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Atlántica XXII

Un túnel para hacer corriente

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Un túnel para hacer corriente

Sin una estrategia, la apertura del AVE por la Variante de Pajares puede acabar succionando población y actividad, en lugar de beneficiarlas

Artículo publicado en el número 60 de nuestra edición de papel (enero de 2019) como parte del monográfico sobre el éxodo juvenil

Pedro Vallín | Periodista
@pvallin

Mario Rojas | Fotografía

La idiosincrasia de Asturias es seductora. De ella, al menos en su versión moderna, forma parte sustantiva, no tanto la facundia y el buen yantar y trasegar –que esos son atributos muy extendidos en el sur de Europa– como la notable ausencia de recelo, carecemos de esa desconfianza huraña tan propia de los nativos de orografías dificultosas. Hay una autoestima honda en los asturianos que parece vacunar contra esa suspicacia torva tan abundante en regiones de morfologías abruptas, húmedas y boscosas. El asturiano, de media, vive en el bosque o en el monte pero no embosca ni acecha. Sale al claro y canta. Eso está bien. Y sin embargo, otro de los atributos ingénitos del asturiano contemporáneo, al menos en el último medio siglo, es esa certidumbre del acreedor, del que vive convencido de que el mundo le debe algo y si le sacan el tema levanta la voz, frunce el ceño y golpea con la palma abierta la barra del bar y baja a un santo.

No es una característica estrictamente negativa, y a buen seguro que de esa terquedad insobornable del que se siente merecedor nacen buena parte de las millonarias conquistas que, en forma de inversión pública, ayudas sociales o pensiones, han ido mitigando los efectos más descarnados de la desindustrialización –aunque no falten quienes vean en este dopaje público una versión macroeconómica de los cuidados paliativos que se dispensan a un paciente desahuciado– y han evitado una miserabilización lacerante del paisaje social. Por explicarlo exagerando, que es otro de los atributos nativos, no hay actividad económica pero tampoco violencia de favela.

Agasajarnos con pensiones, polígonos de nueva planta (y escasa ocupación) y con cientos de kilómetros de autopistas que no siempre van desde donde hace falta hasta donde se necesitan –en general, todo hay que decirlo, con unos trazados exquisitos en lo formal y en lo medioambiental (y no hay más que darse una vuelta por comunidades vecinas para percibir la diferencia)–, no ha servido para que dejemos de sentirnos cobrador del frac de la justicia redistributiva y la inversión pública. Hoy, nuestra gran afrenta sigue siendo la comunicación con la Meseta encarnada en una vía de tren que serpea la montaña a velocidad de carru’l país, y en una autopista panorámica de pago. El retraso en la modernización del acceso ferroviario a Castilla la Ancha lo ha convertido en eso que llamamos con solemnidad de tertuliano una «reivindicación histórica», en lugar de ser una apuesta estratégica. Como si al otro lado de la cordillera hubiera una tierra prometida y no un llano de cereales. La diferencia es notable: a efectos políticos, la conexión ferroviaria es un fuero, un indubitado derecho, y a satisfacerlo responderá la apertura del túnel bajo la montaña. Pero no se integrará en ninguna estrategia clara de desarrollo regional o de aprovechamiento de recursos y potencialidades, por lo que supondrá, sin lugar a dudas, beneficios, pero también perjuicios, daños colaterales, efectos secundarios indeseados que nadie previó por una razón simple: porque para todos es una reparación, no una estrategia.

No hace falta ponerse apocalíptico ni suscribir la totalidad de las hipótesis del catedrático de Economía Aplicada Germà Bel para sospechar que al abrir ese túnel lo mismo hace corriente y se nos vuelan los papeles. Bel sostiene que el diseño radial de las infraestructuras tiene un efecto succionador de actividad, al acortar la distancia (el tiempo) entre nodos urbanos de distinto tamaño. El Gran Madrid ya ha gregarizado y convertido en fonda o posada a casi todas las capitales de provincia de la Meseta, como auguró este especialista en su libro España, capital París (Destino, 2010). Haciendo bolos de promoción de su libro, vino a Oviedo a echar un jarro de agua fría sobre las ensoñaciones de progreso que acampaban en la boca del túnel: «Los efectos perjudiciales de la Alta Velocidad de viajeros para los nodos menores de la red son claros y están bien estudiados en las experiencias de otros países. No es algo que nos estemos inventando ahora cuatro profesores para fastidiar. El AVE fomenta las reuniones dentro de la organización, pero reuniones que se realizan en el nodo principal, que en este caso es Madrid. En el campo del turismo puede tener una incidencia importante, pero, sin embargo, puede reducir las pernoctaciones», respondía a La Nueva España en una entrevista simpática en la que acusaba al jovellanista aspiracional Francisco Álvarez-Cascos de no haberse leído a Jovellanos o, mucho peor, de no haberlo entendido. «La radialidad ha dañado enormemente la productividad de las regiones periféricas (…) Se trata de un modelo de infraestructuras contrario al aumento de la productividad (…) El efecto del AVE es justo el contrario a la solidaridad». Y todo así. El muy agorero.

No están claros los efectos benéficos del túnel, que seguro que los tiene, aunque sí podemos suponer que pondrá el último clavo al ataúd aeroportuario, visto el efecto que el Ave Madrid-Barcelona ha tenido en el puente aéreo. Tal vez anime las visitas playeras, porque una evidencia aportada por las conexiones valenciana y malagueña es que, aunque pueda reducir pernoctaciones (porque te da tiempo a volver a dormir a la megaurbe), desincentivar la instalación de nuevas industrias e incluso animar la deslocalización, el mar no se lo puede llevar a Castilla. El idiosincrático amor propio astur hinchará el pecho pues hay una pulsión futurista en el ser humano, la conmoción tranquilizadora de ver volar el Concorde sobre nuestras cabezas. Después de todo, ese túnel reproduce el tránsito decimonónico del Japón Imperial, que pasó del feudalismo a la revolución industrial sin atravesar la Edad Moderna. Abrazados a la hipérbole, Asturias pasará del paciente traqueteo de la locomotora de vapor a la fugacidad borrosa del tren bala sin haber conocido la diligente eficacia de la máquina diésel. Y descubrirá los provechos de la línea recta, aunque nadie sepa hacia dónde apunta la flecha

 

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