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Atlántica XXII

La revolución que no iba a ser televisada

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La revolución que no iba a ser televisada

Los manifestantes querían verse como los protagonistas de una rebelión patriótica contra un presidente traidor que hará todo lo posible por reprimir y silenciar su protesta

Manifestación del 10 de febrero en Colón, Madrid / Foto de Maria Lozano.

Bernardo Álvarez-Villar | Periodista

@balvarezvillar

Las escaleras mecánicas de la estación de metro de Alonso Martínez no funcionaban el domingo a las once y media, poco antes de que comenzase la concentración en la cercana plaza de Colón. Los manifestantes, muchos de ellos con los sesenta ya cumplidos, tuvieron que subir a pie varios tramos de escaleras cargando con carritos de bebés, niños a hombros, bastones y banderas nacionales. En el vestíbulo dos policías avisaban a la muchedumbre que abarrotaba los pasillos:

– La salida a la calle Génova está atascada de gente, es mejor que salgan por la plaza de Santa Bárbara…Pero ustedes verán lo que hacen.

Buena parte de los presentes cogió igualmente la salida hacia Génova, la más cercana al cuartel general del PP y al epicentro de la protesta. En la calle les esperaba el cielo cubierto y una brisa fría y desapacible. No obstante, el viento acabó siendo un elemento decisivo en la escenografía de la concentración. Gracias al vendaval los asistentes pudieron mantener sus banderas ondeando bien firmes y sin necesidad de fatigarse sacudiendo el mástil. Otros muchos se envolvieron literalmente en la bandera, se la pusieron a modo de chal o de capa de superhéroe pero a pocos les habrá servido para abrigarse y menos aún para echar a volar.

Había cola en un bazar chino frente a la boca del metro. Los dependientes cuentan que nunca tienen banderas en la tienda, pero encargaron un pedido para el domingo y en hora y media habían vendido casi todas. También se sumaron al negocio del textil patriota varios africanos que ofrecían banderines a pocos metros de donde se concentraban una treintena de neonazis del Hogar Social Madrid. Pese al claro predominio de los tejidos made in Bangladesh podían verse también símbolos de inconfundible sabor nacional, como las banderas de whisky J&B de un grupo de amigos cuarentones o las estampadas con aguiluchos, cruces de Borgoña y sagrados corazones de Jesús. Resultaba realmente difícil caminar por Colón sin que la bandería se te envolviese en la cara y te dejase ciego por un instante.

Manifestación del 10 de febrero en Colón, Madrid / Foto de Maria Lozano.

Entre la monocromía rojigualda destacaba la bandera arcoíris de Pablo Sarrión, uno de los militantes que posó tras Albert Rivera con el símbolo LGTB para que Ciudadanos escenificase su distancia con Vox. Una vez terminado el acto, Sarrión se paseaba por la plaza con su bandera cuando un adolescente se le acercó a pedir explicaciones:

– ¿Por qué no has venido con una bandera de España como todo el mundo? Esa sácala el día del Orgullo. Yo soy del Celta de Vigo y no me he traído la bandera de mi equipo porque el día de hoy era para otra cosa.

– ¿Y por qué tienes que venir a decirme eso a mí y no a todos los que han traído banderas ultraderechistas?, ¿por qué yo soy gay? – se indignó Pablo – Con esta bandera estoy defendiendo los valores constitucionales de igualdad, y no podemos dar ni un paso atrás en ese sentido. En esta manifestación hay un partido que ha dicho que quiere llevar la fiesta del Orgullo a la Casa de Campo, ¡donde están las putas!

Manifestación del 10 de febrero en Colón, Madrid / Foto: María Lozano.

El acto oficial fue breve, de apenas treinta minutos, y cuando los políticos se fueron a casa la animación quedó a cargo del speaker, que alternó arenga patriótica con pachanga discotequera. «No tenemos complejos en sentir y decir que somos españoles. La bandera hay que enseñarla porque es lo que nos protege», decía tras pinchar «Lo malo» y antes de poner «La bicicleta». El himno nacional sonó dos veces y se dieron vivas al ejército, a la guardia civil, a la policía nacional y local y a la constitución. La derecha improvisó frente al escenario un guateque en el que los jóvenes hablaban en corro y bebían cerveza mientras los mayores bailaban a Manolo Escobar. Una de esas mujeres mayores se meneaba con desparpajo exhibiendo una pancarta que decía «golpistas a prisión».

Los mensajes de la cartelería apuntaban sobre todo a Pedro Sánchez: «Ocupa», «No te rebajes más», «Dimisión ya», «Queremos votar» e incluso «Let people vote». El ambiente era de sincera fraternidad, pues solo como hermanos pueden sentirse aquellos que se creen llamados a defender a su país ante lo que juzgan como una emergencia nacional ocasionada por gobierno ilegítimo. Los manifestantes querían verse como los protagonistas de una rebelión patriótica contra un presidente traidor que hará todo lo posible por silenciar y reprimir su protesta. Si incluso hubo una señora que se puso en lo peor hablando con sus hijos:

– ¡Ya veréis como nada de esto va a salir en la tele!

Manifestación del 10 de febrero en Colón, Madrid / Foto de María Lozano.

Hacia la una y media del mediodía, cuando el sol asomó tímidamente y el aperitivo ya no podía demorarse más, el gentío empezó a dispersarse. La señora habrá puesto la tele al llegar a casa y seguro que a estas alturas ya está cansada de oír hablar de la manifestación del domingo.

 

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