
José Ángel Fernández Villa saliendo del Juzgado donde testificó en 2001 por el Caso Campelo. Ahora lo investiga la Fiscalía Anticorrupción. Foto / Fernando Rodríguez.
Xuan Cándano.
– O sea, que Savedrona tenía razón.
No se las veces que habré oído esto tras destaparse el Caso Villa. Hasta en actos y debates públicos, provocando absoluta unanimidad. Antes ocurría exactamente lo contrario.
–Son cosas de Savedrona.
Pero Antón Saavedra no cambió nunca de discurso. El exsindicalista es vehemente, como solemos ser en Asturias, y puede ser tan excesivo en sus expresiones como su propio cuerpo, enorme y siempre cubierto con esa boina inseparable, pero nadie le puede negar coherencia y un relato ajustado a la realidad. Lo que pasa es que la cruda realidad no gustaba, porque no se ajustaba al canon y al mito de la gloriosa clase obrera revolucionaria, en la que los mineros eran la vanguardia.
Hasta que se conoció que el todopoderoso José Ángel Fernández Villa, el líder de los mineros asturianos de la democracia, el que empequeñecía al mismísimo fundador del SOMA, Manuel Llaneza, tenía una fortuna oculta, al igual que su mano derecha, José Antonio Postigo, los escritos, las denuncias y las apariciones públicas de Saavedra delatando aquella impostura apenas tenían credibilidad. Y lo que es peor, lo condenaban al ostracismo, porque tener la osadía de cuestionar a quien ostenta el poder, aunque sea contando verdades absolutamente contrastadas, es siempre algo muy peligroso para el disidente, incluso en democracia.
No fue el único, pero sí el que ocupaba más espacio en la diana sobre la que se arrojaban los dardos del villismo, porque Antón venía del sindicalismo y del socialismo, e incluso había competido con Josiángel en la sala de mandos del sindicato. Y eso le daba un plus como enemigo. También había (y hay, porque el régimen no desapareció con la defenestración de su fundador) otros enemigos del socialismo real asturiano, que formaban parte de una invisible lista tan negra como el carbón. Otro era el exboxeador y escritor José Ramón Gómez Fouz, también condenado a la pena de ocultación en la vida pública por tener la insolencia de publicar un libro (Clandestinos) donde se detalla el pasado como delator de la Brigada Político-Social de Fernández Villa durante el franquismo. Yo mismo puedo contar historias personales semejantes pero, como son públicas y los prologuistas no somos más que unos teloneros a los que no se nos llama para contar batallitas propias, mejor las obvio.
En esos años de férreo control villista, prácticamente 35, desde 1979 a 2014, aunque el poder del líder fue disminuyendo con la decadencia del sector minero, José Ángel Fernández Villa era un semidiós en Asturias y sobre todo en las cuencas mineras. Un sindicalista eficaz que mantuvo las rentas y logró el milagro de las prejubilaciones, un político astuto que no acabó el bachillerato, pero al que adulaban gobernantes, banqueros y catedráticos de Universidad, un pequeño gran hombre que dormía al rival negociando hasta el amanecer y del que se celebraban las ocurrencias como si de genialidades se tratara. Hasta lo que se denominaba “la liturgia” del SOMA y la Federación Socialista Asturiana, que eran lo mismo, provocaba admiración en el poder mediático, y eso que era el más perjudicado con aquella oscuridad, aquella opacidad y aquellos cambalaches de jugadores tramposos de póker que tanto frenaban los avances sociales y tan poco tienen que ver con la democracia.
Pero Josiángel era el rey, con el trono en la plaza de La Salve de Langreo, y sus súbditos no necesitaban saber las razones del comportamiento caprichoso del monarca minero, les bastaba con ver con sus propios ojos los milagros del reino. Liberaciones tan amplias y tan liberadoras que liberaban de bajar al pozo con solo obedecer al poder sindical, hoteles y gimnasios a golpe de carné, jubilaciones bien retribuidas a los cuarenta y pico años… El rey de las cuencas estaba desnudo, pero solo Savedrona y cuatro heterodoxos más lo veían sin la ropa de faena de aquel gran fraude proletario.
Primera entrega del prólogo escrito por el director de ATLÁNTICA XXII para el libro Villamocho, la corrupción en el sindicalismo minero, del exsindicalista Antón Saavedra, que saldrá en septiembre editado por Sangar.
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