre diciembre de 1996 y noviembre de 1997 protagonizaron nueve trabajadores metalúrgicos despedidos de Duro Felguera, repartidos en dos singulares “turnos de aislamiento” semestrales en los que no se movieron de la torre gótica, y que llamaron la atención de toda España en su proclama por recuperar sus puestos de trabajo y el de otros 30 compañeros en las filiales Felguera Melt y Felguera Construcciones Mecánicas, radicadas en el Taller de Barros (Langreo).

Sin embargo, esa huelga de reclusión no consistió solo en un retiro voluntario de protesta, ni mucho menos en una exhibición de parados colgando pancartas de los pináculos del templo a la espera de una readmisión benevolente. Al mismo pie de la Catedral y 22 años después de lo ocurrido, Manuel Sánchez Terán, portavoz de aquellos despedidos, explica que “el encierro era solo una parte del plan, la parte visible”. Terán rememora unas fechas convulsas en las que, sin exagerar y hasta el momento presente, las barricadas y el fuego hicieron temblar las cuencas mineras –y de paso, Asturias entera– por última vez.

Los recuerdos se agolpan en las palabras y los rostros de Ramón Cimadevilla Cima y Manuel Ortiz de Galisteo Gali, dos de los participantes en el encierro, al reunirse con Terán en el pórtico de la catedral, justo en el mismo punto donde posaron para la prensa al final de aquel calvario, en noviembre de 1997. Y hacen balance de aquellos hechos con orgullo “pero con un pesar: que nosotros resolvimos nuestra situación, pero no pudimos resolver la de la sociedad asturiana, que es como si hoy se despertase de un mal sueño y descubriese, una tras otra, las cuestiones y problemas que nosotros planteamos entonces”, reflexiona Terán con la misma contundencia vehemente que exhibía en aquellos días de mitad de los 90. Una rotundidad que, como no cuesta imaginar en esas circunstancias, tantos problemas iba a causarle.

Pasado el tiempo, jubilados todos, con alguno ya fallecido y transformada la Asturias de entonces en otra tan distinta que, como diría Alfonso Guerra, no reconocería ni la madre que la parió, parece buen momento para echar la vista atrás y ver cómo se llegó a aquello. Los tres veteranos insisten en que el recuerdo de lo vivido es “agridulce” y que emprender aquello “era necesario y había que hacerlo, porque el que no pelea, pierde”, asegura Galisteo. Pero sobre todo “hay que contar qué es lo que había antes y durante el encierro, porque puede parecer que todo se redujo a aquellos “paracaidistas” que un día se posaron en la Catedral, cuando la verdad es mucho más compleja”, insiste Sánchez Terán.

Juanjo García, al comienzo del encierro, oteando los alrededores de la Catedral en un turno
de vigilancia durante una noche de invierno. / Foto: Mario Rojas.

CONFLICTO DE LARGO TRECHO

La problemática venía de lejos y el caso de los 39 despedidos (que así se les llamó al comienzo) empezó a gestarse a principios de los 90: “Duro Felguera tiene, desde siempre, una visión y una capacidad de estrategia que hace que se adelante veinte años al resto de empresas, deshaciéndose de lo que no le interesa”, valora Terán para establecer un punto de partida. Hacia 1989 “decidieron que su futuro no estaba en la siderurgia sino en ingeniería y financiación, y para cerrar los talleres se inventaron que una empresa de aviónica, Eurometals Processing, estaba interesada en la Duro. Era mentira, como luego se demostró”.

Las movilizaciones sindicales empezaron a apuntar en que aquello podía ser una maniobra de despido colectivo, “porque de modo muy inteligente, se pasó a un modelo de empresa más moderno, troceado en sociedades anónimas y filiales separadas, con lo que cada trozo de la empresa era una unidad jurídica independiente. Y si se quería abordar un expediente de empleo, ya no se podía hacer a nivel de grupo”.

El germen de la división también alcanzó a los trabajadores y los sindicatos, y entre reuniones, EREs, prejubilaciones, discrepancias y negociaciones, el ambiente en el taller se enrareció, no tardando en llegar los primeros despidos, huelgas y movilizaciones, que se fueron volviendo cada vez más violentas.

En estas circunstancias Terán explica que “Duro Felguera siempre se ha llevado muy bien con el poder político”, hasta el punto de que “en de noviembre de 1993, de la mano de Antonio Trevín y Felipe González, llegan 3.000 antidisturbios a Barros, de las reservas de Vigo, Valladolid y Sevilla”.

Empieza la firma de los primeros acuerdos de despido, aceptadas y rubricadas “por los representantes de UGT y CCOO, que siempre han sido la mano que mece la cuna”, apunta Terán, explicando que tras otras maniobras “siempre con la división por delante” reducen los 232 despidos iniciales a 39, recayendo estos “en los ‘díscolos’, los que ‘revolvíamos el gallinero’, los ‘sindicalistas al margen de la Constitución’… los que defendimos la empresa aferrándonos al artículo 44 del Estatuto de los Trabajadores, sobre subrogación de derechos y obligaciones”, relata con enojo. Un Estatuto “que el PSOE de Felipe González laminó mediante la reforma laboral más atroz que ha sufrido esta sociedad, acabando con la libertad sindical y abriendo paso al despido libre colectivo con la colaboración de los dos sindicatos, tarea que remató el PP de Aznar”, prosigue un encendido Terán.

