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Atlántica XXII

Los últimos pastores de Picos

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Los últimos pastores de Picos

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Artículo publicado en el número 59 de la edición de papel de Atlántica XXII (noviembre de 2018).

Texto y fotos: Carolina Noval | Fotógrafa

En el Parque Nacional de Picos de Europa languidece una cultura. Desde tiempos inmemorables, verano tras verano, han subido pastores a estas cumbres para elaborar uno de los mejores y más cotizados quesos del mundo: el Gamoneu. Hace tan solo medio siglo, los pastos cobijaban a cientos de personas en las numerosas majadas repartidas por todo el parque. Ahora, apenas se cuentan con los dedos de una mano.

El pastoreo se remonta a miles de años. Según un estudio de la Universidad de Oviedo coordinado por Jesús Ruiz, del Departamento de Geografía, existen partículas de carbón que desvelan la existencia de humanos en la zona hace más de 4.000 años. Estas partículas de carbón ya evidencian el uso del fuego para crear pastizales. Sin embargo, los pocos pastores que aún suben al puerto constatan que su tradición se termina: no hay jóvenes interesados en seguir. Les comprenden, porque es un trabajo muy duro y esclavo. Y además está el lobo, para muchos la principal razón por la que desaparecen los pastores. Algunos incluso proponen erradicar al animal, un planteamiento que les hace enfrentarse con los conservacionistas en un conflicto pendiente de ser resuelto.

Jose Luís, uno de los pastores más jóvenes del puerto busca sus ovejas y cabras bajo la lluvia para llevarlas a ordeñar. Parque Nacional de Picos de Europa. Asturias

Apenas quedan unas decenas de personas elaborando queso Gamoneu en las pocas vegas que aún están en activo, caso de las majadas de Belbín, Gumartini o Fana. La elaboración es complicada, hay que prestar mucha atención a la leche para que no se estropee y cualquier tropiezo puede hacer que todo el trabajo se eche a perder. La
jornada de los pastores comienza sobre las seis de la mañana y no termina hasta casi la medianoche. Hay que levantarse, ordeñar, echar cabras y ovejas al monte, hacer el queso y, tras un breve descanso, salir de nuevo a buscar la «reciella» allá donde esté, en cualquier lugar del puerto, dando igual si llueve o si cae la más espesa niebla. Además, cada pocos días hay que llevar el queso a la cueva, un trabajo bastante complicado debido al arriesgado acceso a las grutas donde guardan este manjar. Así todos los días desde el primero de junio y hasta que llega la primera nevada.

Lógico que nadie domine el terreno como los pastores. Provoca perplejidad observar cómo pueden ver lo que sucede a larguísimas distancias, o caminar en la más absoluta oscuridad de una noche para ir a buscar un animal perdido. Los más mayores recuerdan con nostalgia lo que fue el «puertu», rememoran cómo las majadas ahora decaídas y convertidas en asentamientos fantasma fueron lo más parecido a una ciudad rebosante de vida y alegre, pese a la agotadora labor que conllevaba el oficio.

Covadonga, pastora de la majada de Gumartini, mima a su nieto cansado de correr por los pastizales. Majada de Gumartini. Parque Nacional de Picos de Europa. Asturias

El alma y el corazón de los pastores pertenece a estas tierras, ser pastor es un orgullo y una vocación que en muchos casos se concibe en la niñez y se hereda de generación en generación. La contemplación de la belleza del paisaje, el sonido de los cencerros («lloqueros»), las voces de los pastores, el olor del ganado y la tierra ayudan a comprender el amor por este lugar. Un espacio en las cumbres con un futuro incierto donde crece el desánimo y el silencio.

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