EL ENCIERRO NO SE REDUJO A LA CATEDRAL, SINO QUE ENCADENABA EN LA CALLE MANIFESTACIONES Y DISTURBIOS

En esta tesitura, con los 39 trabajadores en la calle, las movilizaciones de protesta que hasta entonces habían consistido mayormente en marchas de protesta a pie y en bici, obras de teatro reivindicativas y manifestaciones controladas y autorizadas, cambiaron sensiblemente de rumbo y de procedimiento. Tras varias negociaciones en las que Duro “pretendió recolocarnos en empresas privadas de construcción, de fin de obra y hasta en Argelia, pero nosotros exigíamos empresas públicas y afines al perfil de Duro Felguera, no negocios-tapadera que a los seis meses echasen el cierre”, el tiempo siguió pasando hasta que la chispa estalló.

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En la víspera de Nochebuena de 1996 “se encierran cinco compañeros en la Catedral y esa misma noche empieza la acción directa”. Tres oficinas bancarias de Gijón y Oviedo, vinculadas accionarialmente a Duro Felguera, fueron quemadas por encapuchados durante aquella madrugada. Acabarían siendo 44 episodios de este tipo, sumados a otros muchos de parecido modus operandi. Y mientras aquellos cinco encerrados (Juan Díaz, Víctor Vaquero, Luis Braña, Gerardo Iglesias y Juan José García) concentraban la atención mediática, un contingente radicado en el valle del Nalón, organizado a golpe de asamblea secreta autogestionaria y amparado por una estructura social que incluía sin distingos trabajadores, familias, estudiantes y jubilados, actuaba día tras noche y sin parar, encadenando manifestaciones, disturbios, intendencia y turnos de trabajo.

En la más pura tradición de los anarquistas de los años 30, se sucedían los cortes súbitos de carretera en el corredor del Nalón, en Riaño, en Frieres o en la misma entrada de La Felguera o El Entrego. Autobuses y trenes eran desalojados en los apeaderos y quemados en las vías de Renfe, en imágenes que saltaron a la televisión y a las portadas de prensa.

Igual que las batallas campales a toletazos o las lluvias de piedras sobre las “grilleras” de los antidisturbios, en paralelo a episodios de sabotaje y de auténtica guerrilla urbana que, en conjunto, supusieron una movilización de los obreros del valle como no se veía desde las huelgas del proceso 1001, a comienzos de los 70, o durante la fase más traumática de la reconversión siderúrgica a mitad de los 80.

A partir del momento en que se destroza con cócteles molotov la fachada del economato de Duro Felguera en Langreo “los sindicalistas ‘díscolos’ dejamos de ser los simpáticos que hacen marchas en bici y obras de teatro en la calle”, aclara Terán. De este modo, la protesta obrera en Asturias volvía a teñirse de violencia, sin el cariz de Octubre del 34 o las huelgas de 1962, pero con la misma crispación y tensión de episodios conflictivos más recientes en el tiempo –y vivos en la memoria de casi todos– en los que las manifestaciones a proclama gritada y disueltas a la carrera, las pelotas de goma, las cargas policiales, los petardazos lanzados a tubo, los encapuchados con gomeru y las barricadas eran algo previsible, incluso cotidiano, en cualquier punto de la cuenca o de la región.

DOS ESCENARIOS, UNA GUERRA

En aquellos días, un equipo de reporteros de Canal+ se desplazó a Asturias para realizar un reportaje sobre estos sucesos. Poniendo el foco tanto en los encerrados de la Catedral como en la vida de sus familias en Langreo y Gijón, el programa, titulado El polvorín asturiano, se emitió un domingo en hora punta, reflejando algunas interesantes ramificaciones del conflicto que invitan a la reflexión.

Entre ellas aportaba puntos de vista de otros protagonistas del momento, caso de los obreros de Naval Gijón (empresa vinculada a Duro Felguera e igualmente en conflicto) o al entonces Consejero de Economía del Principado, José Antonio Portilla. Que sus visiones respectivas del caso fueran diametralmente opuestas no sorprende mucho. Sí lo hace, en cambio, que el documental comience con la quema nocturna de un cajero por parte de los trabajadores de Duro, con los cámaras corriendo a ras de calle y pegados a los encapuchados, a los que incluso entrevistan en un ejercicio de periodismo hoy inconcebible ante el panorama legal vigente –y no digamos con los criterios de programación televisiva en boga–, que de salir en parrilla en 2019 cosecharía con facilidad un rosario de demandas judiciales a todos los involucrados.

El primer relevo de encerrados, reivindicando sus primeros cien días de encierro el 1 de abril de 1997.

Tres años antes, un equipo de TVE había rodado Adiós al valle del hierro, primer documental sobre las movilizaciones iniciales en Langreo tras cuya emisión, según Manuel Terán, la guionista fue despedida “porque no se plegó a presiones para retirar determinados planos”. Una decisión que aplaude, cosa que no hace con otro documental titulado Resistencia, estrenado en 2007, que califica de “visión edulcorada y corrupta” de unos hechos que, en su opinión, “merecían ser mostrados tal cual fueron, sin poesía y sin venderse a la mano que mece la cuna”, insiste con acritud.

Así, relatando con técnicas de docudrama la vida diaria de los encerrados, a los que se ve pasar frío, comer juntos, esperar la llegada diaria del periódico, recibir la visita de sus familiares “a distancia” –desde el suelo de la plaza y mediante walkie talkie– y ver pasar el tiempo entre incertidumbres, El polvorín asturiano se detiene en otros elementos anecdóticos o de apariencia menor, como el mecanismo creado por los cinco primeros encerrados para construirse una ducha o un váter de campaña, o, más significativamente, los sistemas de defensa para evitar una carga policial de desalojo, aunque fuera en la mismísima Catedral de Oviedo.

Contaron para ello con el apoyo de un sector del clero asturiano, encabezado por el entonces arzobispo, Gabino Díaz Merchán. El hecho de que la Iglesia brindara su respaldo venía de otras acciones de protesta previas (un encadenamiento del propio Terán en Covadonga, en 1992), que sirvió para tender puentes entre Merchán y el portavoz de los sindicalistas. La imagen del arzobispo reunido con ellos, gomeru en mano, fue otra estampa icónica de la época. Igual que las pintadas contra Sergio Marqués, presidente del Principado con el PP, que en medio de aquel encierro catedralicio y las algaradas que cada noche sacudían Asturias, iba incubando su ruptura y el consiguiente divorcio con el ejecutivo de José María Aznar, que meses después derivaría en la creación de URAS. Gobernando en Asturias en claro enfrentamiento con el gobierno central, el conflicto de “los de la Catedral” también fue enconando las ya muy deterioradas relaciones entre ambas administraciones.

Así pasaban los meses, y entre violencia callejera, manifestaciones y sabotaje, aquello estaba durando demasiado, con la empresa inmersa en conflictividad laboral y pérdida de capitales, un gobierno regional presionado y al borde de la escisión, su homólogo de Madrid viéndose sin operatividad ni capacidad de control, la sociedad asturiana aterrorizada ante unas acciones directas con rasgos de psicosis cercana al terrorismo (“¿y si esta noche hacen algo cerca y nos queman la casa?”) y unas cuencas mineras sumidas en lo más parecido a un estado de excepción que se recordaba en décadas. Mientras tanto, cuatro trabajadores despedidos miraban Oviedo desde la torre de la catedral al par que un contingente indefinido de obreros, familiares y allegados peleaban contra la conculcación de derechos laborales colectivos, algunos ateniéndose a la legalidad y otros bordeándola.

Tal vez lo hicieran con desigual fortuna, lucidez o tino, pero actuaron coordinados y unidos como una piña. A final, en septiembre de 1997, ante un desbordamiento latente y unos réditos políticos demasiado altos, se abrieron de nuevo las negociaciones y se anunció que se les recolocaría a todos en empresas públicas como Hunosa. Tras unas semanas de incertidumbre, el 5 de noviembre del 97 Fermín Rodríguez, Marino García, Galisteo y Cima, que en julio habían relevado a los cinco encerrados iniciales, salieron por la puerta de la Catedral con gesto triunfante, cerrando su papel en una revuelta en la que les tocó ser protagonistas visibles mientras una sociedad entera, conscientemente o no, se había tambaleado con un seísmo sordo cuyo epicentro estaba en el tallerón de Barros.

Galisteo y Cima, del último grupo de encerrados, delante de la Catedral el pasado mes de noviembre, justo al cumplirse 21 años del fin de los hechos. / Foto: Imanol Rimada

Ellos y sus compañeros tenían resuelto su despido –de hecho, les tocaba salir de la torre e ir directos al tajo-, aunque eso no evitó que los derechos en materia laboral fueran menguando progresivamente a partir de los años siguientes. Mientras, el desencanto prendía en todas las capas del empleo en Asturias, desde la propia siderurgia a la minería y la electricidad hasta, andando el tiempo y con la crisis del siglo XXI, el sector comercial y pequeñoempresarial de la región.

Quizá tengan razón estos tres veteranos afirmando que su lucha tuvo tanto de victoria como de fracaso, y que no supieron hacer que su entusiasmo y sus logros se extendieran al resto del tejido social y laboral del país. Pero lo cierto es que durante aquellos 318 días Asturias volvió a temblar con ecos de verdadera revuelta, puesto que “todas las movilizaciones posteriores estaban pactadas”, aseguran convencidos. El de 1997 fue el último aliento de un espíritu rebelde “que está escrito en la tierra”, concluye Terán. Pero es posible ­–porque la Historia, se sabe, es terca y repetitiva– que vuelva a oírse ese clamor que nace en las entrañas del suelo. Y que en esa ocasión, por una vez, Asturias no se vea sola en mitad de esa tierra.

 

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